domingo, 16 de mayo de 2021

La versión Browning (1950)


Bajo su caballerosa corrección y su talante impasible, distante, Andrew Crocker-Harris (Michael Redgrave), el protagonista de La versión Browning (The Browning Version, 1950), es un hombre roto que oculta su derrota emocional detrás de su insensibilidad. No permite que nadie perciba sus sentimientos ni sus emociones; de hecho, nadie cree que pueda tenerlos –sus alumnos le llaman “el hueso” y “el Himmler de Quinto Inferior”, apodo que ignora. Posiblemente ni él mismo quiera sentirlos, puesto que es alguien que mató sus pasiones e ilusiones y las enterró bajo losas simbólicas, quizá transformando su corazón en el material de la institución elitista e inalterable donde ha ejercido la docencia durante toda su vida profesional. Su porte, su aparente inhumanidad, su actitud de superioridad condescendiente, su negativa a establecer vínculos le han proporcionado ser “el hueso” para sus alumnos, incluso para sus compañeros docentes. Lo sabe, y no le importa el mote; quizá en el instante inicial de la película, le resulte agridulce escuchar “el hueso” en el susurro de uno de los alumnos, porque el apodo establece en boca de los muchachos la distancia entre ellos, los sujetos/objetos a modelar, y el sujeto encargado del modelado, o así los ve y se ve el maestro en su clase de lenguas clásicas. Crocker-Harris vive ocultando su fracaso como profesor y como marido, también como persona, pero, más que ocultar, su ausencia total de reacción vital responde a su sensación de que mirar atrás no le consolará y mirar hacia adelante no le augura ningún cambio luminoso respecto al frío gris que define su presente, el que que se ha ido apoderando de su ser hasta convertirlo en el rostro visible de su amargura silenciosa y letal.


Crocker-Harris es la cara amarga y desencantada del docente, la rechazada y despreciada, la cara opuesta del querido profesor interpretado por Robert Donat en Adiós, Mr. Chips (Sam Wood,1939). Pero su rostro es más creíble, real, que el de aquel buen maestro que todos echarían de menos. A Cocker-Harris nadie lo echará en falta, nadie recordará que ha estado allí, salvo cuando se refieran al “Himmler de Quinto inferior”. Lo comprende, quizá siempre lo supo y no lo haya reconocido porque ha vivido silenciando su derrota existencial bajo la toga, pero su derrota se amplía y abarca parte del sistema educativo, elitista y obsoleto, que impone, pero no propone, puede que por miedo a desaparecer –como indica el relevo generacional que se avecina y que dejará fuera la rigidez de este profesor que, ante el cambio que aventura su último día en el colegio, empieza a comprender que, en algún punto de su vida, perdió la ilusión, la pasión, el contacto humano, su humanidad, su matrimonio. Aunque no haya muerte física, Anthony Asquith impregna La versión Browning de un tono mortuorio que, asumiendo para el desarrollo del film la regla de las tres unidades del teatro clásico, no solo señala la muerte espiritual del protagonista, también la de su matrimonio, que agoniza desde el momento mismo en el que se dijeron el “sí, quiero”. No hay brillo en los adultos de esta adaptación de la obra homónima de Terence Rattigan, que él mismo escribió para la gran pantalla. Quizá sí algún destello, en la presencia del nuevo docente (promesa de cambio), que teme no estar a la altura, o en la compasión de Frank Hunter (Nigel Patrick), el profesor de ciencias cuyas clases resultan cercanas y divertidas. En el aula de Crocker-Harris prevalece el silencio y el muro invisible, pero notable, de frialdad e imposibilidad que ha levantado año tras año. Pero también ha levantado una barrera similar para protegerse de sus propias emociones, convirtiéndose de ese modo en una roca, cuyo interior bulle de desesperación e imposibilidad emocional que estallan y salen al exterior cuando el alumno Taplow (Brian Smith) le regala la versión en verso que Robert Browing tradujo al inglés de la tragedia Agamenón (1877), del original griego escrito por Esquilo.


La figura de la esposa herida, que se venga por la muerte de su hija Ifigenia, adquiere cierto paralelismo con la protagonista femenina de La versión Browing. Clitemnestra asesina a su esposo con la ayuda de Egisto, su amante, aunque Millie Crocker-Harris (Jean Kent) no precisa matar al suyo porque sabe que su alma está muerta y, por si no lo estuviese, ella siempre está al acecho, para golpear donde pueda surgir alguna posibilidad de sentir. Ella se empeña en matar el espíritu del marido con dosis de reproches y de odio ante una vida que solo les ha deparado distancia, amargura y la insatisfacción pasional que pretende calmar con su relación con Frank Hunter, un idilio que es un secreto a voces, uno que el marido conoce y acepta porque así cree compensar a Millie los años de prisión matrimonial, durante los cuales ambos han vivido sin compartir nada más que la distancia que se ensancha definitivamente cuando ella mancilla el instante emocional –un primer paso para la resurrección vital del profesor– que surge después de que Taplow le regale el libro que le dedica en latín o en griego clásico. La actuación de Millie es egoísta, fruto del rencor acumulado durante la vida sufrida, esa una unión distante marcada por las ausencias y los fracasos de los que culpa al profesor Crocker-Harris, cuyo discurso de despedida –<<he fracasado en la profesión más noble que el hombre puede tener. El cuidado y moldeado de la juventud>>– funciona de catarsis emocional tras la que dejará de ser “el hueso”.



2 comentarios:

  1. Vaya: ¡qué argumento tan interesante para todos los que nos dedicamos a la docencia!

    Saludos.

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    1. Cierto. En más de una ocasión he pensado escribir un libro sobre profesores en el cine. Creo que da para mucho. Tanto para exponer particularidades del docente como generalidades del sistema educacion, según épocas y países. Pero, por ahora, solo es un posible proyecto.

      Saludos.

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