domingo, 10 de mayo de 2020

Entusiasmo. Sinfonía del Donbass (1930)


<<Al descender a las minas, en las profundidades de la tierra, al filmar desde el techo los trenes lanzados a toda velocidad, acabamos definitivamente con la inmovilidad del aparato de toma de sonido y, por primera vez en el mundo, fijamos de manera documental los principales ruidos de una región industrial. Este es el aspecto del particular valor de Entusiasmo, filme documental, visual y sonoro.>> (1) Cineastas como Dziga Vertov, solo hubo uno. Con esto quiero decir que su cine nace, vive y muere con él. No hay un antes ni un después; es principio y fin. Su visión del medio, pues eso fue el cine para él, fue innegociable, y no existía intención por su parte de doblegarse a exigencias comerciales o narrativas. Siempre experimentando con las posibilidades del montaje y el ojo mecánico, por entonces abiertos a la búsqueda y a los hallazgos. Nunca se dejó seducir por la autocomplacencia, ni cayó en la tentación de realizar cine que no le interesaba. Lo suyo era atrapar acciones y realidades, descubrirlas y probarlas en el montaje, con imágenes y, en cuanto fue factible, con sonidos. Ante la posibilidad de mezclar vistas y ruidos, fue como un niño a quien regalan un juguete nuevo. Se emociona, lo prueba, mira qué puede dar de sí el invento e imagina las posibilidades que se le presentan. Eso hizo en su experimentación visual, sonora y musical de Entusiasmo. Sinfonía de Donbass (Entuziazm: sinfoniya donbassa, 1930). Sin palabras, una joven con auriculares, que reaparecerá en varias ocasiones más, anuncia con su presencia la experiencia llevada a cabo por Vertov; ella asume una función similar a la del operador de El hombre de la cámara (Chelovek s kino-aparatom, 1928), aunque la de este es captar vistas. La joven escucha sonidos a los que no tenemos acceso, pero el silencio se rompe y otros ruidos se dejarán escuchar a lo largo de este film en el que la ilusión de la revolución aún no había desaparecido.


En la entrada de su diario correspondiente al 13 de enero de 1941, 
Vertov escribió: <<No hay que oponer lo educativo a lo poético. No hay que oponer lo divertido a lo didáctico. Se trata de una interpretación. De un enriquecimiento de la poesía por la ciencia y de la ciencia por la poesía. No la fría información, sino la música de la ciencia. La poesía de la realidad. La actitud emocional hacia lo educativo y el interés educativo hacia lo emocional. La búsqueda por los medios propios del artista y no solo por unos medios puramente científicos.>> (2) Fue fiel a sus intenciones, y tal fidelidad, le costaría ciertos sinsabores (dificultad de sacar proyectos adelante y críticas gratuitas); al menos eso deduzco de lo que expresa en algunos momentos de su diario. Pero aquí, logró su propósito, alcanzando una de las cimas de su cine y del cine documental soviético.


El cineasta realiza su composición, destruye, construye, combina y se acerca a la realidad de la industrializada cuenca del Don ucraniana en plenitud de facultades, cuando todavía podía hacer lo que le gustaba, tal cómo le gustaba. Cierto es que no se trata de un cineasta fácil; su cine resulta complejo, quizá porque solo existe en sí mismo, en la captura de la cámara y su posterior forma de torrente sonoro y visual que, mareante, escapa sin que pueda ser atrapado, más allá de que nos dejamos llevar por la vertiginosa corriente de momentos que, gracias al uso del montaje, se combinan, retroceden, avanzan o se retienen en el tiempo y en el espacio filmado. <<La cámara de
Vertov no es un instrumento mecánico ni, en sentido figurado, una persona>> (3); su cine-ojo es testigo y partícipe del momento en el que se encuentra; es, al tiempo, pasivo y activo, forma parte de la propia realidad a la que pertenece; en este caso al entusiasmo con el que los mineros llevan a cabo el plan quinquenal. Así, sus <<películas son, antes que nada, proyectos, experimentos, distintos momentos de una práctica cinematográfica que nunca pone en primer lugar el resultado, la obra concluida>> (4); el lugar que le corresponde son los instantes en los que capta y cobra vida e interviene en ella.


1,2.Vertov, Dziga: Memorias de un cineasta bolchevique (traducción Joaquín Jordá). Capitán Swing, Madrid, 2011.

3,4.Mariniello, Silvestra: Cine y sociedad en <<los años de oro del cine soviético>> (traducción Margarita García Galán). Historia General del Cine. Vol. V. Europa y Asia (1918-1930). Cátedra, Madrid, 1997.

1 comentario:

  1. Vertov es un gigante del cine. Y EL HOMBRE DE LA CÁMARA es una piedra miliar del séptimo arte. Tu artículo siempre necesario nos devuelve un cine pionero pero siempre moderno. Gracias de nuevo

    ResponderEliminar