martes, 13 de abril de 2021

Delicias holandesas (1971)


Después de realizar varios cortometrajes durante la primera mitad de la década de 1960 y de dar el salto a la televisión hacia finales de la misma, en la serie Floris (1969), el siguiente decenio comenzó con un nuevo paso profesional para Paul Verhoeven, que consistió en realizar su primer largometraje. Y ese paso le llevo a rodar Delicias holandesas (Wat zien ik, 1971), en la que satirizó las apariencias a partir de las fantasías ocultas que la prostituta interpretada por Ronnie Bierman satisface a los demandantes de su arte. En su cotidianidad laboral y familiar, sus clientes son individuos serios y respetables, alguno un tanto estirados, pueden ser doctores, hombres de negocios, altos cargos o millonarios, pero, cuando cruzan la puerta del apartamento de la profesional, se trasforman en depredadores, en colegiales, en gallos de corral, en sirvientas adictas a la limpieza o en sumisos sexuales. Estos burgueses de comportamientos intachables, cuando se cubren con su máscara de corrección impuesta por el medio donde se reprimen, buscan desinhibirse en el Barrio Rojo. Allí, de buen grado, pagan por realizar sus fantasías sexuales, aquellas que no se atreven a insinuar ni pedir en sus casas, quizá porque atenten contra la falsa decencia que mantienen en su entorno moral, donde, incluso, puede que haya quien las califique de perversión y a ellos de pervertidos. Pero tras el humor y la sátira, apunta ese cineasta que ya desde su primer largo se posiciona y da el paso hacia la disidencia de lo políticamente correcto y señalar la hipocresía que se esconde detrás. Verhoeven se planta de cara ante esa corrección del orden establecido, frente a la imagen proyectada, y la cuestiona, la pone en duda, se burla de ella, como antes se habían burlado Hitchcock o Mankiewicz, e intenta desvelar qué se oculta detrás. Así nos muestra una realidad más verídica, despojada de la máscara que se impone para crear la capa de falsa decencia. ¿Pero qué es decencia o quien decide qué es decente e indecente? En Delicias holandesas es más decente el comportamiento de las dos prostituta amigas, Nell (Sylvie de Leur) y Greet, que el proxeneta de la primera, que la maltrata y vive de ella, o quien será su marido, que parece quererla para que le mantenga la casa limpia; o el de los clientes de la segunda —el hombre que llama a su esposa para decirle que llegará tarde a casa, pensando en lo bien que se lo va a pasar con la prostituta o el alegre Piet (Piet Römer), que conquista a Greet para mantener la relación sexual activa que no encuentra en su cama, con su mujer—. Greet hace lo que hace, ejerce y no engaña. Cobra por satisfacer fantasías y ganas, y lo deja claro—incluso tiene una calculadora para sumar el coste de los servicios prestados—, da lo que el cliente compra y, además, su actitud no juzga el comportamiento de sus amantes de pago. Pero la prostituta se enamora de Piet, el hombre casado, quizá enamorada, quizá con esperanzas de poder estarlo. Lo que queda claro es su entrega al hombre a quien no cobra, porque le ha hecho sentir feliz, le dice, como también le dice que le gustaría volver a verlo. Y así es durante un breve instante, mientras dure las ganas de aventura de un hombre que tampoco cambia la vida de la prostituta que sí ayuda a cambiar la de su amiga.



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