miércoles, 26 de enero de 2022

Múnich en víspera de una guerra (2021)


El acuerdo de Múnich, en el que no se contó con una de las partes interesadas, Checoslovaquia, condenó definitivamente a Europa a caer en manos de los regímenes totalitarios. El acuerdo alcanzado por Daladier, Mussolini, Chamberlain, ante las amenazada de Hitler, puso de manifiesto, más si cabe, la política de adulación y bajada de pantalones del británico y sus conservadores. Y aunque presumiese de haberla obtenido, no hubo paz, solo una nueva concesión de una larga serie de ellas. La situación estaba clara para cualquier mirada mínimamente analítica y objetiva; incluso un conservador y anticomunista como Churchill lo veía venir y lo alertaba. Años después escribiría sobre aquel momento y también apuntaría que <<Se han escrito muchos relatos de aquella memorable entrevista. No puedo hacer más que acentuar algunas características de lo ocurrido. No se invitó a Rusia. No se autorizó a los checos a participar en las reuniones. El gobierno checo fue escuetamente informado, en la tarde del 28, de que iba a celebrarse una conferencia entre los representantes de las cuatro principales potencias europeas. Se llegó a un acuerdo rápido entre los “Cuatro Grandes”. A las dos de la madrugada del 30 de septiembre, se redactó y firmó un documento conjunto. En esencia, se reducía a la aceptación del ultimátum de Goldesberg. El país de los sudetes sería evacuado en cinco etapas, que empezarían el 1 de octubre y terminaría en diez días. Una comisión internacional determinaría las fronteras definitivas. Se presentó el documento a los delegados checos a los que al fin se había permitido ir a Múnich para enterarse de las decisiones tomadas.>> (Winston Churchill: Memorias). En el peligro que suponía Hitler, Churchill coincidía con Stalin, a quien posiblemente no habría saludado en su vida, si las circunstancias no le hubiesen obligado a ello. Pero Churchill queda para otra ocasión y continuo con la idea de que contentar a las dictaduras fascista y nazi no era solución, ni parche ni una acción que supusiera el fin de las exigencias de Hitler. Este ya había dejado claro en su libro “Mi lucha” que lo suyo era ocupar el espacio que consideraba vital para la “raza germánica y aria”. Y ese espacio señalaba hacia el reino del gran ausente en la reunión de Múnich: Iósif Stalin, a quien Neville Chamberlain no invitó y a quien juzgaba más peligroso para los intereses británicos que Hitler y Mussolini. Sin embargo, por entonces, el conocido también por Koba no era la amenaza principal para las democracias, ni siquiera creo que lo fuese entonces, pues las necesitaba para proteger sus fronteras y sus intereses. Stalin les había propuesto, o lo intentaba, hacer un frente común antifascista, que uniera a Francia, Reino Unido y la Unión Soviética contra el poder nazi y fascista. La idea del soviético era que un acuerdo entre las tres grandes potencias que rodeaban el área de influencia germana sería suficiente para controlar a Hitler y a su futuro compinche italiano, al menos hasta que el Ejército Rojo estuviese en condiciones de poder derrotarlo en una guerra abierta. Stalin calculó mal, cuando se deshizo de sus mejores oficiales durante las purgas de 1937 y 1938; además era más maquiavélico y terrible que cualquiera de las figuras que inspiraron El principe, pero lo peor que tenía el georgiano, para un caballero británico, era su comunismo. La ceguera de Chamberlain, empeñado en una paz ficticia, supuso la cagada de su política ultraconservadora, que pasaba por contentar al dictador alemán. Esta realidad se unía a la hipócrita “No intervención” internacional en la guerra civil española; en la que los británicos fueron permisivos con los franquistas y rigurosos con la Segunda República… La situación para la crisis de aquellos años treinta era compleja, no cabe duda, y la decisión del primer ministro británico de negociar con Hitler, que todavía no las tenia todas consigo (1), y obligar a los checoslovacos a entregar parte de su soberanía al dictador nazi, fue, a toro pasado, uno de los mayores errores políticos del siglo XX, por mucho que se intente justificar las intenciones y decisiones con una condescendiente y falsa actitud pacifista o apaciguadora, pues, en realidad, no era más que una política de miedo, de preferencia y de no pocos prejuicios…


