martes, 12 de mayo de 2020

La gran mentira (1956)



La pasión de Rafael Gil por el cine le llegó de niño y, en cuanto pudo, escribió sobre películas. Primero lo hizo como aficionado, más adelante lo haría en medios especializados y, una vez detrás de las cámaras, coqueteó con el metacine en Viaje sin destino (1942). Pero fue en La gran mentira (1956) en la que abordó de manera directa el medio al que dedicó su vida. En un momento puntual del film, Paulino Sándalo (Juan Calvo) replica <<¿qué cree, que está en una película escrita por Escrivá y dirigida por Rafael Gil?>> El interrogante parodia a los autores reales y reafirma la distancia entre realidad y ficción (ya establecida en la primera escena). La respuesta del productor rechaza la idea que, segundos antes, aportó uno de sus empleados, ya que le propuso un final milagroso que se desarrollaría en Lourdes, y que posibilitaría que la protagonista pudiese caminar. Paulino lo descarta y, en su rechazo, también ironiza sobre el cine realizado por Escrivá y Gil durante la primera mitad de la década de 1950. El empresario, quizá aprendiz de Césareo González, prefiere algo más mundano, realista y vendible, algo acorde con la historia real que inspira su última producción y con los gustos del momento. No pretende milagros, busca comercialidad. En su despacho luce en grandes letras <<sé como el sándalo que perfuma el hacha del leñador que lo hiere>>, pero dudo que la máxima, atribuida a Buda, tenga la misión de recordarle que debe devolver bien por mal. En esa pared, confirma que el sándalo -y él, por apellido- no distingue entre el bien y el mal; carece de conciencia e igual perfuma una caricia que un corte. En el despacho, las letras budistas obedecen al narcisismo del productor y a la inhumanidad de los negocios y del dinero.


Desde su inicio, en la solitaria oscuridad de un plató, La gran mentira separa realidad y ficción, e intenta desvelar los entresijos de la industria. La voz en off que acompaña las primeras imágenes cuenta que ahí se crean dramas, aventuras, alucinaciones y sueños que el público verá en las pantallas. También habla de su cara oculta, una cruel, donde la realidad dista de la apariencia que se desarrolla en la siguiente escena, a la salida de un estreno al que asisten personalidades y estrellas del ámbito cinematográfico. El locutor radiofónico anuncia a la presencia de Jorge Mistral, José Luis Sáenz de Heredia o Fernando Fernán Gómez; también de Raúl Estrada (Ángel Jordán) y Susana Millán (Jacqueline Pierreux), la pareja protagonista del film que se ha proyectado. Pero, entre tanta sonrisa y exaltación del cine patrio, el presentador no presta atención a César Neira (Francisco Rabal), en quien la cámara se centra cuando una joven lo reconoce y le pide un autógrafo. Se trata del galán olvidado y del amante de la actriz en auge, a quien pide que interceda por él ante ese productor que solo piensa en el aroma del éxito y del dinero. Durante estos primeros compases, se combinan dos realidades: la visible —publicidad, glamour, alegría y admiración que las estrellas despiertan en los espectadores— y la oculta —el olvido, los intereses, las ambiciones y la falsedad que se oculta tras los sueños de celuloide. Así, La gran mentira se desdobla en el melodrama convencional y en cine dentro de cine, lo que le permite enfrentar romanticismo y pragmatismo, la ensoñación de Teresa Campos (Madeleine Fischer) y la ambigüedad de César, la cual responde a la de la industria del cine.
Pero la propuesta de Gil no es experimental, como sí lo fueron El sexto sentido (Nemesio M. Sobrevila, 1929) o Vida en sombras (Lorenzo Llobet-Gracia, 1947); con esto quiero decir que no experimenta con las posibilidades metalingüísticas del cine, se limita a hablar del ámbito cinematográfico. Su intención se acerca más a la de King Vidor en Espejismos (Show People, 1928), y muestra dos formas de ver cine: desde fuera y desde dentro. Y, para ello, se vale del doble rostro del romance de sus protagonistas. Concede a Teresa, ganadora de un concurso radiofónico, el sueño de una realidad inexistente, se enamora de alguien irreal; y al actor el papel de galán que interpreta en la realidad, a pesar de ser consciente de que su mentira es una <<canallada>>. César lo acepta porque antes aceptó el consejo de su agente (Manolo Morán), cuando este le dijo que se dejase ver, porque solo la popularidad podría devolverlo a la pantalla, a ser el protagonista de fantasías similares al engaño que, en su ingenuidad, la joven desea real.

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