domingo, 26 de enero de 2025

El beso del asesino (1955)

Era el segundo largometraje de Stanley Kubrick y en el plano que lo abre ya queda claro que solo hay un nombre que importa en El beso del asesino (Killer’s Kiss, 1955), el suyo. Kubrick se hace cargo de la edición, de la fotografía, de la producción, de la historia y de la dirección de todo el tinglado que monta. ¿Qué más le falta por asumir y hacer?, me pregunto. ¿Actuar? ¿Componer la partitura? ¿Diseñar los decorados? Sospecho que intervino en todo ello, marcando la actuación de un reparto sin estrellas y ambientado su historia negra en espacios sombríos que, resalta a la vista, se encuentran condicionados por el bajo presupuesto que manejó durante la filmación de este film noir que emplea características habituales en el género, tales como la voz en off y la analepsis.  Pero esa misma “falta” de dinero —una serie B producida por cualquier major gastaría más— le posibilita su libertad creativa y que sus ideas sean principio y fin; y todo lo que vaya entremedias. No se trata de ningunear al resto de quienes participan en la producción de la película, sino de la idea que el cineasta asume ya desde sus orígenes cinematográficos. Kubrick lo ambiciona y siente que es artista audiovisual. Su ego le dice que cualquiera de sus películas será obra suya, aunque otros intervengan en su elaboración; algo así como que el artista cinematográfico necesita de su equipo igual que el pintor o el escultor, de sus modelos y de los materiales que le permitirán dar cuerpo a su creación. Salvo Espartaco (Spartacus, 1960), una épica más acorde con la idea de su productor y estrella (Kirk Douglas) y el film menos personal de los suyos, el resto de su filmografía, guste más o menos, se desvela como la obra del artista que se expresa cinematográficamente. Y como tal, Kubrick asume riesgos, explora posibilidades audiovisuales y logra evolucionar su narrativa al tiempo que construye una estética plenamente suya. Nadie más que él es el arquitecto de Atraco perfecto (The Killing, 1956), Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957), ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and I Love the Bomb, 1964), 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971) y Barry Lyndon (1975), ejemplos de una obra en constante construcción y búsqueda de vías expresivas; aunque en El beso del asesino o en la previa Fear and Desire (1952) todavía se encuentra en un punto primitivo de su evolución artístico-cinematográfica. Y, a pesar de que no siempre logre un paso adelante —por ejemplo, El resplandor (The Shining, 1980) no me lo pareció—, lo intenta desde sus inicios tras las cámaras hasta el final de su obra en Eyes Wide Shut (1999).



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