Obviamente, por razones de fechas, uno de los relatos de aquella memorable entrevista aludidos por Churchill no fue la ficción que
Robert Harris relata en su novela Múnich (2017), que Christian Schwochow lleva a la pantalla en Múnich en víspera de una guerra (Munich: The Edge of War, 2021), una película que pretende intriga y tensión apoyándose en los instantes previos y en el momento en el que se celebra la reunión. Schwochow inicia el film en 1932 para exponer la amistad entre Hugh Legat (George MacKay) y Paul von Hartman (Jannis Niewöhner), dos estudiantes de Oxford, inglés y alemán, que rompen su relación como consecuencia de su divergencia ideológica. Pero desde ese primer compás de la película, hay algo que no funciona. Todavía dudo qué puede ser, pero no tardo en sospechar que se trata del “narcisismo” de la cámara, que se preocupa más de su propia imagen, la de sus encuadres, que de sus personajes, sus motivos, su historia. Esta tónica se agudiza mientras la acción avanza en 1938 y plantea la trama de espionaje que gira en torno al rencuentro de los dos amigos, ya diplomáticos de sus respectivos países, mientras se desarrolla el encuentro a cuatro bandas en Múnich, dejando de lado, como apunta quien sería nombrado primer ministro británico iniciada la II Guerra Mundial, a una de las partes interesadas (Checoslovaquia), y a Rusia, que, al igual que Estados Unidos, a pesar de su política aislacionista, habían ofrecido su ayuda a Neville Chamberlain para poner fin a las discrepancias entre las democracias europeas y la Alemania nazi. El político inglés las rechazó por temor a dar un paso que pudiese precipitar el enfrentamiento armado, que a esas alturas, e ignorando las últimas opciones que le habían propuesto soviéticos, estadounidenses e incluso un sector de la política británica, ya era inevitable cuando acudió a Baviera para reunirse con un lobo entre ovejas; mientras que el Primer Ministro era un cordero con piel de gentleman, probablemente una buena persona, y, a juzgar por los resultados de su gestión, un mal político, o inadecuado para un tiempo de crisis al nivel de la complejidad y de la fiereza que se vivió entonces, un entonces que venía advirtiendo con evidencias tangibles hacia donde se dirigía Europa.

<<Yo sabía lo que no podían ver los millones de habitantes de la capital inglesa que me rodeaban: que con Austria caería Checoslovaquia y que, después, Hitler tendría el camino despejado para apoderarse de los Balcanes; sabía que el nacionalsocialismo, con Viena en su poder y gracias a la peculiar estructura de la ciudad, tenía en su inflexible mano la palanca capaz de zarandear Europa y sacarla de sus goznes>> (Stefan Zweig: El mundo de ayer. Memorias de un europeo)


<<Hitler enjuiciaba a los hombres de Estado de los potencias occidentales, según las impresiones que había recibido hasta entonces. Su sentido político, altamente desarrollado, le hizo ver que la mayoría del pueblo francés y sus dirigentes no buscarían en la solución de este problema, basado en la injusticia, un motivo para una guerra. En forma análoga enjuiciaba el estado de ánimo del pueblo inglés, con el cual quería vivir en paz. No se engañaba. El primer ministro inglés, Chamberlain, y el presidente del Consejo de Ministros francés, Daladier, se presentaron en Múnich, junto con el amigo de Hitler, Mussolini, y concertaron un acuerdo que legalizaba esta manera de proceder frente a Checoslovaquia>> (Heinz Guderian: Recuerdos de un soldado).


