sábado, 10 de abril de 2021

Ons (2020)


Prescindir de adornos, de golpes de efecto o de fondo musical, e introducir un paisaje que remita al fondo humano, un ritmo pausado, silencios, frases que aspiran a transcendencia o dejar que los sonidos naturales envuelvan el ambiente, no implica que un film se aleje del artificio o que vaya a transmitir veracidad. Tener la intención (de acceder a la verdad de emociones y sensaciones) no implica necesariamente que se logre plasmar en la pantalla lo que se pretende o lo que se tiene en mente. Decía Pessoa en su Libro del desasosiego algo así como que la obra perfecta o la más perfecta posible es aquella que se piensa o se sueña. Una vez que se escribe, pierde. Quizá ocurra lo mismo con el cine, y desde la idea hasta su materialización haya algo que se desvanece, que no llega a nosotros o que se queda en la mente de quien crea. A veces parece que eso no sucede, posiblemente porque la obra nace y se hace en un equilibrio solo al acceso de un momento determinado. Por ejemplo, Nuri Bilge Ceylan lo consigue en Winter Sleep (Sueño de invierno) (Kis uy kusu, 2014), logra aislar a sus personajes en un entorno físico que, sin forzarlo, redunda el reflejo de interioridades que se igualan al paisaje. Sin embargo, la suma del entorno de Ons (2020): sonidos costeros, gaviotas, mar, viento, la brevedad en los diálogos, los personajes entre lacónicos y perdidos, no consiguen que su aislamiento se sienta veraz fuera de la pantalla. No logra penetrar en ellos, ni en esa topografía sentimental de la que habla el matrimonio que huye de su pasado y se aísla en su presente insular. No lo consigue porque, por alguna razón, Alfonso Zarauza se queda en la foto exterior, en la pretensión de hacer creíble que la imagen contiene un mundo interior bajo la superficie. Sin embargo, lo que veo me hace pensar que no existe nada ahí dentro. No hay algo en los personajes que me suene veraz. Su dolor, su incomunicación, su distanciamiento, su desorientación o su deriva emocional nunca llegan a sentirse bajo su piel. No sale de ellos, se impone en ellos.



En Ons, Zarauza tiene la intención y da el primer paso, quizá el más importante, pero su marcha se queda a medio camino y permanece aislada en una zona entre el querer y el poder. Quiere ser, pero no puede serlo, pues Ons es incapaz de penetrar en sus personajes, en su no historia, en su no búsqueda y en la inexistente topografía sentimental de la que no tengo ni idea y de la que Mariña (Melanie Cruz) le habla a Vicente (Antonio Durán “Morris”), el matrimonio que se aísla en su no soledad, en su no libertad para estar solos. Tampoco su alejamiento encuentra respuesta en una intención de acercamiento; o puede que ambos sean náufragos de sí mismos y del mundo del que pretende tomarse un respiro, náufragos como la joven (Amaël Snoek) a quien Mariña recoge en la playa. Quizá la desconocida o extraterrestre, como bromea su salvadora, despierte algo en ella, algún resorte que le haga sentir que ella misma es de otro planeta, distinto al de Vicente o al de los habitantes de la isla. Pero la sospecha de que la pareja no siente emociones reales me asalta durante los ochenta minutos que dura el film. Lo cierto es que los personajes de Ons me llegan forzados desde el inicio, en la lancha donde la rigidez de la pareja no responde al medio de transporte, sino a la intencionalidad de introducir la distancia que les separa y que parece agudizarse tras el posterior desembarco en la isla pontevedresa donde transcurre la totalidad de la película. Respecto a esta intención de forzar, encuentro la confirmación en la escena de Isabel (Marta Lado) en el faro, cuando habla con Vicente y le comenta que si es la última de una estirpe (la de los fareros), que sabe lo que es vivir en el continente y en la isla, y que vivir en soledad y libertad es una de las paradojas del faro. ¿De qué paradoja habla, si la única libertad posible, solo podría darse en soledad? Aquí cabe recordar que soledad y aislamiento son dos estados humanos distintos, y que hay frases que nada dicen en su grandilocuencia. Pero Ons no habla de paradojas, quiere hacerlo sobre el aislamiento (de sus consecuencias y de cómo la incomunicación, las dudas y las distancias llevan hacia él y crecen dentro de él), pero no lo comunica, lo fuerza. Lo más destacado de la película lo encuentro en ciertos momentos del personaje de Melanie Cruz y en el paisaje fotografiado por Alberte Branco, ese fondo costero atlántico, con el azul o gris del mar bañando la isla de donde me voy con la sospecha de que Alfonso Zarauza no logra transmitir el estado de sus protagonistas con el acierto de Os fenómenos (2014), en la que la interpretación Lola Dueñas desborda humanidad y veracidad en su reinicio existencial.



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