El acuerdo de Múnich, en el que no se contó con una de las partes interesadas, Checoslovaquia, condenó definitivamente a Europa a caer en manos de los regímenes totalitarios. El acuerdo alcanzado por Daladier, Mussolini, Chamberlain, ante las amenazada de Hitler, puso de manifiesto, más si cabe, la política de adulación y bajada de pantalones del británico y sus conservadores. Y aunque presumiese de haberla obtenido, no hubo paz, solo una nueva concesión de una larga serie de ellas. La situación estaba clara para cualquier mirada mínimamente analítica y objetiva; incluso un conservador y anticomunista como Churchill lo veía venir y lo alertaba. Años después escribiría sobre aquel momento y también apuntaría que <<Se han escrito muchos relatos de aquella memorable entrevista. No puedo hacer más que acentuar algunas características de lo ocurrido. No se invitó a Rusia. No se autorizó a los checos a participar en las reuniones. El gobierno checo fue escuetamente informado, en la tarde del 28, de que iba a celebrarse una conferencia entre los representantes de las cuatro principales potencias europeas. Se llegó a un acuerdo rápido entre los “Cuatro Grandes”. A las dos de la madrugada del 30 de septiembre, se redactó y firmó un documento conjunto. En esencia, se reducía a la aceptación del ultimátum de Goldesberg. El país de los sudetes sería evacuado en cinco etapas, que empezarían el 1 de octubre y terminaría en diez días. Una comisión internacional determinaría las fronteras definitivas. Se presentó el documento a los delegados checos a los que al fin se había permitido ir a Múnich para enterarse de las decisiones tomadas.>> (Winston Churchill: Memorias). En el peligro que suponía Hitler, Churchill coincidía con Stalin, a quien posiblemente no habría saludado en su vida, si las circunstancias no le hubiesen obligado a ello. Pero Churchill queda para otra ocasión y continuo con la idea de que contentar a las dictaduras fascista y nazi no era solución, ni parche ni una acción que supusiera el fin de las exigencias de Hitler. Este ya había dejado claro en su libro “Mi lucha” que lo suyo era ocupar el espacio que consideraba vital para la “raza germánica y aria”. Y ese espacio señalaba hacia el reino del gran ausente en la reunión de Múnich: Iósif Stalin, a quien Neville Chamberlain no invitó y a quien juzgaba más peligroso para los intereses británicos que Hitler y Mussolini. Sin embargo, por entonces, el conocido también por Koba no era la amenaza principal para las democracias, ni siquiera creo que lo fuese entonces, pues las necesitaba para proteger sus fronteras y sus intereses. Stalin les había propuesto, o lo intentaba, hacer un frente común antifascista, que uniera a Francia, Reino Unido y la Unión Soviética contra el poder nazi y fascista. La idea del soviético era que un acuerdo entre las tres grandes potencias que rodeaban el área de influencia germana sería suficiente para controlar a Hitler y a su futuro compinche italiano, al menos hasta que el Ejército Rojo estuviese en condiciones de poder derrotarlo en una guerra abierta. Stalin calculó mal, cuando se deshizo de sus mejores oficiales durante las purgas de 1937 y 1938; además era más maquiavélico y terrible que cualquiera de las figuras que inspiraron El principe, pero lo peor que tenía el georgiano, para un caballero británico, era su comunismo. La ceguera de Chamberlain, empeñado en una paz ficticia, supuso la cagada de su política ultraconservadora, que pasaba por contentar al dictador alemán. Esta realidad se unía a la hipócrita “No intervención” internacional en la guerra civil española; en la que los británicos fueron permisivos con los franquistas y rigurosos con la Segunda República… La situación para la crisis de aquellos años treinta era compleja, no cabe duda, y la decisión del primer ministro británico de negociar con Hitler, que todavía no las tenia todas consigo (1), y obligar a los checoslovacos a entregar parte de su soberanía al dictador nazi, fue, a toro pasado, uno de los mayores errores políticos del siglo XX, por mucho que se intente justificar las intenciones y decisiones con una condescendiente y falsa actitud pacifista o apaciguadora, pues, en realidad, no era más que una política de miedo, de preferencia y de no pocos prejuicios…
<<Yo sabía lo que no podían ver los millones de habitantes de la capital inglesa que me rodeaban: que con Austria caería Checoslovaquia y que, después, Hitler tendría el camino despejado para apoderarse de los Balcanes; sabía que el nacionalsocialismo, con Viena en su poder y gracias a la peculiar estructura de la ciudad, tenía en su inflexible mano la palanca capaz de zarandear Europa y sacarla de sus goznes>> (Stefan Zweig: El mundo de ayer. Memorias de un europeo)
<<Hitler enjuiciaba a los hombres de Estado de los potencias occidentales, según las impresiones que había recibido hasta entonces. Su sentido político, altamente desarrollado, le hizo ver que la mayoría del pueblo francés y sus dirigentes no buscarían en la solución de este problema, basado en la injusticia, un motivo para una guerra. En forma análoga enjuiciaba el estado de ánimo del pueblo inglés, con el cual quería vivir en paz. No se engañaba. El primer ministro inglés, Chamberlain, y el presidente del Consejo de Ministros francés, Daladier, se presentaron en Múnich, junto con el amigo de Hitler, Mussolini, y concertaron un acuerdo que legalizaba esta manera de proceder frente a Checoslovaquia>> (Heinz Guderian: Recuerdos de un soldado).
(1) <<El 24 de abril, Hitler anunció el “Programa Carlsbad”, que exigía que todos los territorios checos con un 51 por 100 de población alemana de los Sudetes (de acuerdo con los cálculos alemanes) debían ser devueltos de inmediato al Reich.
Las elecciones locales que incluían aquella exigencia tuvieron lugar el 22 de mayo. El ejército alemán comunicó que ese día realizaría maniobras cerca de la frontera, y el gobierno checo enfureció a Herr Hitler al anunciar la movilización parcial de su propio ejército ese mismo día. Llegados a aquel punto, el primer ministro Chamberlain envió una advertencia a Hitler en la que le informaba de que si se desencadenaba una guerra, Inglaterra participaría. Acto seguido, Hitler aconsejó a Konrad Henlein, el líder del Partido Nazi checo, que moderara su tono, consejo que Henlein siguió, y que constituye un hecho digno de mención como prueba evidente de que el propio Hitler en la primavera de 1938 todavía no estaba preparado para hacer frente a una guerra europea.>>
Gabriel Jackson: Juan Negrín. Médico, socialista y jefe del Gobierno de la II República española (traducción de Marita Gomis y Gabriela Ellena Castellotti). Crítica, Barcelona, 2008.
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