Pero la 
guerra solo era cuestión de tiempo y el cronómetro no jugaba a favor de los aliados, aunque la leyenda explicativa que cierra
Múnich en víspera de una guerra exprese que <<el tiempo extra del acuerdo de Múnich permitió a los aliados prepararse para la guerra y condujo a Alemania a la derrota>>. Estas palabras son engañosas, porque ese “tiempo extra” sirvió para que Alemania continuase su imparable rearme, o cuando menos habría que matizar la doble afirmación, y mucho, o no asumirla como una explicación válida para la victoria aliada o la derrota alemana en una guerra que los aliados ganaron, pero no por “el tiempo extra” concedido por la firma de Hitler (Ulrich Matthes) en un documento (papel mojado) que Chamberlain (Jeremy Irons) atesora como una posibilidad de paz y muestra con evidente satisfacción al regreso de su tercer encuentro con el dictador nazi; cuando resuelve la cuestión de los sudetes de un modo pacífico, similar a la quietud y silencio de los franceses cuando las tropas alemanas ocupan en 1936 la zona desmilitarizada de Renania. <<La más osada de todas sus empresas>>, recordaba Hitler durante la guerra, según apunta Albert Speer en las memorias que escribió durante su condena en Spandau; y con motivo, pues fue el primer órdago internacional del cual el dictador salió airoso. Posteriormente, anexiona Austria y unos meses después ocupa los Sudetes y crea el protectorado de Bohemia y Moravia. Entremedias se sitúa esta mezcla de cine histórico e intriga, aunque carece de ella. Por un lado, el resultado se conoce de antemano; y por otro, el realizador no logra el tono ni el punto que le permitan generar la tensión que, por ejemplo, sí se descubren en determinados momentos de Valkiria (Valkyrie, Bryan Singer, 2008), por citar un film que desarrolla una trama que también se conoce de antemano. La reunión en la ciudad bávara se erige en punto de encuentro para los protagonistas del film de Schwochow, pero resulta un escenario por donde pasean personajes que, por mucho que se esfuercen por disimularlo, carecen de un trasfondo psicológico veraz, salvo quizá Chamberlain, político que no consiguió tiempo para conducir a Alemania a la derrota, sino que logró una firma que sentenciaba a Checoslovaquia y, tras su caída, a Polonia y al resto de los países ocupados por las tropas alemanas. La guerra, como explica Churchill en sus Memorias, pudo evitarse si las democracias actuasen a tiempo y en consonancia. Hubo oportunidades, pero las decisiones e indecisiones, los intereses y el temor a una nueva guerra a escala internacional, la precipitaron. Una vez imposible de evitar, el conflicto armado no se ganó por los meses que separan la firma de Múnich de la invasión de Polonia. Se ganó por una serie de circunstancias y complejidades que han sido estudiadas por la historia, por historiadores y por protagonistas del momento. La precipitación alemana fue una de ellas, ya que todavía no poseía un ejército moderno —<<no teníamos ejército digno de tal nombre>>, recuerda Speer que le dijo Hitler respecto al año 1936; dos años después ya era digno de tal nombre, pero todavía no lo suficiente—, ni una economía de guerra (que no llegaría a implantarse hasta casi al final del conflicto bélico). Por otra parte, su líder no era quien de liderar en los momentos cruciales, durante los cuales asumió el mando militar sin formación ni estar preparado para ello. La situación de los aliados también fue fundamental, así como las malas decisiones: un ejemplo, la de abrir el frente soviético sin cerrar el británico. Fueron muchas las causas, y Múnich solo fue un trámite, un paripé con el que Hitler volvía a tomar el pelo, más que la medida, a sus posibles rivales internacionales mientras ganaba tiempo para continuar su plan y su fijación, expuesta en su Mein Kampf, el panfleto ideológico que escribió durante su breve encarcelamiento, en el que exponía su antisemitismo y sus ideas e intenciones respecto a los pueblos alemanes y al espacio vital.


(1) <<El 24 de abril, Hitler anunció el “Programa Carlsbad”, que exigía que todos los territorios checos con un 51 por 100 de población alemana de los Sudetes (de acuerdo con los cálculos alemanes) debían ser devueltos de inmediato al Reich.

Las elecciones locales que incluían aquella exigencia tuvieron lugar el 22 de mayo. El ejército alemán comunicó que ese día realizaría maniobras cerca de la frontera, y el gobierno checo enfureció a Herr Hitler al anunciar la movilización parcial de su propio ejército ese mismo día. Llegados a aquel punto, el primer ministro Chamberlain envió una advertencia a Hitler en la que le informaba de que si se desencadenaba una guerra, Inglaterra participaría. Acto seguido, Hitler aconsejó a Konrad Henlein, el líder del Partido Nazi checo, que moderara su tono, consejo que Henlein siguió, y que constituye un hecho digno de mención como prueba evidente de que el propio Hitler en la primavera de 1938 todavía no estaba preparado para hacer frente a una guerra europea.>>

Gabriel Jackson: Juan Negrín. Médico, socialista y jefe del Gobierno de la II República española (traducción de Marita Gomis y Gabriela Ellena Castellotti). Crítica, Barcelona, 2008.

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