El cine bebe de la realidad para escaparse de ella y así poder crear otra a medida de aquello que pretende conseguir: un entretenimiento, una buena recaudación o un discurso crítico (o puede que propagandístico). En el caso de Good Morning, Vietnam (1987) logra las tres metas arriba señaladas y, también, la del lucimiento de su estrella: Robin Williams. Obviamente, la película es para él o él la hace a su medida excesiva y tal como se expone en pantalla, aunque exista, la historia que Barry Levinson cuenta, desaparecería sin la forma que el actor confiere a su personaje, que se convierte en el centro de cuanto se ve en la pantalla. Inspirado en el locutor radiofónico Adrian Cronauer, el de Williams resulta distinto al real; tal vez porque se sitúe en una ideología en las antípodas o que el ficticio es la creación del actor que le da vida —su Cronauer reúne tics que se encuentran en la mayoría de los personajes encarnados por Williams—. Y ese distanciamiento del Cronauer real resulta necesario para el discurso de Levinson; el que emparenta su película con otras contemporáneas que abordan, desde una perspectiva crítica, la intervención estadounidense en Vietnam: Platoon (Oliver Stone, 1986), La chaqueta metálica (Full Metal Jackett, Stanley Kubrick, 1987), Nacido el 4 de julio (Born on the Fourth of July, Oliver Stone, 1989) o Corazones de hierro (Casualties of War, Brian de Palma, 1987). En estas historias los personajes centrales posibilitan el acceso al conflicto que se erige en protagonista; aunque, como apunto arriba, en Good Morning, Vietnam el centro de todo es Williams; ni la intervención militar ni la pérdida de la inocencia, ni las causas ni las consecuencias, ni las mentiras ni las verdades a medias, aunque algo de lo dicho asoma en momentos en los que el actor pisa el freno…
Por aquel entonces de la década de 1980, tal vez ya cansados del reaganismo, empezó a proliferar en el cine bélico estadounidense, esa postura incómoda que, años atrás, ya se expone en películas europeas como O. K. (Michael Verhoeven, 1970) o, hacia finales de los setenta, en Michael Cimino y Francis Ford Coppola, que habían iniciado con El cazador (The Deer Hunter, 1978) y Apocalypse Now (1979) las primeras producciones hollywoodienses que se adentraban en el conflicto para descubrir y desvelar aspectos sombríos de la intervención y de la guerra, aquellos que, sin duda, alguien como John Wayne evitó en la propagandística Los boinas verdes (The Green Berets, 1968) o que en Rambo (First Blood Part II, George Pan Cosmatos, 1985) no asoman ni por descuido. Pero el personaje de Williams no entra en contacto con el campo de batalla. Su Cronauer accede a un espacio mediático, la radio, donde la lucha se desata entre la verdad y la censura que la silencia. Para hacer hincapié en esto, el locutor da rienda suelta al histrionismo, que si bien obedece a su modo de entender su oficio de cómico radiofónico, sirve para remarcar el choque de opuestos que asoma desde el inicio, cuando ese aviador ficticio y dicharachero aterriza en Saigón, en 1965, desaliñado, sin el uniforme reglamentario, con actitud de quien llega para hacer turismo, que se antoja mucho más divertido y correcto que la ocupación militar de un país lejano, aunque esta presencia masiva de tropas se esconda detrás del eufemismo “pacificación”. La primera imagen del personaje no obedece a su traslado precipitado, de Grecia, su destino anterior, al Sudeste asiático, aunque apenas haya tenido tiempo de cambiarse, sino que sirve al propósito de Levinson, que busca mostrar algún rasgo que, ya en ese instante primigenio, defina la personalidad de su protagonista. Así, ya se comprende que se trata de un subversivo dentro del orden que revoluciona. No es marcial ni uniforme, ni piensa acatar las normas castrenses que el sargento mayor guarda con encomio, intransigencia y militarismo. Imagen que se confirma en la reacción del sargento mayor ante su llegada, pues el humor irreverente y la gracia de Cronauer le precede, motivo que irrita al suboficial, que teme que el orden al que sirve se venga abajo. Por otra parte, Cronauer llega para animar a los soldados estadounidenses con su estilo radiofónico desenfadado cuya gracia reside en el humor bufo, en la caricatura y el rock’nd roll, pero también en la certeza de que los medios han de decir la verdad de los hechos; postura que choca con la censura militar imperante, una censura que contradice la idea central sobre la que se sostiene cualquier país que presuma de defender la libertad…
Buena actuación de Williams y la historia está bien narrada. Hoy día no existe la rebeldía de aquellos días los han comprado a todos sin excepción, desde esos espectáculos en la casa blanca donde los yupis músicos millonarios tocan ante el presidente demócrata de turno, mientras este genera guerras y mata a la población del mundo occidental. O mientras Julian Paul Assangees condenado al ostracismo como si fuese el hombre de la máscara de hierro del siglo XXI y ningún musico de rock dice nada todos se venden a las cámaras y los abrazos de un presidente que representa lo más bajo del ser humano. La rebeldía fue comprada por un poco de cámara y dinero, el ego sin límite de una manera de entender al mundo como si este fuese un programa de televisión, todo parece rápido como la comida que se vende en los MCDONALS y las demás cadenas de veneno alimenticio. Ha quedado un sabor a millones en cada cantautor de Woodstock y el que no se plegó al dinero a quedado bajo tierra escondido como una ciudad oculta tras las luces de un espectáculo interminable. Ahora que el idioma español es tomado por un modo de hablar intelectualmente bajo para los dueños del mundo que son anglosajones todo cuadra somos mano de obra, somos inferiores y ellos los superiores, ingleses y franceses siempre son los mismos. El mundo es de quien lo domina a nivel cultural y económico, vender una mentira siempre resulta satisfactoria. La culpa de todo siempre la tiene el pobre, el rico es fino, piensa más fino y vende una bota que te pisa más rápido. Vietnam fue puesta a la vista de todo el negocio, los asesinatos y la destrucción del espíritu revolucionario por el poder de la propaganda. Los vietnamitas son llamados “simios” claro no se pliegan a la “democracia de EEUU” como en siglos anteriores nuestros ancestros americanos no se arrodillaban frente a la Biblia y entonces la espada los instruía.
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