domingo, 2 de enero de 2022

La muerte os sienta tan bien (1992)


Es naturaleza de la juventud no evaluarse a sí misma; pues en su instante de tenencia, no se valora, se vive. Esto implica que no pueda añorarse, ni reconocerse en la distancia o ser el recuerdo en el que se convertirá cuando su tiempo desaparezca y de nada sirva decir <<se es joven de espíritu>>, porque cualquier espíritu, incluso el que presume ser juvenil, vive condenado en una prisión cronológica que le depara que tarde o temprano la juventud sea su añoranza, su ilusión o su espejismo. En su deterioro y posterior ausencia, hay quien la acepta como un pasaje de su vida igual de fugaz que el siguiente periodo vital, cuando también hay quien desea recuperarla y perpetuarla. Resumiendo, sospecho la juventud cegadora para quien la posee, hasta que desaparece y empieza a mirarse con otros ojos. Entonces, aparecen faustos y faustinas cuyo deseo imposible demanda la eterna belleza juvenil, ofertada y publicitada por los distintos medios desde el fin de la II Guerra Mundial hasta días por venir. La oferta de esta ilusión llega creciente hasta la actualidad, pero el mito de Fausto y el negocio de la eterna juventud son anteriores a la publicidad, a las no milagrosas cremas antiarrugas, a los gimnasios y a la cirugía estética que, según los resultados visibles, ya no sabemos si disimula el paso del tiempo o exagera su deterioro. Asoma en la Antigüedad, en diversos “momentismos” sociales e históricos —teocentrismo, antropocentrismo, egocentrismo, infantilismo—, en la literatura clásica, más adelante en el cine mudo y también en el sonoro, y en esta comedia negra en la que Robert Zemeckis concede el protagonismo a los efectos visuales, junto a su reparto, uno de los mayores reclamos del film y cuyo abuso acaba perjudicando el atractivo de una propuesta divertida y prometedora.


A lo largo del metraje, el director de La muerte os sienta tan bien (Death Becomes Her, 1992) bromea sin disimulo sobre el culto a la imagen y la obsesión de frenar el envejecimiento, quizá para huir de la mortalidad, de su idea, la que suele presentarse con mayor insistencia avanzado el ciclo vital humano. Aunque a veces lo disimule, con su combinación de entretenimiento y fantasía, el cine de Zemeckis reflexiona sobre el tiempo. Expresa sus momentos y explora los límites donde comunica realidad, apariencia e ilusión, en buena medida, gracias al uso los avances tecnológicos que le permiten jugar con el tiempo. Sin duda, esta es una constante del realizador de Contact (1997). Prácticamente, lo hace a lo largo de su filmografía: retrocede —Regreso al futuro (Back to the Future, 1985)—, avanza Regreso al futuro II (Back to the Future Part II, 1989)—, lo acompaña en su devenir histórico —Forrest Gump (1994)— sale de él —Quién engañó a Roger Rabbit (1988) o Náufrago (Cast Away, 2000)— o, como es el caso de La muerte os sienta tan bien, pretende detener las consecuencias físicas de su avance, al tiempo que se ríe de esa vana intención. Para llevar a cabo su parodia, Zemeckis prioriza los efectos especiales y desata la competición entre dos mujeres, unidas por sus celos y rencillas, que someten al mismo hombre. Dicha competición asoma al inicio, en el encuentro que abre el film en 1978, que se produce en una versión musical de Dulce pájaro de juventud protagonizada por Madeline (Meryl Streep), cuyo parecido razonable con Jessica Rabbit apunta a guiño de Zemeckis a su cine. En su primer encuentro, aparte de quitarle el novio a Helen (Goldie Hawn), la actriz ve en Ernest (Bruce Willis), cirujano plástico, su mejor útil para retrasar el envejecimiento, pero, catorce años después, ninguna técnica puede disimular el transcurso temporal que se dibuja en su piel y en la flacidez corporal que la actriz no observa en su eterna rival, que luce mejor que nunca para vengarse de su eterna competidora.

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