sábado, 4 de julio de 2020

Kasaba (1997)


Cercanas o lejanas, hay miradas cinematográficas que contemplan, que no son intrusivas aunque observen con detenimiento. Una a una, amplían universos personales y los hace reconocibles. Película a película, se suceden imágenes y momentos que, en suma, remiten a la sensibilidad de quien mira. La mirada de Nuri Bilge Ceylan observa pausada, sin prisa, mientras su cámara viaja por entornos naturales o urbanos, siempre humanos, contempla momentos y los desnuda de artificios. Ya en su primer largometraje, Kasaba (1997), no siente prisas por verlo todo, sencillamente se detiene, contempla y escucha. Su mirada no impone, propone. Te dice que puedes acompañarla, que no habrá condiciones, ni falseará las distintas emociones que pueda atrapar o las que generen sus producciones, modestas en su presupuesto, pero ambiciosas en la humanidad y sinceridad de sus personajes.


Los apenas cuatro o cinco instantes que componen 
Kasaba son elocuentes al respecto. Hablan a través de voces, silencios, gestos y rostros, en interiores o exteriores que atrapan o limitan -la escuela donde se adoctrina a las niñas y niños-, otros que liberan, como el bosque por donde transitan Asiye y su hermano Ali, y los que protegen: el claro donde los hermanos se reúnen con su familia. Niño y niña abandonan la escuela y caminan, entreteniéndose mientras el tiempo pasa y cambia. Avanzan para reunirse con su familia en el claro donde poco después anochece y el crepitar de la madera, en su contacto con el fuego, se une al sonido de historias narradas por los adultos, historias que los hermanos escuchan mientras se dejan envolver por la seguridad y el calor que no se observaba en el aula. Nuri Bilge Ceylan recuerda. Son experiencias y evocaciones propias, o escuchadas en instantes similares al expuesto en la pantalla: ese momento de calidez, aunque haya discusión o distancia, pero es uno que protege, pues ya no nieva, ya no es invierno.


Kasaba
se inicia con la nieve, blanca y fría, que cubre calles semivacías y el patio donde los niños juegan y se ríen del adulto a quien llaman "el loco" o aguardan su entrada al aula. Es invierno, las señales son evidentes y forman parte del paisaje que, en el interior de la escuela, se observa a través de los cristales. En la habitación también hay acompañamiento sonoro: el de las gotas de agua que lenta y acompasadamente abandonan los calcetines mojados de Ismail para romper sobre la parte superior de la estufa que calienta la sala. Esos sonidos significan más que la lectura que se escucha, y que leen de corrido sin comprender el texto, que les habla sin decir nada, que les indica, pero ni les explica ni les invita a pensar. Si los perros abandonados en calles semidesérticas apuntan hacia un entorno en descomposición, el aula parece tener la función de proteger el orden, más que a los niños y las niñas que oyen palabras sobre la importancia de la familia y de la patria, así como de las normas escritas y no escritas que rigen las sociedades. Pero nada saben de leyes y de códigos morales, como demuestra el comportamiento de Ali, todavía incapaz de distinguir y asumir como suyos los conceptos adultos y sociales, restricciones y fronteras, dualidades como el bien y el mal. La lectura del libro de texto se limita a sonorizar letras impresas, las leen sin que el profesor frene una sucesión sonora carente de sentido para los lectores infantiles. Si la escuela es un espacio cerrado que protege del tiempo exterior, del invierno, cuando Asiye y su hermano Ali salen al exterior y caminan por calles y bosques hacia el descampado donde aguarda su familia, el tiempo varia, ya no hay nieve, ni lluvia, la luz del día es cálida, se ha transformado para ofrecer un nuevo espacio temporal, alrededor de una hoguera donde la madera crepita en su contacto con el fuego que la consume. Allí el tiempo parece detenerse, pero también pasar en las tres generaciones abuelos, padres, nietos, en las voces que se expresan al tiempo que lo hacen los gestos o las lágrimas que se deslizan por el rostro de la abuela. La naturalidad y la naturaleza del momento y del medio son la naturalidad y la naturaleza de Nuri Bilge Ceylan, dos características que siempre asoman en su cine, para mostrar el lado humano de una familia en la que pasado, presente y futuro son las tres generaciones y las tres perspectivas que en la proximidad de la hoguera se comprenden distantes.



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