Hay aficiones que se convierten en pasiones, en formas de ver el mundo o a través de las cuales verlo. Esto podría aplicarse a la relación que Chano Piñeiro estableció con el cine, con Galicia y con su cámara, una súper 8 que Mariluz Montes, su mujer, le regaló hacia la mitad de la década de 1970. Chano, autodidacta en cuestiones cinematográficas, realizó su primer cortometraje en 1977, Os paxaros morren no aire, y al año siguiente inició el rodaje de su primer largometraje, el primero que se rodaba en gallego. En su mayor parte, Eu, o tolo (1978) se filmó en 1978, en diferentes ubicaciones y localidades gallegas, pero no vería la luz hasta cuatro años más tarde, cuando se estrenó en Vigo, localidad donde el cineasta tenía su residencia. En aquel momento no podría apreciarse, debido a que se trataba de un primer largo y un segundo trabajo, pero, visto en retrospectiva, lo que parece quedar claro es que las constantes de Piñeiro ya se encuentran en este film a medio camino entre cine aficionado y profesional. Dichas constantes —que darán forma a la “galeguidade” cinematográfica del cineasta— asoman salvajes, sin pulir, con ganas de hacerse visibles y audibles, dando forma al discurso que en Eu, o tolo se construye a través del aprendizaje y vivencias del protagonista. Es evidente que el cineasta no pretende plantear cuestiones antropológicas ni metafísicas, busca y da respuestas, según su pensamiento y su compresión, y quizá momentos vitales que le han llevado hasta ese presente de 1978 en el que rueda. Posiblemente, Piñeiro cediese algunas experiencias propias a su protagonista —también tuvo que salir de su entorno original para continuar su proceso educativo en Marín y Santiago de Compostela—, a quien hace adulto en un instante de transición y de supuesto Desarrollo, pues, tras el supuesto, la satírica odisea de Eu (Xosé Manuel Olveira “Pico”) desvela otra realidad. Inicialmente, Eu asoma en la pantalla entre las figuras de sus padres. En ese instante es un niño de ocho años, aunque con la salvedad que está interpretado por un adulto, y la madre habla de él al narrador, que lo acaba de presentar, como si no estuviese presente —por otra parte, algo típico en madres, padres y narradores. La mujer dice que quiere que su hijo sea un hombre de provecho, que no sufra la precariedad en la que ellos han vivido, y, para ello, dice que debe estudiar. Como cualquier muchacho de su edad, Eu es un ingenuo que desconoce el mundo y que tampoco sabe en qué consiste ser un hombre de provecho. Solo es un niño que acata el deseo de sus padres, que deben emigrar, y abandona la aldea materna para continuar sus estudios en un colegio religioso donde empieza a temer o a sentir miedo. El mundo al que ha sido arrojado es un misterio que irá comprendiendo gracias a su encuentro con la vieja bicicleta de la que se enamora. El medio de locomoción asume la complejidad, la emotividad y la capacidad reflexiva también atribuidas a los humanos. De ese modo, humanizándola, la bici corresponde su amor, piensa, le hablar y lo lleva por Galicia —aunque esta no se nombra, solo se alude a ella como tierra de lluvia. Recorre la ciudad, y su caos, la costa, ven a otros humanos, que sorprenden al niño que ha crecido, le habla del motor existencial de los hombres y de las mujeres: el dinero. Con su enamorada, vive el choque entre el rural y el urbano, lo cual es aprovechado por Chano para plantear problemas de la sociedad del Desarrollo. Pero la narrativa del cineasta de Forcarei no es sutil, quizá no pretendiese serlo o todavía no lograba serlo con esa cámara de Súper 8 con la que se convirtió en una de las figuras pioneras del cine galego. En este primer largometraje, Chano busca ser original, simpático y exagerado, pero esa misma exageración o caricatura del espacio y de los personajes, con la que pretende llegar a la realidad que se esconde tras la parodia representada, cae en zonas comunes. Quiere valerse del estereotipo, y acaba abusando de él. Desde esa exageración del tópico habla del progreso, de sus sombras, de quienes se reparten el pastel económico y el poder político —todos están presentes en la comida donde alguien dice que solo falta el pueblo—, y, como autor, ofrece su visión, pero sin lugares donde el tono blanco y el negro igualen su tonalidad en el gris. Y así, poco a poco, el protagonista va recorriendo los diferentes espacios; y así, según avanzan los minutos, lo que en un primer momento era el punto fuerte de Eu, o tolo se transforma en un lastre que erosiona el interés que había despertado en la primera parte de su recorrido, cuando Eu todavía era un ingenuo que viajaba en compañía de la bicicleta.
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