miércoles, 19 de mayo de 2021

Molly’s Game (2017)


La introducción de Molly’s Game (2017) sí tiene que ver con el relato que se verá a continuación, aunque la voz de Molly (Jessica Chastain) apunte lo contrario. Guarda relación por algo tan obvio como el estar ahí, en la pantalla, y está ahí porque una de sus funciones es dejar claro que estamos escuchando y viendo a una luchadora y una perfeccionista que compite para ganar. Molly Bloom es una competidora nata, que no se rinde, que juega para vencer, aunque su juego no es en la pista de sky donde sufre el accidente que le impide saber si habría ganado, ni tampoco lo será  a la mesa de póker donde otros juegan por dinero, negocios, prestigio. Su competición es contra sí misma, quizá contra sus fantasmas, mientras se entrega a la creación de su carrera como organizadora de partidas millonarias y al control de cualquier espacio que pise. La introducción sobre la nieve, en las eliminatorias preolímpicas, la define y, además, le vale para ganarse al público, pues su voz nos guía por su historia y lo hace con ritmo veloz, sin dejarnos opción a la reflexión. Escuchar a Molly sobre las imágenes es un recurso muy efectivo para atrapar la atención de los espectadores. Establece complicidad y nos conduce por la biografía de la heroína (ella, claro está). Cierto que no es un recurso novedoso, pero bien empleado funciona, como resulta ser el caso de esta voz que procede de la autobiografía escrita por la protagonista, una autobiografía que permite a Aaron Sorkin jugar con tres tiempos narrativos: el pasado, en el que se habla de las partidas que organiza para hombres famosos, poderosos y millonarios, y el pasado anterior, su relación con el padre (Kevin Costner) —ambas aparecerían en el libro—, y el supuesto presente durante el cual se desarrolla la acusación contra Molly y su relación profesional (y de confianza) con su abogado (Idris Elba).


La heroína se gusta a sí misma, de eso no hay duda, y también nos gusta, porque es inteligente, tiene clase y, sobre todo, por ser una rareza de integridad en un mundo que ha perdido parte de la suya. Esa integridad es la que le vale la admiración y confianza de su abogado, también nuestras simpatías. Para Molly, la partida que organiza en Los Ángeles —primero como asalariada, después como su propia jefa— es algo más. Ella no juega al póker, pero juega a ganar. Esa partida es su competición y cuando el jugador X (Michael Cera) le deja fuera del negocio, cae, se levanta, viaja a Nueva York y crea la partida en la tendrá (o creerá tener) el control absoluto. Molly no puede soportar perder, lo lleva en la mente desde niña, por eso está obligada a levantarse, a seguir y a ganar. El problema es que en Nueva York coquetea con las drogas para mantenerse despierta y acepta un porcentaje del 2 % del bote de las partidas para cubrir las apuestas (pues no quiere exigir, mediante el uso de la violencia, que le abonen los dos millones ochocientos mil dólares que los jugadores le deben). Y ahí, en ese porcentaje, rompe la máxima que le había dicho su anterior abogado, la de <<no violes la ley, cuando estés violando la ley>>. De ese modo, después de años en el negocio, vuelve a caer, al trasgredir la ley, lo que permite a la fiscalía confiscarle su dinero y presionarla, para que sea su testigo contra la organización criminal a la que, sin ella saberlo, pertenecían varios de los asiduos a sus partidas neoyorquinas. Pero como ya se intuía en la introducción, Molly cae para levantarse; y ese es su gran triunfo y su victoria.



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