Ni pasado ni presente ni futuro son tiempos mejores unos que otros, solo distintos, salvo por el hecho de que se igualan en la circunstancia de ser el presente de quienes les corresponde vivir el momento. Por otra parte, si miramos el ayer, hay cuestiones que se han mejorado respecto al tiempo pretérito; y otras quizá no tanto, incluso las hay que han empeorado. Pero en cuestión de moralidad, de verse atrapado en la represión y sumisión a la que se somete al individuo que la sufre, existe en la actualidad, al menos en apariencia, cierta liberación respecto a la época en la que Theodore Dreiser escribió Una tragedia americana, publicada en 1925, o cuando George Stevens realizó Un lugar en el sol (A Place in the Sun, 1951) basándose en la novela citada y en la obra teatral que Patrick Kearney escribió a partir de la misma. Pero lo que indudablemente parece no haber cambiado son las emociones y ambiciones humanas, las contradicciones y los conflictos que se desatan entre el individuo y su entorno y entre uno consigo mismo; tampoco se han reducido las distancias económicas, que son extremas entre privilegiados y desfavorecidos, ni la idea del amor ni la de soñar lo que a uno se le niega. George (Montgomery Clift), inspirado en el Clyde novelesco, resulta ser el sobrino pobre de la adinerada familia Eastman en la película de Stevens, cuyo guion corrió a cargo de Michael Wilson y Harry Brown; el primero uno de los famosos perseguidos del “mccarthismo” y el responsable del guion de La sal de la tierra (Salt of the Earth, Herbert Biberman, 1952), y el segundo, el autor de la exitosa novela Un paseo bajo el sol, la cual sería llevada a la gran pantalla por Lewis Milestone en 1945.
A dicho personaje, se le niega su “sueño americano”, la materialización del bienestar, la opulencia y la felicidad, debido a su condición social. Pero es ambicioso y, en su deseo de medrar se emparenta con el arribista de Un lugar en la cumbre (Room at the Top, Jack Clayton, 1958). No obstante, vive atrapado en su imposible, igual que Alice (Shelley Winters) en el suyo. Y a su manera, también ella quiere materializar su sueño, el cual acaricia hacia mitad del film, cuando le dice al hombre de quien se ha enamorado que se conforme con lo que tiene. Quiere decir, que acepte una vida junto a ella y al bebé que espera sin desearlo, indeseado por su situación de mujer soltera. Lo cierto es que ambos son víctimas, más que de sus deseos, de la moral y de los límites sociales que se imponen en el mundo en el que viven; un mundo en el que siempre hubo, hay y habrá desheredados y afortunados, diferencias, sueños y tragedias. Otra idea se antoja imposible, más que improbable, pues la utopía cae por el propio peso de la condición humana y por el deseo que mueve a cada individuo y le lleva del sueño al despertar, incluso a descubrirse en la pesadilla que protagoniza George, que busca crecer social y económicamente, pero que encuentra su ideal en Angela (Elizabeth Taylor), su idea del amor, que choca con la ilusión de Alice. Contra todo pronóstico —los padres de ella piensan que se trata de un capricho más de su hija y Alice de un inalcanzable—, los sentimientos de George hacia esa hermosa joven de familia adinerada se ven correspondidos; y dicha correspondencia lo eleva por encima de la realidad en la que se descubre atrapado. Digo a contra pronóstico, porque a priori, debido a la diferencia social y al clasismo que dominan en la sociedad a la que pertenecen, los obstáculos que les separan de un “final feliz” se antojan insalvables. En todo caso, los tres personajes principales son víctimas de su época, de sus deseos y de sus imposibles, lo que depara ya no una tragedia americana, sino la humana que no entiende de épocas ni de fronteras; de ahí que la novela haya sido adaptada en diversos lugares, desde México (Alejandro Galindo) a Irán (Jalal Moghadam), pasando por Filipinas (Lino Brocka) y, antes que Stevens en Estados Unidos, ya Josef von Sternberg la llevase a la gran pantalla en 1931. La de Sternberg fue la primera adaptación y su título: Una tragedia americana (An American Tragedy, 1931)…
En todo caso, los tres personajes principales son víctimas de su época, de sus deseos y de sus imposibles, lo que depara ya no una tragedia americana, sino la humana que no entiende de épocas ni de fronteras.
ResponderEliminarDices bien. La tragedia de un de un ser humano es universal en la medida en que esta expuesta en el marco de las formas artísticas donde la emoción del espectador es un correlato del arte del creador
Bien visto, Francisco. La tuya, me parece una espléndida conclusión. Y gracias por citar mi texto. Abrazos
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