La infancia y la juventud son recurrentes en el cine de Renato Castellani, quien debuta en la dirección en la década de 1940, siendo uno de los llamados a evolucionar el neorrealismo de la inmediata posguerra hacia la comedia y el drama. En todo caso, muchas de sus películas son recreación y testimonio de una época ya parte de la historia contemporánea italiana. El niño, adulto en el presente desde el cual narra los hechos que se suceden a lo largo del metraje de Venganza siciliana (Il brigante, 1961), es testigo y testimonio de una época pretérita y de una situación social semifeudal en la que los campesinos apenas son más que siervos que trabajan las tierras de los grandes terratenientes. La voz del Nino adulto nos devuelve al pasado, a octubre de 1942, a la pequeña población rural en Calabria, cuya punta se ve separada de Sicilia por el estrecho de Messina. En ese instante, la zona meridional italiana escucha el eco de la guerra mundial en la distancia africana, al otro lado del Mediterráneo donde las tropas italoalemanas se baten con las aliadas que desembarcarán en Sicilia en julio de 1943, ya avanzado este film en el que Renato Castellani adapta la novela de Giuseppe Berto. El retrato del lugar y de sus gentes es primitivo, realista, de un espacio y de unas costumbres todavía no alteradas por la modernidad que se iría imponiendo con los años. Entonces, en la infancia del protagonista, predomina lo tradicional, lo religioso, lo familiar, lo primario. La idea de familia, de honor y de venganza por las afrentas recibidas forman parte del ambiente recreado con maestría por Renato Castellani, uno de los mejores directores a la hora de mezclar realismo y comedia o drama. En el caso de Venganza siciliana, se decanta por el lado dramático de la historia para realizar un retrato de la familia y del medio rural, ya inexistente en la actualidad, un medio donde la presencia religiosa, ya sea en procesiones o en la imagen del cura, y la injusticia social son dominantes mientras la película continua su avance por el anterior en el que Castellani ofrece un espléndido panorama del ayer que avanza hacia el hoy del narrador, de cuya memoria depende cuanto observamos. Lo cotidiano y lo extraordinario quedaron grabados en Nino, que no puede ni quiere olvidar quien es ni de donde viene; del mismo modo que no puede dejar de recordar a personajes como Miliella, su hermana, el padre que ha estado tres años ausente, debido a la guerra, tiempo suficiente para no reconocer a su hijo más pequeño o a Michele, injustamente acusado de asesinato, condenado y echado al monte, empujado al bandidaje y a ser un revolucionario. El niño sabe que Michele es inocente y así se lo hace saber a las autoridades en un despacho donde luce el retrato de Mussolini, pues todavía corren tiempos fascistas en esa Italia del sur que las tropas aliadas liberan del fascismo tras desembarcar en Sicilia en el verano de 1943… La victoria aliada posibilita el regreso a casa de los hombres que partieron para la guerra, además introduce un factor que ayudará a transformar el entorno: el soldado estadounidense, como apunta Roberto Rossellini en el capítulo napolitano de su magistral Paisà (1946), en la que retrata de modo realista y sublime la evolución de la guerra de sur a norte, desde el desembarco en julio hasta las balas que meses después se disparan en el valle del Po…
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