El periodista John Reed escribió su crónica de la revolución y la tituló Diez días que estremecieron al mundo. En su relato escribía más que información, pues se dejaba llevar por la simpatía, la esperanza y la idealización que le despertaba un presente que, en su ilusión, anunciaba un porvenir distinto, repleto de oportunidades y de una justicia social que no se dieron. Reed concluye el capítulo XI escribiendo que <<La única razón de la victoria de los bolcheviques es que comenzaron a dar realidad a las amplias y elementales aspiraciones de las capas más profundas del pueblo, llamándolo a la obra de destruir el pasado y cooperando con él para edificar, sobre sus ruinas, humeantes todavía, un mundo nuevo…>> (1) Pero entonces, corría el año 1917, todo era como un folio en blanco y la historia soviética estaba por escribir. Lo mismo que la del cine soviético, que, hacia finales de la década de 1910 y primeros tres años de la siguiente, todavía se encontraba lejos de revolucionar el medio, por entonces, visual. Cuando Dziga Vertov realizó su ejercicio de propaganda documental ¡Adelante Sóviet! (Shagay, Sovet!, 1926), película puente entre su Cine-ojo (Kino-glaz, 1924) y la rompedora El hombre de la cámara (Chalovek s kino-apparatom, 1929), su ilusión cinematográfica y la de sus contemporáneos todavía era posible, igual que lo era la social que apuntaba una realidad revolucionaria que, como sucede en toda revolución, velaba sus aspectos sombríos, los menos fotogénicos. Había transcurrido casi una década del momento descrito por Reed en su libro, y dos años desde la muerte de Lenin, fallecido en enero de 1924, a quien puede verse de cuerpo presente en imágenes de ¡Adelante, Sóviet! y a quien el cineasta toma de ejemplo en su obra fílmica —uno de sus grandes títulos, Tres cantos sobre Lenin (Tri pesni o Lenine, 1934), rinde tributo al hombre que admira y al que ha seguido en ideales…
Para entonces, el momento de dejar de revolucionar había llegado y la revolución se transformó en el nuevo orden que, como orden ya dominante, buscaba perpetuarse; incluso empleando los medios que, en su razón y justificación de ser, presumía cambiar. Durante aquellos años de la década de 1920, antes de que Stalin declarase el fin de la aspiración de la revolución mundial de los sóviet —obreros, campesinos, soldados—, defendida y pretendida por Trotsky, y de que asumiese el poder absoluto de su país, la sexta parte del mundo —tal como Vertov tituló una de sus películas—, el cine soviético vivía una esplendorosa libertad creativa, sin parangón en su historia, aunque en la década de 1960 se produjo otro gran esplendor; que dudo posible sin la existencia previa del “origen” en el que destacan los nombres de Kuleshov, Eisenstein, Pudovkin, Dovzhenko, Vertov, Trauberg, Kózintsev,… que experimentaban con las imágenes y el montaje en busca del lenguaje cinematográfico de la revolución, de la modernidad y la universalidad pretendida por el cine silente de entonces, un cine que vivía y crecía inconsciente de que tarde o temprano aprendería a hablar y también perdería la inocencia de su infancia.
Por aquellos años, Vertov era de los más osados y atrevidos experimentadores cinematográficos, que empleaba la cámara para captar e idealizar la realidad revolucionaria, que solo era la parte positiva que el mundo recibía de la Unión Soviética. La verdad que Vertov pretendía capturar a través del objetivo le llevó a buscar ese lenguaje que permitiese escuchar los sonidos y las voces viéndolas en la pantalla; es decir captándolas y capturándolas como parte de la imagen que la cámara le posibilita ver con todo detalle. El cineasta apuntaba el 12 de abril de 1926 que <<La edificación de las URRS es el tema principal, permanente, de mi trabajo actual y de todos mis próximos trabajos. El Kinopravda leninista, ¡Adelante, Sóviet! y La sexta parte del mundo son en cierto modo las partes constitutivas de una sola e inmensa tarea.>> (2) La realidad queda atrapada, o eso cree el cineasta que aspira a ver la verdad del mundo a través del objetivo y del montaje, y puede acercarla al público. Pero su finalidad documental y propagandística no impide que el cineasta aspire a crear algo más, en su caso poesía y sinfonía de la realidad. Sin embargo, aparte de lo creativo, lo osado y sincero que Vertov pueda ser, la realidad a la que accede y muestra no deja de ser la posibilidad, una representación de la posible verdad que él mismo desea ver y que en ¡Adelante, Sóviet! es la idealización de la lucha obrera por modernizar las repúblicas soviéticas, sacarla de su atraso y transformarla, apoyándose en la electricidad, la industrialización y la difusión de la cultura, en el paraíso proletario que nunca llegó a ser…
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