viernes, 29 de mayo de 2020

Los inútiles (1953)


La memoria creativa es caprichosa y selectiva, también olvidadiza, vaga y desordenada. No busca nostalgia, confunde recuerdos, prescinde de fechas, difumina rostros e ilumina otros; incluso se apodera de imágenes ajenas, quizá vistas en la pantalla o en la complicidad de una charla o de una lectura que borra las distancias temporales y espaciales. Este tipo de memoria podría ser la desarrollada por Fellini en sus películas, iguales y distintas, sin plagio, con sus múltiples variantes y las constantes que se repiten y remiten a su imaginario. La memoria, la creativa, la de Fellini, la de cualquiera que no pretenda encontrar realidad sino verdad, acepta la sinceridad tramposa y mentirosa de su mezcla de vivencias, experiencias e inexistencias, de su confundir lo vivido con la fantasía de que se ha vivido, sin establecer límites entre realidad e irrealidad, entre vigilia y sueño. Comprenderlo resulta atrayente, mucho más que asumir que los recuerdos son réplicas exactas de instantes quizá reales o vividos. Viendo las películas de Fellini es innegable que uno se enfrenta o se deja conquistar por mundos inexistentes que sí existen en la suma de las realidades y fantasías de su creador. Esto lo corrobora Amarcord (1973), cuyas imágenes existen entre la mentira y la verdad que se combinan en la evocación e interpretación de lo que fue y lo que nunca llegó a ser. Esta mezcla podría definir el "cineimaginario" fellinesco, cuya puerta de entrada se encuentra en Los inútiles (I vitelloni, 1953), aunque ya en El jeque blanco (Lo sceicco bianco, 1952) abre una ventana a la fantarrealidad que seduce con su apenas pasa nada y pasa de todo, donde habitan vagos, caricaturas, clownes, otros personajes a cada cual más grotesco y los distintos rostros de su Roma y su Rímini, que poco o nada tienen que ver con la imágenes habituales de ambas ciudades.


El cine de
Fellini es reconocible en función de sí mismo, puesto que los espacios, los personajes y las situaciones forman un cosmos propio que libera definitivamente su fuerza creadora en 8 y medio (Otto e mezzo, 1963), sin duda el film que desató la creatividad indiscutible e inimitable que en Los inútiles todavía mantiene contactos con la realidad neorrealista; aunque dicho realismo funcione y exista como parte, no como todo. Funciona como un elemento más de la poesía, de la fantasía y de las identidades que se dejan ver por locales, calles o esa playa vacía donde los cinco amigos contemplan el mar y su horizonte gris. Son vitelloni y también son evocaciones de los jóvenes a quienes Fellini observaría <<a través de los vidrios del Bar Ausonia>>1 en su adolescencia riminiense. El ingenuo, el mentiroso, el mujeriego, el pueblerino, el soñador, que vive engañando y engañándose, son personajes, pero al tiempo son él, lo que quiere decir que son la interpretación que el realizador hace de esos jóvenes acomodados en su rutina y en su pereza, de las que no pueden ni pretenden salir, aunque hablen de cambios y de sueños que, salvo en un caso, posiblemente se pierdan en el olvido. Pero Los inútiles invita a no olvidar, a ser testigo de la monotonía de sus personajes, reconocibles y al tiempo ajenos, de hombres y mujeres que si bien podrían existir, en realidad, solo existieron en la mente de Fellini, en ese espacio creativo que solo es posible entre la realidad y la fantasía, en el mundo cinematográfico de los recuerdos y de la fabulación de un cineasta que prefería la autenticidad de las emociones a cualquier realismo físico; prueba de ello la encontramos en que su Rímini es evocación y no geográfico.


1.Fellini. Les cuento de mí. Conversaciones con Constanzo Costantini (traducción Fernando Macotela). Editorial Sexto Piso, Madrid, 2006 

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