viernes, 17 de julio de 2020

Beowulf (2007)


En otro comentario iré al grano y hablaré solo de la película que responda al título, pero ahora enredaré más de la cuenta, como viene siendo habitual, y escribiré líneas y líneas antes de llegar al Beowulf (2007) de Robert Zemeckis. A riesgo de perderme o de descubrir que no he ido a ninguna parte, algo que me pasa con frecuencia, salvo de cabeza al error de confundir y aburrir a las dos o tres personas que puedan leer esto, prefiero divagar. Hoy lo haré sobre la figura del héroe, la que fue cantada en la Antigüedad y digitalizada al por mayor en nuestros días. Admirado, imitado e incuestionado desde los primeros pueblos que aspiraban a ser civilizaciones, el héroe, el más "estirao" de los personajes de cuento y de mentirijillas, más que un palo de escoba (utensilio que hace años se empleaba para barrer suelos y golpear a los críos), era fuente de orgullo para nobles y plebeyos, y la fantasía de los poetas, trovadores y cuentistas que llenaban sus bolsas y sus estómagos entreteniendo al respetable, mientras, quizás sin saberlo, justificaban y señalaban quienes eran los buenos y los malos de la función, aquellos a quienes imitar y venerar o a quienes rechazar u odiar. Estos tipos, me refiero a los héroes, quizá inexistentes, quizá corrientes, o puede que, en un momento determinado, excepcionales, protagonizaban hazañas que, cantadas con o sin acompañamiento musical, entretenían y entretienen en las noches de frío o de calor. Saber o ignorar si eran invenciones o si respondían a diferentes finalidades, carecía de interés; lo importante era escuchar o leer atentos, dejarse llevar por los distintos narradores. Creer y crear mitos, sentir los pasajes heroicos y los divinos que, en ocasiones, escondían violencias e intolerancias. Nada más importaba, acaso viajar a la fantasía, real en las mentes de algunos oyentes, distante, tanto, que solo estaba al alcance de dioses y semidioses. Pero, como mortal, el héroe condicionado por su limitada y sesgada interpretación del bien y del mal, a menudo ve en blanco y negro, desconoce los tonos grises y rechaza cuanto no encaja dentro de su microcosmos bicolor y de su limitada capacidad para juzgarse. Su modo de interpretar nace de su concepto de heroicidad, de la superioridad y de la infalibilidad que se atribuye a sí mismo o que le atribuyen sus admiradores y la propaganda de los cantares, del folclore o, recientemente, del cine y de la televisión, dos medios que transforman al héroe popular en uno mediático (la diferencia es obvia, para quien pueda verla).




Pero sea en el pasado o en el presente, su condición heroica le regala impunidad, de modo que da igual que los héroes homéricos arrasen una ciudad, que Rambo acribille a cualquiera que no comulgue con el reaganismo o que el primero, el quinto o el séptimo de caballería desangre a las tribus oriundas del este, del centro y del oeste. En estos casos (cinematográficos), aqueos, John Rambo, Custer y Compañía asoman cual héroes de leyenda, olvidando cualquier parecido con la realidad. Pensemos por un momento que la guerra de Troya fue por intereses económicos, estratégicos y comerciales, que la intervención de Rambo en segundas y terceras partes se debía a una política de la guerra fría o que las intervenciones de la caballería buscaban colonizar un espacio vital que no les pertenecían. Si pensamos en esto, los héroes dejan de serlo y podemos concluir que los héroes solo existen en la ficción y en el imaginario, al menos tal cual asoman en la literatura, en la mitología o en el cine. A los héroes de leyenda les está permitido destruir y matar, sin que a nadie le sorprenda ni le parezca un crimen, puesto que ellos y quienes cantan sus gestas asumen que, cuanto hacen, lo hacen en nombre del honor, de la gloria y, sobre todo, del bien donde amenaza el mal. En realidad, más que nada, estos ideales son excusas que permiten desatar la furia de tipos legendarios como Beowulf, el súper guerrero nórdico que inspiró una saga medieval y la segunda aproximación de Zemeckis a la animación por captura de movimiento. ¿Por qué regresar a este tipo de animación? ¿Por qué no emplear imágenes reales, si pretende dotar de realismo a cuerpos y rostros? Quizá la respuesta sea que <<es fotográficamente muy real, pero no es completamente real>>1 y que la captura de movimiento <<permite contar historias que son algo reales pero no del todo, y les da la paleta de colores adecuada para contar historias que desbordan la realidad, historias que son míticas>>.2 Mas que el cine de animación, a Zemeckis le interesa probar y desarrollar nuevas técnicas, le interesa arriesgarse en lugar de repetirse o repetir fórmulas que le depararon éxitos. En su afán por combinar o probar formas reales y animadas sale bien parado en ¿Quién engañó a Roger Rabitt? (Who Framed Roger Rabbit, 1988), tiene peor fortuna en Polar Express (The Polar Express, 2004) o Cuento de Navidad (A Chistmas Carol, 2009) y toma bríos en Beowulf, que insiste en las posibilidades de la captura del movimiento para experimentar un espacio cinematográfico entre animación y la imagen real o, mejor aún, crea mundos donde contar historias <<algo reales pero no del todo>>. Zemeckis no adapta el cantar medieval que inspira el guion, se sirve de él y, de ese modo, se adentra con paso firme en la oscuridad del héroe, que inicialmente solo busca satisfacer su ego e imponerse allí donde pretende acrecentar su leyenda. Los motores existenciales del joven Beowulf (Ray Winstone) son la conquista de la fama, el acumular tesoros y seducir a hermosas mujeres, pero, tras yacer con la criatura, una elipsis temporal (la corona real) da paso a otro hombre, puesto que si bien es el mismo, ya es distinto. El paso de los años le deparan arrugas, quizá sabiduría, soledad y la comprensión de aspectos pasados por alto cuando, creyéndose infalible, se dejó seducir por la ambición y el poder, por la promesa de gloria y riquezas que la madre (Angelina Jolie) de Grendel (Crispin Glover), el troll a quien el héroe dio muerte, también había prometido a Hrothgar (Anthony Hopkins), el rey anciano y la regia imagen de maldición y derrota que, junto a la corona, heredará el protagonista de la leyenda.

1,2. Robert Zemeckis citado en Gómez, Pau: Robert Zemeckis. El tiempo en sus manos. T&B Editores, Madrid,

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