sábado, 26 de agosto de 2023

La sexta parte del mundo (1926)

El 31 de diciembre de 1926, un día antes de que oficialmente empezase el año del décimo aniversario del triunfo de la revolución bolchevique, Dziga Vertov estrenaba en Moscú su “cine-poema lírico” La sexta parte del mundo (Chestaia Tchast Mira, 1926). Por entonces, el pueblo soviético todavía podía creerse en posesión de esa fracción de tierra y de esperanza anunciada en el título. Aún creían que esa sexta parte les pertenecía, que esa superficie y lo que significa (o lo que les habían dicho que significaba) era para y del pueblo que tanto había sufrido con el antiguo régimen —no le iría mejor en el nuevo—. También lo creía Vertov, un cineasta indispensable en la revolución cinematográfica, tanto en el cine soviético como en el mundial. Más que uno de los grandes pioneros del documental, que sin duda lo fue, el director de El hombre de la cámara (Tchelovek s kinoapparatom, 1928) se enamoró de las posibilidades que le ofrecía el medio cinematográfico en el que vio factible materializar su intención de captar la realidad más allá del ojo humano o de captar, a través del montaje y de la cámara, aquello que nuestros ojos, por sí solos, no logran ver. Vertov caminaba hacia un cine científico y filosófico en el que las imágenes expresasen la realidad material y psicológica, con la ayuda del montaje, en busca de una narrativa visual pura, sin voces ni intertítulos que desvirtuasen su pureza, que en La sexta parte del mundo anuncia los logros que se observan en Entusiasmo: sinfonía del Donbass (Entuziasm o Simphonya Donbassa, 1930) y en Tres cantos sobre Lenin (Tri pesni o Lenine, 1934), pero como todo artista, era singular, y dicha singularidad chocaría una y otra vez con la burocracia de un sistema que echaba por tierra sus proyectos…

Me tienta decir (y digo, quizá equivocado) que Vertov fue un bardo revolucionario y moderno, quien, como humano y de ojo subjetivo, en su cine, no descubre más realidad que la que desea ver y cantar experimentando con imágenes y el uso del montaje, más adelante también con el sonido, para dotar a su poética de musicalidad, la cual, en mi opinión, alcanza su máxima expresión en Entusiasmo. Al inicio de La sexta parte del mundo (y también hacia el final de la película) Vertov muestra imágenes de lo que considera el mundo capitalista. Lo reduce al dinero, al ocio burgués, al colonialismo y a la mano de obra esclava, para, poco después, enfrentar la idea que ha sugerido a las imágenes de los distintos pueblos, regiones y países de la Unión Soviética. Por ese espacio transita su cine-poema, canta a las gentes y a los paisajes que componen las Repúblicas Socialistas; inconsciente de que lo admira es lo mismo que Stalin pretenderá transformar en otros para entrar en los “tiempos modernos”: el desarrollo industrial del que también hablarán, cada uno a su manera, Fritz Lang, René Clair o Charles Chaplin, un desarrollo (maquinismo) que ya habíamos visto en la apertura capitalista. Ese es el progreso al que también ellos aspiran y que Vertov cree posible cuando las máquinas estén al servicio del proletario. En la parte final, el cineasta deja claro que necesitan <<cambiar nuestro grano, nuestras pieles, por máquinas>> para abrazar el progreso —la industrialización y el desarrollo que Stalin pretendería con sus planes quinquenales y creando la realidad alternativa que cuadrase sus ideas y pretensiones—. En 1926, cuando todavía era posible o más bien creíble, Vertov canta en La sexta parte del mundo al proletario y al pueblo (ese vosotros que se repite en los rótulos), les hace sentir como se está <<construyendo el socialismo>>, aunque sin ser consciente de que el marxismo predicado y pretendido solo era una ilusión, una nueva religión, un nuevo opio. Como movimiento de igualdad social no tenía salida, no existía una posibilidad real de llevarlo a cabo (y sus líderes lo sabían), pues su puesta en marcha ya incumplía sus promesas, una de ellas, la afirmación de Vertov en el film, <<todos vosotros sois señores de las tierras soviéticas. En vuestras manos la sexta parte del mundo>>, la que la película recorre <<desde el Kremlin hasta la frontera china; desde el estrecho de Matochkin a Bujará; de Novorosíisk a Leningrado; desde el faro más allá del Ártico hasta las montañas del Cáucaso; desde el águila del Kirguistán a los robles sobre las rocas del Ártico; desde los búhos del norte a las gaviotas del mar Negro.>> <<Todo es vuestro>>, dice Vertov, inconsciente de que entrar en la modernidad implicaba necesariamente el capital, aunque este estuviese en manos del Estado, es decir, del Partido, de su cúpula y de sus allegados, donde se originó la nueva aristocracia, esa élite que se enriquecía al tiempo que, una vez Stalin asumió el poder, se sometía al gran líder…



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