Poco a poco, Blaise nos va descubriendo otros aspectos de su carácter, de su soledad y de su “rostro” interior cambiante. Él es el protagonista de este espléndido western opresivo rodado con mano firme por André de Toth, otro que, como Ryan, no fue una estrella de Hollywood, en su caso entre los directores, pero sí un brillante cineasta capaz de llevarnos a un espacio cerrado y ponernos frente a una situación límite que expresa a las claras que nada es seguro, que todo puede cambiar en cuestión de segundos como consecuencia de fuerzas que se ignoran o se descontrolan. El cine de De Toth está plagado de personajes atrapados en espacios físicos que agudizan la sensación de que dentro de ese círculo invisible no son libres, sino que se encuentran condicionados por las circunstancias e imprevistos, pero sobre todo por la propia naturaleza humana. En el pequeño pueblo donde se desarrolla gran parte de la acción hay rencillas que todos conocen y que amenazan con descontrolarse, como así sucede cuando Blaise ordena que echen a rodar la botella sobre la barra del bar. Pero la señal —que debería ser la caída del cristal al suelo— para desenfundar nunca se produce, puesto que sucede el imprevisto: la irrupción de Bruhn (Burl Ives) y sus seis compinches.
Los bandidos, que acaban de robar al ejército, se hacen con el control del pueblo a punta de pistola, pero ni ellos mismos tienen el control, puesto que, aunque lo ignoren, también se encuentra atrapados en un espacio acotado, tanto por la nieve como por su propia naturaleza irracional, más salvaje que la del medio, como confirma que el antiguo capitán y líder de la banda deba imponerse a sus hombres para que no violen a las mujeres y maten al resto de habitantes del lugar. Queda claro para todos, sobre todo para Starrett, que si Bruhn, con una bala en el pulmón, muere los forajidos darán rienda suelta a su intención y necesidad de divertirse, y dicha diversión implicaría el desastre para los habitantes del lugar. Esos instantes de El día de los forajidos aumentan la tensión, como consecuencia de la herida de Bruhn —el veterinario que lo opera, después de que Blaise le hable de la importancia vital de que viva, dice a los vecinos que el herido no durará demasiado—, y de la naturaleza salvaje de sus hombres, quienes, salvo Gene, el muchacho, han asesinado, saqueado, ultrajado, traicionado... Saben que para ninguno de ellos hay vuelta atrás por eso aceptan seguir a Starrett por una montaña tan opresiva y más mortal que la villa.
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