Su ambientación en un pasado remoto y en un espacio en las antípodas de la urbanidad que domina en la obra de Wong Kar-wai desde As Tears Go By (1988), su primera película, apunta a que Ashes of Time (1994) asoma cual rareza o como un film inusual en su filmografía. Pero el estilo visual y narrativo de la película, el uso del color, aquí con protagonismo para el amarillo —frente al azul que predomina en los locales urbanos de As Tears Go By o el rojo en diversos pasajes de In the Mood for Love (2000)—, la cercanía y la distancia, los primeros planos, la ruptura de la linealidad temporal, la nostalgia y la imposibilidad de sus personajes, de alcanzar el amor, se encuentran presentes en todo momento y en prácticamente en todos ellos, salvo en Hung Chi y su mujer. En Ashes of Time no importa el tiempo, porque este lo abarca todo, tampoco la historia que pudiésemos esperar es una historia al uso. Lo que importa son las sensaciones, los reflejos y las distancias, la lucha entre la memoria y el olvido en las pequeñas historias que han convertido en errantes a los protagonistas: hombres y mujeres que sienten la nostalgia del amor perdido, del amor imposible o del amor deseado. Son seres heridos por la nostalgia —palabra que se repite en varios momentos del metraje— del amor e incluso del hogar, quizá dos palabras que contemplan la misma idea en Ou-yang Feng, pues allí, en la montaña dorada permanece la mujer (Maggie Cheung) que no puede olvidar, la mujer que lo añora y concluye que <<en mis mejores años, la persona amada no estaba conmigo. ¿No sería maravilloso retroceder al pasado?>> Esa pregunta-deseo resume parte de Ashes of Time, la imposibilidad de sus personajes, la de poder regresar a los momentos perdidos, aquellos en los que no supieron o no pudieron comprender lo sí entienden en su presente, no pudieron porque sencillamente todavía no eran quienes llegaron a ser. Wong Kar-wai es fiel a su cine y realiza un salto al tiempo, a la memoria y al olvido, a las distancias que unen y separan el amor y el desamor. Son dualidades vitales y existenciales, identidades perdidas y reencontradas, dos caras de un mismo ser, como Mu-rong Yin y Mu-rong Yan (Brigitte Lim). Feng es uno de los narradores de su historia, que forma parte de las diferentes historias que se nos van mostrando, situaciones que escapan del tiempo, el pasado puede ser presente y lo que semeja presente podría ser pretérito, pues ellos se encuentran atrapados en un mundo de recuerdos, y esos recuerdos conllevan e sufrimiento del cual Huang Yao-shi (Tony Ka Fai Leung) pretende escapar bebiendo un vino mágico. Pero es Ou-yang Feng el punto de unión entre los distintos personajes y los diferentes desamores, pues él como intermediario profesional también es el intermediario entre aquellos y el público. Feng habla de cada personaje, algunos amigos como Huang y otros que acuden a él como asesinos o contratantes, pero, al final, comprende que habla de sí mismo, a través de todos, habla de su soledad, del amor que no puede olvidar, porque <<cuanto más intentas olvidar, ocurre que mejor recuerdas>>. Para finalmente, quizá aceptar <<que cuando no puedes tener lo que quieres, lo mejor que puedes hacer es no olvidar>>.
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