sábado, 1 de mayo de 2021

Tal como éramos (1973)


Cierto que películas como Tootsie (1982) y Memorias de África (Out of Africa, 1986) se llevan la fama y forman parte del gusto popular, pero lo mejor de la filmografía de
Sydney Pollack se encuentra entre Danzad, danzad, malditos (They Shoot Horses, Don’t They?, 1969) y Ausencia de malicia (Absence of Malice,1981), ambas incluidas. De este periodo, que abarca la totalidad de la década de 1970, destacan Yakuza (The Yakuza, 1974) y Las aventuras de Jeremiah Johnson (Jeremiah Johnson, 1972) —dos films que encajan tanto o más en los universos temáticos y creativos de Paul Schrader y de John Milius, sus guionistas—, El jinete eléctrico (The Electric Horseman, 1980) o Tal como éramos (The Way We Were, 1973), una película que se inicia en el presente de la Segunda Guerra Mundial, con el reencuentro de Katie (Barbara Streisand) y Hubbel (Robert Redford).


La pareja protagonista de Tal como éramos, que fue uno de los reclamos del film, se encuentra por casualidad en un club neoyorquino durante la guerra, cuando ella deja de discutir con el portero del local y avanza hasta la barra, donde Hubbel duerme su borrachera. En ese instante, Katie sonríe ante la visión del marino y recuerda. Son dos viejos conocidos, como muestra
Pollack cuando introduce momentos del pasado universitario de los protagonistas. Esa oposición espacio-temporal, a la que se le une el tema principal, The way we were, que suena mientras se introducen los títulos de crédito generan sensación de nostalgia y de romanticismo, de sueños de juventud, de sueños perdidos, pero lo significativo es la presentación que Pollack hace de los dos protagonistas en el instante en el que ambos son jóvenes universitarios. En ese momento de 1937, con la Guerra Civil Española y el auge de los totalitarismos en la distancia europea, ella asume compromiso; se manifiesta, expresa sus ideas comunistas y sus argumentos a favor de una intervención bélica que frene los fascismos. Es una joven luchadora, alguien con conciencia política y que no duda en expresar lo que siente y lo que piensa. A veces exigente en extremo, intensa, Katie se entrega con pasión a sus causas. Las abraza apasionada, las ama, y Hubbel es la más importante, la más amada. A él se entrega y pelea para que sea su mejor versión, o quizá la que ella considera como tal. Katie no rehuye la lucha, pelea por lo que cree, por sus principios y sus causas perdidas. Por su parte, Hubbel evita el enfrentamiento, prefiere vivir al margen de la política —como apunta cuando se abre la veda de la caza de brujas en Hollywood— y de los ideales que mueven a Kate. Ella es la ilusa de la pareja, la que cree en héroes, primero en Lenin, después en Roosevelt —como apuntan los retratos que cuelgan en su cuarto, el primero en 1937 y el segundo durante la Segunda Guerra Mundial—, la optimista, la inconformista que cree que el mundo puede cambiar a mejor, que las causas importan y que los principios determinan al individuo, y la lucha implica que a veces pueda perder. Y él, tras su sonrisa y la juvenil promesa de triunfo, esconde escepticismo y pesimismo, mientras va dejando entrever ciertas dosis de conformismo y su falta de ilusiones respecto a que el mundo pueda mejorar.


Tal como éramos
 mira el paso de la juventud a la madurez, cuenta relaciones humanas y muestra una historia de amor, pero también habla del individuo con su tiempo, con los hechos que marcan su época. A esas realidades que afectan el entorno, Katie se enfrenta de frente, mientras que Hubbel parece convencido de no poder transformar la Historia —las cuestiones políticas y sociales—, por eso ya ni lo intenta. La otra historia, la íntima es la de su amor, que empieza a gestarse en la universidad y que se va fortaleciendo con el paso de los años, pero, a medida que se fortalece, también se hacen fuertes y evidentes las diferencias entre ambos. Su amor varía, evoluciona por distintas etapas, sufre altibajos, lucha por sobrevivir a las diferencias y a las circunstancias, pero su supervivencia no implica la de la pareja como tal, de ahí que durante gran parte del metraje ese sentimiento y esa comunión que les une esté anunciando un amor que, aunque siempre estará ahí, en ellos, es un ideal frente a la realidad y a las situaciones que les distancian, quizá por eso será un amor que solo podrá vivir o sobrevivir en la nostalgia, en la memoria, en ese The Way we Were inmortalizado por la voz de Barbara Streisand.



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