lunes, 24 de mayo de 2021

La deuda (2010)


Una de las actrices más atractivas que he visto en la pantalla también es de las que mejor han llevado su carrera. Me refiero a interpretar personajes como mínimo interesantes, que ella ha sabido elevar siempre un grado más. Ha sido bruja, espía, militar, reina y tantas otras mujeres que tienen en común no solo el cuerpo, la voz, la cara o el magnetismo y la clase de Helen Mirren, tienen en común que son singulares, aguerridas, fuertes, inteligentes, complejas e incluso peligrosas y ambiguas, o maléfica en su inolvidable Morgana en Excalibur (John Boorman, 1983). En La deuda (The Debt, 2010) interpreta a Rachel, cuya versión juvenil corresponde a Jessica Chastain, posiblemente la mejor elección para que el personaje, a los 25 años, esté a la altura de la mujer madura que descubrimos treinta años después. Ambas son la mujer a quien iremos conociendo durante instantes que separan las tres décadas marcadas por la mentira que afecta la vida de Rachel, pero también la de David (Sam Worthington/Ciaran Hinds) y Stephan (Marton Czokas/Tom Wilkimson), sus dos compañeros de misión en el pasado berlinés oriental y en el presente israelí, dos hombres que en el pretérito difieren en personalidad y ambiciones; y en el ahora, en su mirada actual a ese instante puntual del pasado que ha condicionado sus existencias. Basada en la producción israelí Ha-Hov (Assaf Bernstein, 2007), posiblemente La deuda sea uno de los films más logrados de John Madden, cuyo interés reside más en los personajes, sobre todo las dos mujeres, que en realizar un film de espionaje e intriga. Tampoco parece interesado en profundizar y debatir si la venganza es legítima o legitima el traspasar límites legales, si es moralmente justificable en este caso concreto. La misión de secuestrar a un criminal nazi no se juzga, sino que resulta necesaria para establecer el conflicto interior que anida en ese doble personaje sobre el que gira la película, pues, más que ningún otro, Rachel es la tensión entre el pasado y el presente, entre el recuerdo y la mentira inventada en aquel instante de juventud durante el cual miraban adelante, sin comprender, quizá, que el transcurso del tiempo les obligaría a invertir el sentido de la mirada. 


<<Ninguna obra humana es perfecta, y, por otra parte, hay en el mundo demasiada gente para que el olvido sea posible. Siempre quedará un hombre vivo para contar la historia>>


Hannah Arendt: Eichmann en Jerusalén.


Quizá sea cierto que <<siempre quedará un hombre vivo para contar la historia>>, pero puede que <<siempre>> resulte un absoluto que no siempre se cumple. La cuestión de la historia se pierde en el tiempo, pues la propia Historia pierde la pista de hechos y sucesos que no han llegado a nosotros o que han llegado en constante transformación. Sin embargo, eso no significa que no esté de acuerdo con Hannah Arendt, sobre todo en lo referente a <<que ninguna obra humana es perfecta>> y, por tanto, asumo que tampoco existe la mentira perfecta, aunque sí existan mentiras que hayan pasado por verdades y verdades que hayan vivido como mentiras. Es tan sencillo como aceptar que muchas historias nos llegan desde la perspectiva subjetiva de quienes las cuentan, sea en la realidad o en la literatura o el cine. Da igual que hablen de amor o desamor, de hazañas o fracasos, y de otras cuestiones, pues suelen coincidir en que todas tratan o nos llevan a las decisiones. Estas decisiones son las que marcan las existencias humanas, su devenir, sus experiencias y, por tanto, sus historias y sus obras. Si antes dije que <<siempre>> puede no cumplirse siempre, sí se cumple en el viaje temporal de <<no se puede volver atrás>>. Cuando se ha elegido un camino y no otro, este queda atrás. Lo cierto es que solo hay elección entre las opciones que se presentan y, escogida y transitada, ya no se puede volver atrás en el tiempo para cambiarla. Y esa es la historia y la situación que nace de la elección asumida por los tres espías israelíes cuando comprenden que su misión fracasa con la huida del hombre a quien tenían que llevar a Israel, para ser juzgado. Desde que la verdad se queda en la habitación del piso franco en Berlín este en 1965, las vidas de los tres agentes israelíes de La deuda se sostiene sobre la mentira que deciden hacer pasar por verdad, la misma que parece cobrar mayor consistencia en la presentación del libro donde se narran los hechos, aunque adulterados. Pero el tema de la película de Madden no es la misión, ni siquiera la mentira. Son las elecciones, el cómo sin saberlo en su momento marcan sus vidas, ya no solo la mentira en la que han vivido los últimos treinta años, sino la elección de la propia Rachel: la de quedarse con Stefan y no irse con David. Pero ella, aunque no viaje en el tiempo, sí tendrá una segunda oportunidad para levantarse de aquella habitación donde todavía yace herida una parte de sí misma, una parte de todos ellos —como confirma la imposibilidad de David y su negativa a vivir un día más con el engaño. Aquel instante y los posteriores no son páginas ni capítulos de un libro biográfico, sino los capítulos de sus vidas reales, las que no han podido vivir sin la carga que se lee en sus rostros de 1997.



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