lunes, 17 de enero de 2022

No mires arriba (2021)


Decía Ortega y Gasset que <<hay en la historia una perenne sucesión alternada de dos clases de épocas: épocas de formación de aristocracia, y con ellas de la sociedad, y épocas de decadencia de esas aristocracias, y con ellas disolución de la sociedad>>.1 No dudo que hasta su momento, Ortega estuviese en lo cierto al hablar de aristocracia como la jerarquía social que hace funcionar la propia sociedad. En su RepúblicaPlatón divide a la sociedad en distintos grupos, siendo el de los sabios el único que el filósofo encuentra capacitado para gobernar. Mas ¿quiénes son los sabios? Seguramente, él, pensaría ¿Son infalibles? No creo en la perfección y dudo de la sabiduría. Nunca he sentido ni presenciado lo primero ni he visto la segunda, aunque sí haya conocido y leído a personas con ingenio, lucidez, conocimientos y capacidades desbordantes. Más que en élites, en sabios y en la perfección, veo en la educación de cualquier tipo, formal, no formal, informal, una vía para fomentar inquietudes y asumir responsabilidades, así como una preparación intelectual, individual y social más humana. Dejo al ateniense en el mundo de las ideas y las ilusiones educativas y personales en un universo aparte, y me pregunto ¿y si después de la revolución mediática y de la globalización que supuso la era tecnológica, e impuso definitivamente internet, de la masificación del arte y de la homogeneidad del pensamiento, la historia dejase de ser, para empezar a ser otra historia?


Desde la democratización del arte y de la cultura, es decir, desde que ambas son decididas por los medios y por el negocio, que encuentra en las masas su fuente de riqueza, la tendencia de cualquier aristocracia o élite cultural, artística, filosófica,… simbólicamente vive a la baja y mirando hacia abajo; pues ya apenas ni son unos pocos los que tiran hacia arriba, para que la sociedad evolucione y mejore como tal, sino que son la mayoría los que tiran hacia abajo para conseguir que el pensamiento y la cultura se transformen en cultura del populismo —más que en cultura popular—, en modas y en ventas, en dinero y poder para ídolos de barro y líderes de un consumismo despótico, y reino de una mayoría consumidora sin una mayoría pensante y regidora. De ese modo, el listón baja, y las siguientes élites intelectuales también vivirán a la baja —es posible que las élites de pensadores, que eran las que solían tirar a la alza, por ejemplo, asumirán su elitismo intelectual sin ser conscientes de un posible bajón de nivel o sin plantearse que su pensamiento pueda ser infantil, respecto al de las élites anteriores. Esto supone un riesgo para la sucesión aludida por
Ortega, ya que existe el peligro de que a la época de decadencia le siga otra igual o más decadente, pero ningún futuro está escrito, así que quizá esta tendencia a la baja, al cuqui, al soy único y feliz, a la censura de la corrección intolerante, al culto a la imagen, preparada, repetida y estudiada, alcance su mínimo e inicie un ascenso que pueda deparar el siguiente máximo, aunque solo sea el relativo que permita un respiro y una ligera esperanza para que el ser humano sea sujeto autónomo y social, y no el objeto de un espejismo de sociedad.


Hoy, todo marcha a una velocidad endiablada, que quizá mañana parezca lenta, pero ahora avanza a marchas que nublan las distintas realidades provocando que todo parezca vital, crucial, único, y al tiempo resulte efímero, insignificante, intranscendente. Con las nuevas tecnologías ese rasgo alcanza cotas en el que el ahora siempre va un segundo por detrás del “almohadilla” o de los cien caracteres que acostumbran al consumidor a pensar con el mismo número de signos y espacios, lo que provoca que, por ejemplo, una película como
No mires arriba (Don’t Look Up, 2021) funcione a medias —aunque para mí, ni siquiera eso; pero esto no deja de ser una opinión más—, como si Adam McKay, su director y guionista, quisiera transcender, pero sin poder o sin saber cómo hacerlo, quizá condicionado porque crea dirigirse a un público de pensamiento que presupone infantil, e incapaz de concentrarse cuando se enfrenta ante complejidades, o mismamente porque infantil sea la necesidad de hacer evidente la propia propuesta y lo evidente que nos rodea. Esto impide que su sátira coral abra los ojos a perspectivas que desvelen algo que ignoremos, o que su tono alcance la fluidez entre su esperpento, su caricatura, su humanidad y su crítica, dando forma a un todo homogéneo de partículas heterogéneas que no precise ser insistente ni masticarnos su mensaje y su postura, como si fuésemos incapaces de deglutir por nosotros mismos la información. Ninguna obra artística y ninguna película necesita darlo todo hecho; es más, suena contraproducente para establecer el diálogo de tú a tú con el público, al menos aquella parte del público que no precisa ser guiado en todo momento, en el caso del film de McKay por el abuso del histerismo e histrionismo que, enfatizando lo evidente, pretenden pasar por ingeniosos. Por ejemplo, y aunque no venga a cuento, pero mí mente insiste, descubro mayor complejidad y a la vez sencillez en los tonos satíricos de los mediterráneos BerlangaMonicelli o Ferreri, que conceden al público el beneficio de ser sujeto inteligente y parte responsable del caos y del orden en el que viven atrapados, igual que los personajes que asoman en sus comedias. En esta comedia de buenas intenciones, en cuanto a su caricatura de una sociedad en horas bajas en la que descubrir belleza y verdad duele (por lo tanto se niegan ante la prioridad de negar la posibilidad de dolor), en la que los mejor preparados se desentienden —caso del personaje de Cate Blanchett—, son apartados —tal como sucede con la científica interpretada por Jennifer Lawrence— o se dejan seducir por un minuto de gloria y en la que mandan los medios, los intereses empresariales y líderes de dudosas capacidades venidos a menos, no siento el equilibrio entre la realidad caricaturizada y el discurso crítico, que lo hay, pero en un estado de exigencia a la baja, quizá porque carece de un cineasta que tire hacia arriba.


1.Ortega y Gasset: España invertebrada. Bosquejos de algunos pensamientos históricos. Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2002.

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