viernes, 13 de noviembre de 2020

Encuentros en la mesa de siempre


Dos semanas y un día después de otra jornada igual, Alx se encuentra en la mesa de siempre, con su habitual bebida sin alcohol en la mano y, por cuestiones legales, sin encender el cigarrillo que guarda en la cajetilla, a la espera de salir del local para encenderlo. La detective también aguarda a una posible clienta y aprovecha ese instante para leer el mismo texto que tengo delante. Llega nítido a mi visor, a través de la microcámara que alguno de los técnicos ocultó en la montura de sus gafas.

Escucho cierto ruido de fondo, son voces y murmullos, algunos platos y vasos que suenan al posarlos sobre las mesas y la barra. <<No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz de mundo>> ¿Por qué lo piensa? Supongo que así, sin nada, siente por fin que es libre. <<Hace un año, hace seis meses, creía que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros que escribir, gracias a Dios.>> Ya no precisa aceptación ni aprobación. Parece que quiere exclamar qué “le den” al visto bueno, al qué o al cómo creéis que debo escribir. Lo sabe, y eso le basta. Pero, con este ruido, ¿quién puede seguir leyendo? No logro concentrarme en la lectura. ¿Y ella? ¿Cómo es capaz? <<Entonces, ¿este? Este no es un libro. Es un libelo, una difamación. No es un libro en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del Arte, una patada en el culo a Dios, al Hombre, al Destino, al Tiempo, al Amor, a la Belleza... a lo que os parezca...>>

No puede seguir, y no se lo reprocho. No me refiero al tipo de lectura ni a las palabras del autor. La causa son los bocinazos y cánticos del quinteto que acaba de entrar gritando “campeones, campeones, oe oe oe”. ¿Pero de qué, si han ganado algo más que las bocinas y los “oes“? Aprovecha el alto en la lectura para pensar en su situación. Es la enésima vez durante las últimas once horas. Tanta reflexión me cansa, pues lo hace en voz alta y no puedo evitar escuchar sus palabras a través del diminuto micrófono que algún otro agente colocó en su anillo de cuero.

—¿Qué voy a hacer sin mis archivos y mis libros? 

—Apenas has leído un par de líneas del que tienes entre manos. Termínalo y luego ya veremos. —le consuelo en silencio.

Es incapaz de olvidar que ahora sus pertenencias se reducen a lo que lleva puesto, sus otras cosas solo son cenizas entre los restos del incendio y en los trajes de los bomberos que lograron apagarlo. No hubo víctimas, solo daños materiales y preguntas, a cada cual más indiscreta. Todavía ignora si fue provocado, fruto de un descuido, suyo o de cualquier hijo de vecino, u obra de la gracia de alguien que bebió tres absentas. Lo que tiene claro es que su estudio ardió junto a los contiguos de su planta, la misma noche de mi visita.


Aquella noche, lejos de las sábanas y mantas, Alx apuraba su tercer té con hielo en compañía de Col, Flor y G. Y por lo que sé de ellos, los tres no son sospechosos de nada especial, más bien de lo contrario. Han aceptado su rol social, laboral y de pareja. Este en el caso de Col y Flor que comparten una hipoteca y varios amigos que Alx rechaza, quizá por el placer de saber que aún puede rechazar. Se habían reunido para celebrar el trigésimo primer cumpleaños de la detective y, después de cantarle una versión en exceso empalagosa e infantil del cumpleaños feliz, le regalaron un florero de cristal no menos hortera, de tronco de cono invertido y de base metálica plateada, que probablemente habría sido adquirido en una tienda donde les dijeron que era exclusivo. Sus amigos le comentaron, cuando ella miraba aquel trasto inútil, que unas flores de colores lo rellenarían estupendamente, y que así su piso cobraría algo de vida, que buena falta le hacía. Alx recuerda como los miró, preguntándose para qué carajo quería un florero de mal gusto y amigos que los regalaban, si sabían que a ella ni le gustan las flores ni pretende adornar su vida con aromas y colores.

Puedo asegurar que se abstuvo de hacer audibles sus pensamientos y en su lugar agradeció el detalle, consciente de que nunca lo pondría en su casa y que, más temprano que tarde, iría a parar a la basura, donde posiblemente también irá a parar la relación de Col y Flor. Pero en ese instante no era consciente de que no lo pondría en su casa porque se había quedado sin opción a elegir. Tampoco es decisión suya que la pareja que aquella noche tenía frente a ella comparta una vida común que no tiene en común más que pagar al banco, su afición por distanciarse y quedar con G u otros amigos, entre los que se cuenta ella.

Así de divertida transcurrió la velada y, de regreso a casa, descubrió que había perdido su oficina de trabajo y, por tanto, también su lecho y techo. Poco después encontró un contenedor para el jarrón y a primera hora de la tarde siguiente, que suele ser mañana por la tarde, asumió la mesa del bar como lugar de encuentro. Pero su cliente, aún no ha aparecido. En su mensaje de las nueve, preguntaba dónde y cuándo podrían reunirse; que quería tantear su contratación, posiblemente para no contratarla, puesto que no se fiaba del tipo que la había recomendado. Olvidándose de sus problemas y del barullo, Alx volvió la vista al libro, pero antes de reanudar la lectura recordó que se habían citado a las dieciocho y doce.

—Y ya son las seis y diez —suspiró, justo dos segundos antes de que G, sin invitación previa, tome asiento.

—¿Qué haces aquí?

—Supuse que te encontraría aquí, y vengo a entregarte una copia de las llaves de mi casa.

—¿A mí? ¿Por?

—¿Cómo que por? Porque te has quedado sin techo. Así que he pensado que un buen amigo te ofrecería su cama durante unos días. Y aquí me tienes.

—¿Cómo te has enterado?

—Ya sabes, las noticias se propagan como los incendios, soplando... Lo siento, no... Bueno, toma —le ofrece el juego de llaves—. Me lo agradecerás.

—¿A qué te refieres con me lo agradecerás?

—¿No crees que llevas demasiado lejos tu papel de detective privada?

No contesta a su pregunta, se limita a leer en voz alta: <<Cantaré para vosotros, desentonando un poco tal vez, pero cantaré. Cantaré mientras palmáis, bailaré sobre vuestro inmundo cadáver... Para cantar, primero hay que abrir la boca. Hay que tener dos pulmones y algunos conocimientos de música. No es necesario tener un acordeón ni una guitarra. Lo esencial es querer cantar. Así, pues, esto es una canción. Estoy cantando.>>


Inspector ~. De la grabación del día D y recuerdos del informe 75/3.

P.D: Investigar por qué G no agrada a Alx; y saber más de Flor y Col. Fui yo quien recomendó a la investigadora. Hacerle llegar un ejemplar de Trópico de Capricornio, por si le interesa seguir leyendo a Henry Miller después de su lectura de Trópico de Cáncer, al cual pertenece cada fragmento entrecomillado.



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