Os fenómenos (2014)
La idea de cambio existencial aparece en La noche que dejó de llover (Alfonso Zarauza, 2008) como parte de la fantasía del protagonista, pero, su sueño, o ideal al que se aferra, no puede abandonar el espacio imaginario para cobrar forma real. Por contra, en Os fenómenos (2014), Zarauza posibilita que el personaje de Lola Dueñas evolucione respecto al dandi de su primer largometraje. Ella puede, porque tiene los pies en el suelo, y da el paso necesario para llevar su intención a la realidad. La idea que la empuja, no sería tan precipitada como aparenta ser, sino que habría sido meditada durante un periodo anterior, que no se verá en la pantalla. Cansada de vivir en la inestabilidad, Neneta viaja hacia su reinicio. Abandona a Lobo (Luis Tosar), con quien comparte una vida errante, y, sin detenerse ni mirar atrás, conduce desde Cabo de Gata (Almería) hasta un municipio en la zona de Ferrol (Galicia). Son dos extremos geográficos y, en la mente de esta mujer, también son antagónicos. El primero es el presente que necesita convertir en pasado, el segundo se le antoja como el pasado abandonado tiempo atrás, que no pretende recuperar, aunque sí utilizar como la base sobre la cual cimentar su futuro. En su intento, Neneta regresa con su bebé a su pueblo natal, lo hace en la furgoneta que le sirve de vivienda y que, hasta entonces, había compartido con el hombre a quien, aún queriendo, abandona. En la villa marinera, se produce su reencuentro con su madre (Patricia Vázquez), que le cierra la puerta del hogar, gesto que informa de la ruptura entre ambas, al tiempo que apunta circunstancias pretéritas que las ha distanciado. Pero se omiten, pues no hace falta hablar de ellas ni forzar la reconciliación, acercamiento que se produce gracias al bebé, cuya presencia reestablece el lazo materno-filial. Neneta necesita dotar de estabilidad a su vida y, para ello, precisa dinero y, para conseguirlo, debe encontrar un empleo. El único que consigue es de peón en la construcción, pero el mundo del ladrillo se presenta ante ella lleno de irregularidades e ilegalidades. Se paga en A y en B y se contrata inmigrantes sin legalizar su situación, lo cual conlleva el estado de alarma que los obliga a ocultarse cuando amenaza una inspección laboral. Mientras, los días, las semanas, los meses transcurren, y ella se mantiene firme en su intención. Se adapta al espacio, donde destaca por su entrega y su iniciativa, recupera su relación con Furón (Juan Carlos Vellido) y sobrevive a un medio primero hostil y luego cotidiano. Sobrevive al rechazo que implica ser mujer en un oficio hasta entonces de exclusividad masculina, supera sus problemas familiares o cree transformar la ilusión en realidad, cuando, avalada por la casa materna, pide un crédito bancario y compra su propio piso, construido a prisa y con materiales de baja calidad.
La intimidad de Neneta y el entorno, físico y humano, que la rodea fluyen de forma natural en la propuesta de Zarauza, una propuesta en la que el cineasta no esconde su postura, ni su simpatía hacia el grupo de peones en el que desarrolla la amistad entre la protagonista y varios compañeros —Balboa (Miguel de Lira), Avelino (Gonzalo Uriarte), Josué (Xúlio Abonjo) y Curtis (Xosé A. Touriñán)—, que confieren mayor atractivo y autenticidad local al film. Ellos son los trabajadores a quienes el empresario Barreiro (Alfonso Agra) califica de "fenómenos" cuando les entrega su salario, pero lo dice porque los explota sin recibir quejas y le reportan beneficios económicos. <<Vosotros seguid así, que sois unos fenómenos! ¡Unos fenómenos!>>, exclama antes de que la crisis se cebe con los más débiles; es decir, con los obreros-fenómenos que verán desaparecer cualquier promesa de estabilidad y de bienestar. Ese momento llega, y con él lo hacen los despidos, los impagos y, finalmente, la carestía económica que impide la continuidad a los "pequeños" sueños de trabajadores como Neneta o Josué. El plano con el que Zarauza se distancia y se despide de su protagonista parte de la terraza de Neneta. Es un plano del personaje, que mira hacia el exterior físico y hacia su interior: hacia el pasado, que se va, hacia el presente, en el que se encuentra, y hacia la incertidumbre que se abre ante ella. La cámara se aleja y amplia el encuadre, hasta observar las terrazas de los apartamentos contiguos y sus respectivos carteles de se vende. En ese instante, no se muestra un conjunto vacío de viviendas, se enfoca el final de la estabilidad que, al inicio, la protagonista pretende hacer real. Entonces, la realidad no la impide, pues aquella inestabilidad pretérita nace de dudas e intenciones existenciales, y difiere de la actual -de carácter más económico- contra la cual tendrá que seguir luchando en una batalla que, a pesar de las décadas que las separa, guarda relación con la dignidad y la idea de bienestar que precipitaron la migración del obrero de La piel quemada (José María Forn, 1966).
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