La soltería femenina o el matrimonio, tema que a primera vista plantea Días de otoño (1964), puede sonar desfasada en la sociedad actual, que presume de liberal, aunque no dice que solo lo es donde consiente serlo, pero, aunque fuera así, queda el talento narrativo y melodramático de Roberto Galvaldón, cuyas atmósferas en La otra (1946), La diosa arrodillada (1947), Macario (1960) o Días de otoño se enrarecen a la par que se hacen oníricas, incluso espectrales, para ir más allá del exterior que envuelven. Dicho onirismo, que también puede rastrearse en otros guiones de Julio Alejandro, coguionista junto a Emilo Carballido del guion de Días de otoño (la cuarta colaboración de Alejandro y Gavaldón), cobra maestría en la iluminación de Gabriel Figueroa y en el rostro, en la mirada y los gestos, de Pina Pellicer, que da vida a Luisa, una mujer introvertida que llega a la ciudad donde, gracias a la recomendación escrita por su tía, encuentra trabajo en la pastelería de don Albino (Ignacio López Tarso). Allí se la descubre soñadora, sueña con el amor, el matrimonio y los hijos, y crea la mentira que la conduce al autoengaño, ¿o es este el que depara su invención?
La sucesión de ilusiones y mentiras depara los mejores momentos de Días de otoño; por ejemplo, en el parque de atracciones donde quiere ver su deseo hecho realidad en la doble sombra que se proyecta sobre el suelo o cuando se viste de novia y acude a la iglesia entre convencida de que allí le aguarda el novio, esperanzada cuando le sonríen los supuestos invitados y temerosa de que cuanto cree sea falso. En ese instante, cual Quijote, personaje cervantino que Gavaldón adaptará en la de década de 1970 a partir del guion de Carlos Blanco, a quien también se debe el guion de la magistral Los peces rojos (José Antonio Nieves Conde, 1955), con la que este melodrama guarda relación espectral, Luisa inventa un mundo a la media de su ilusión. Lleva al límite su sueño, su esperanza, que no es más que la defensa ante su frustración creciente, la que le genera la imposibilidad de hacer real su deseo, y lo confunde con la realidad… Es su defensa frente al exterior, pero también su elección ante la disyuntiva íntima que se plantea cuando piensa que <<un día acabará el olvido o acabará la esperanza>>. Ese pensamiento hace del personaje y de la película algo más que un film sobre la situación de la mujer en un determinado momento. Luisa no solo representa la huida de la soltería y del que dirán, puesto que la situación de la heroína, su autoengaño y su ensoñación, desvelan su interioridad humana y accede a aspectos atemporales como puedan serlo la soledad hiriente, el temor al olvido, el deseo de amor y de ser amada o la fantasía como vía de escape hacia donde Luisa también se descubre atrapada…
No hay comentarios:
Publicar un comentario