sábado, 29 de enero de 2022

Límite 48 horas (1982)


Estrenada la década de 1980, Billy Wilder fracasaba en la taquilla con Aquí un amigo (Buddy Buddy, 1981), una película de “colegas” a la fuerza, que adaptaba a Hollywood la exitosa comedia francesa realizada por Edouard Molinaro en 1973. A la postre, la película sería el último film del inolvidable director y guionista de El crepúsculo de los Dioses (Sunset Boulevard, 1950), pero, lo que son las cosas, un año después, Walter Hill probaba fortuna con otra buddy movie y alcanzaba el éxito que la taquilla le había negado al cineasta de origen centroeuropeo, aunque su film no era mejor que el de Wilder. Este no deja de ser otro ejemplo más que corrobora que no existe una fórmula absoluta que prevea la reacción del público, aunque cada día existan mejores medios y métodos para controlar y condicionar sus gustos y sus elecciones cinematográficas. Pero, aparte de los rasgos comunes a este tipo de películas de “amigos”, Límite 48 horas (48 Hrs., 1982) no encuentra su referente próximo en el último film de Wilder, ni en el de Molinaro, sino en la más seria, arrítmica e irregular El rastro de un suave perfume (Hickey and Boggs, Robert Culp, 1972), cuyo guion corrió a cargo del propio Hill. Ya en labores de director, el realizador de The Warriors (1979) volvería a la investigación policial, la acción, la atracción/rechazo, personajes opuestos condenados a entenderse y a la comedia en la secuela 48 horas más (Another 48 Hrs., 1990) y en Danko: calor rojo (Red Heat, 1988), que también encuentra su tono en las diferencias de personajes inicialmente antagónicos. En esa unión de opuestos, condenados a entenderse, reside parte de la comicidad del film, que también encuentra un modelo a seguir en el rechazo y acercamiento de la pareja (Tony Curtis y Sidney Poitier) de Fugitivos (The Defiant OnesStanley Kramer, 1958), un drama a años luz de cualquiera de las comedias de acción nombradas. En Límite 48 horas la supuesta nota cómica cobra protagonismo en la presencia de Eddie Murphy, cómico televisivo en Saturday Night Live que debutaba en el cine, cuyo histrionismo y verborrea, fácil e innecesaria, chocan con la rudeza y laconismo del policía encarnado por Nick Nolte, su antítesis y su compañero a la fuerza —<<¡No somos socios! ¡No somos hermanos! ¡Ni siquiera amigos!>>, Jack se muestra contundente al respecto—, diferencia y situación que dan pie a las escenas que supuestamente invitan a la risa o a la sonrisa. Ambos unen sus fuerzas para resolver el caso que ha puesto a Reggie, el reo al que Murphy presta su físico y su “gracia”, fuera de la cárcel, ya que se trata de un convicto en quien el policía busca colaboración, porque le necesita para dar con el paradero del criminal que persigue y así cerrar la investigación que lleva a cabo. En definitiva, son una pareja de poli y caco condenada a entenderse; por lo que argumentalmente no aporta novedad alguna al cine de amigos, ni al cine de acción. En todo momento, Límite 48 horas es una película que se apoya y abusa de ese doble sentido, atracción-rechazo, que une a su pareja protagonista, un dúo que precede al también exitoso formado por Mel Gibson y Danny Glover en Arma letal (Leathal Weapon, Richard Donner, 1985); en su doble planteamiento: el racial y el compañerismo a la fuerza. Pero la doble finalidad perseguida por Límite 48 horas, la de hacer dinero y entretener sin complicarse, se cumplió y eso es lo que el cine comercial demanda a cualquiera de sus trabajadores y Hill, que venía de realizar La presa (Southern Comfort, 1981), película de mayor complejidad psicológica, necesitaba un éxito de taquilla como el que significó este film que situaba a Murphy en la senda que le conduciría a la cima del cine comercial en Superdetective en Hollywood (Beverly Hills Cop, Martin Brest, 1984) y El príncipe de Zamunda (Coming to America, John Landis, 1988).



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