sábado, 4 de enero de 2025

La fuga (1937)


Producción de Pampa Films y distribuida por Warner Bros., La fuga (Luis Saslavsky, 1937) es por derecho propio un clásico del cine argentino previo a Prisioneros de la tierra (Mario Soffici, 1939), film, el de Soffici, que marca un punto y aparte en la cinematografía argentina. Nada tienen en común la una y la otra, salvo la presencia antagónica de Francisco Petrone, siendo la de Saslavsky una película que en buena medida bebe de Hollywood, entendido este como cine de entretenimiento en el que ya por entonces se miraban tantas cinematografías en busca de la fórmula de la comercialidad y de la evasión que había dado tan buenos frutos económicos y en ocasiones fílmicos a los Zucker, Fox, Warner, Schenk, Mayer, Laemmle… Luis Saslavsky da con dicha fórmula al recrear en la pantalla el argumento (y los diálogos) de Miguel Mileo y Alfredo G. Volpe. Así, entre tango y romance, narra la huida y transformación de Daniel Benítez (Santiago Arrieta), el jefe de una banda de contrabandistas de joyas a quien el agente de policía Robles (Francisco Petrone) persigue sin descanso, incluso cuando no quiere hacerlo, pues esa es su obligación y su drama, el del funcionario cumplidor de la ley. Por su parte, Daniel se oculta en una localidad de Entre Ríos donde le confunden con el nuevo profesor a quien llevan largo tiempo esperando. El asume su nueva identidad e inicia una vida distinta a la que ha llevado hasta entonces. De ese modo accede a un espacio campestre, familiar, tranquilo, ajeno a su pasado, que le permite intimar con Rosita (Niní Gambier) y vivir el cambio existencial que se verá afectado cuando de nuevo el policía irrumpa en su vida; pues, aunque haya cambiado en el presente, la moral bienpensante que domina el cine de la época obliga a que el fugitivo deba pagar por sus delitos previos…


Lo planteado por Saslavsky funciona en el uso del estereotipo, en su mezcla de humor y drama, de romance y de personajes de reparto que aportan desenfado al asunto, que no resulta novedoso en cine ni en literatura. Uno de los ejemplos más populares de policía que solo vive para cumplir su cometido policía lo recuerdo en Los miserables, la novela de Victor Hugo en cuyas páginas los antagonistas (Jean Valjean y Javert, el inspector que le persigue desde el robo de una pieza de pan) no dejan de encontrarse a lo largo de los años, como si las coincidencias y las casualidades fueran sino común de sus vidas, algo que por otra parte quizá lo sea porque cosas más extraordinarias se dan a diario. Sin embargo, de no ser así, muchas novelas y películas no habrían existido, de modo que es mejor ser cómplices de los cuentos propuestos por los cuentistas que jueces que caen en el sinsentido de querer y pretender que el cine sea la realidad, ni siquiera puede ser imagen fiel y exacta de la misma, nada más lejos (incluso para el realismo literario o el neorrealismo cinematográfico)… tal como puede verse en una película de poli y caco como La fuga, con no poca comedia, varias canciones, algo de aprendizaje y romance, la confrontación entre ciudad (opresiva, cerrada y sombría) y campo (abierto, claro y liberador), y la falsa identidad asumida por el protagonista, fugitivo de la ley, a quien los vecinos de la localidad rural donde se oculta creen que es el maestro que han estado esperando. Ignoran pues que es un delincuente porteño que se oculta fuera de Buenos Aires, donde se hallan el policía que le persigue y Cora (Tita Merello), la cantante que le ama y que acepta esconder las joyas robadas, quien a su vez es el deseo de Robles…



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