lunes, 12 de abril de 2021

El niño (2014)


Existe un nutrido grupo de películas fronterizas, westerns, dramas y policíacos, que acercan y distancia dos espacios, separados por una línea imaginaria, por una cadena montañosa, por un estrecho o un canal marítimo o por un río Grande. Tanto las marcas físicas como las políticas marcan los límites territoriales, pero, sobre todo, en el caso de los films fronterizos establece una separación entre dos sociedades y dos modos de vida, entre el bienestar y su promesa. En España, el cine fronterizo no suele ser objeto de atención, y de serlo mira hacia el otro lado de los Pirineos. Mira hacia Europa. Menos frecuente, aunque de unos años a esta parte la tendencia parece estar cambiando, el cine español mira hacia África. Recuerdo que Imanol Uribe lo hizo en Bwana (1996) y Montxo Armendariz en Las cartas de Alou (1990), ambas ambientadas en la costa andaluza y centrada en los prejuicios de la sociedad española hacia los emigrantes subsaharianos. Más recientemente los dramas como Adú (Salvador Calvo, 2020) o El cuaderno de Sara (Norberto López Amado, 2018) viajan al continente africano para desarrollar sus historias, aunque este último no es un film fronterizo, como sí lo es la película de Calvo en la parte que dedica a Melilla y su muro. Y también en un policiaco como El niño (2014), en la que Daniel Monzón confirmaba su buen manejo para la acción y la tensión narrativa sin salirse de las pautas marcadas por el cine de acción y del thriller hollywoodiense. Escribo confirmaba porque ya en Celda 211 (2009) su narrativa alcanza un grado de intensidad que atrapa al espectador junto a los presidiarios. Pero donde la acción se desarrollaba en un espacio cerrado, un correccional, en esta otra las dos historias: la del “niño” (Jesús Castro) y la Jesús (Luis Tosar), el policía empeñado en desarticular una red de narcos, se entrecruzan en un espacio abierto, de tránsito, donde también se cruzan varias culturas y mundos.


Más que el dinero fácil, con el que sueñan sus compinches, el niño encuentra en el riesgo su oportunidad de no aburrirse. Huir de la rutina y la ausencia de expectativas, que le rodea y amenaza, es su mayor motivación, hasta la aparición de Amira (
Mariam Bachir), quizá no tenga ninguna, salvo soñar con la libertad. Por su parte, el agente tiene entre ceja y ceja desmantelar la organización de narcotráfico —lleva dos años trabajando en ello— para la que trabaja el inglés (Ian McShane) a quien sigue en Gibraltar. No son tan diferentes, el “niño” y Jesús se arriesgan porque ambos son mitad idealistas mitad víctimas de su empeño. Ambos quieren cambiar sus respectivos mundos, en pequeña escala el muchacho, a mayor escala el policía. Sin embargo, ni uno ni otro cambiarán nada en el orden de las cosas. No pueden y eso quizá es lo que saben y callan, es lo que les mantiene en todo momento contra el orden que sigue el resto. Pero El niño no se detiene en analizar a sus personajes, ni el entorno por donde se mueven. Toma el espacio fronterizo, la emigración, el narcotrafico y la imposibilidad de la pareja de policías, interpretada por Tosar y Bárbara Lennie, para crear un film donde la acción es lo primero, aunque con el acierto de pausas para desarrollar, aunque sea de manera escueta, los personajes y sus relaciones personales —niño, el Compi (Jesús Carroza) y Halil (Saed Chatiby), por un lado; y la de Jesús y Sergio (Eduard Fernández), por otro— y sus situaciones en sus respectivos trabajos, también fronterizos: a uno y a otro lado de la ley.



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