La disparidad de matices que aporta Sordi enriquecen a su personaje, a quien De Sica atrapa y sigue por un ambiente de lujo, de imagen y de consumo donde el milagro económico y el bienestar (no así su promesa) son para una minoría de la que Giovanni queda fuera, cuestión que comprende cuando, sin blanca, nadie le presta dinero. Y sin dinero, teme perder a Silvia (Gianna Maria Canale); de modo que el amor, el matrimonio y la familia limitan sus opciones. Se encuentra atrapado en un país libre y democrático, como sabrá avanzado el metraje. Pero, al inicio, todavía inocente, apenas sabe de que va el juego e ignora ser esclavo del lujo, del dinero, de la imagen social, mismamente del pastel del que nunca ha comido más que sobras o migajas. Esto con suerte, ya que sus reproches apuntan (se queja de que lo hayan dejado fuera de los grandes negocios) a que las más de las veces no encuentra más recompensa que la de ver a otros comiéndose el pastel. Los personajes de Il Boom viven la "dolce vita", viven en el Desarrollo que devora a Giovanni sin el menor miramiento. Lo atrapa, lo mastica, lo aprovecha y, ya sin liras que consumir, escupe los restos. Aunque no se detenga en ello, Il Boom insinúa especulación, corrupción, chanchullos en la construcción o dinero que pasa de mano en mano, para caer en las manos de siempre. De Sica, Sordi y Zavattini se ríen de esto, se ríen de la Italia del "boom" económico, pero, tras sus risas, son críticos y temen la pérdida de libertades humanas. Las imágenes, cómicas y criticas, también advierten la deshumanización y el control ejercido por el dinero, por quienes lo poseen y representan un nuevo orden que no deja de ser el de siempre: el de unos pocos arriba y la mayoría, los muchos entre los que se cuenta Giovanni, deseando trepar o aspirando al muy publicitado bienestar. ¿Quién no? Pero él es poca cosa, solo alguien que acepta el juego, pero que no pone las reglas, aunque, en algún momento, se engañe creyendo que sí. Su presentación, firmando pagarés e intentando salir de la lista de morosos, confirma que peligra el nivel de vida al que se ha acostumbrado. Sus amigos no le ayudan, su mujer no sabe nada de su situación económica, los gastos no disminuyen y el comprende que sus cartas no son buenas. Tampoco sabe ir de farol, ni comprende que donde él pretende aprovecharse, otros se aprovechan antes y, además, se aprovechan de él (como se verá mediada la película). La única realidad que conoce Giovanni Alberti es que ya no puede mantener el tren de vida al que Silvia y él están acostumbrados. Ahora se da cuenta de que todo se reduce a que necesita dinero para seguir gastando, pues necesita gastar para mantener el lujo, necesita el lujo para recuperar a Silvia y necesita a Silvia porque está enamorado. Esta cadena de necesidades corrobora que no puede escapar; lo sabe y por eso acaba aceptando la oferta que matrimonio Bausetti le hace por su ojo. Pero su problema no es solo decir sí o no al ofrecimiento, que resolvería sus problemas económicos, es si está dispuesto a seguir viviendo en la necesidad de placer y consumo que le obliga a vender su ojo para retener a Silvia a su lado, manteniendo su lujoso ático, el coche más rápido, la cuota de socio de cualquier club elitista, los abrigos de pieles o las veladas nocturnas durante las cuales las risas, los rozamientos bajo la mesa, los bailes y la falsa camaradería le confirman que, en su ambiente, el placer y el dinero son los nuevos valores, los auténticos han sido devorados por ese boom depredador que, una vez entre su garras, ya no suelta a su presa.
jueves, 30 de julio de 2020
Il Boom (1963)
La disparidad de matices que aporta Sordi enriquecen a su personaje, a quien De Sica atrapa y sigue por un ambiente de lujo, de imagen y de consumo donde el milagro económico y el bienestar (no así su promesa) son para una minoría de la que Giovanni queda fuera, cuestión que comprende cuando, sin blanca, nadie le presta dinero. Y sin dinero, teme perder a Silvia (Gianna Maria Canale); de modo que el amor, el matrimonio y la familia limitan sus opciones. Se encuentra atrapado en un país libre y democrático, como sabrá avanzado el metraje. Pero, al inicio, todavía inocente, apenas sabe de que va el juego e ignora ser esclavo del lujo, del dinero, de la imagen social, mismamente del pastel del que nunca ha comido más que sobras o migajas. Esto con suerte, ya que sus reproches apuntan (se queja de que lo hayan dejado fuera de los grandes negocios) a que las más de las veces no encuentra más recompensa que la de ver a otros comiéndose el pastel. Los personajes de Il Boom viven la "dolce vita", viven en el Desarrollo que devora a Giovanni sin el menor miramiento. Lo atrapa, lo mastica, lo aprovecha y, ya sin liras que consumir, escupe los restos. Aunque no se detenga en ello, Il Boom insinúa especulación, corrupción, chanchullos en la construcción o dinero que pasa de mano en mano, para caer en las manos de siempre. De Sica, Sordi y Zavattini se ríen de esto, se ríen de la Italia del "boom" económico, pero, tras sus risas, son críticos y temen la pérdida de libertades humanas. Las imágenes, cómicas y criticas, también advierten la deshumanización y el control ejercido por el dinero, por quienes lo poseen y representan un nuevo orden que no deja de ser el de siempre: el de unos pocos arriba y la mayoría, los muchos entre los que se cuenta Giovanni, deseando trepar o aspirando al muy publicitado bienestar. ¿Quién no? Pero él es poca cosa, solo alguien que acepta el juego, pero que no pone las reglas, aunque, en algún momento, se engañe creyendo que sí. Su presentación, firmando pagarés e intentando salir de la lista de morosos, confirma que peligra el nivel de vida al que se ha acostumbrado. Sus amigos no le ayudan, su mujer no sabe nada de su situación económica, los gastos no disminuyen y el comprende que sus cartas no son buenas. Tampoco sabe ir de farol, ni comprende que donde él pretende aprovecharse, otros se aprovechan antes y, además, se aprovechan de él (como se verá mediada la película). La única realidad que conoce Giovanni Alberti es que ya no puede mantener el tren de vida al que Silvia y él están acostumbrados. Ahora se da cuenta de que todo se reduce a que necesita dinero para seguir gastando, pues necesita gastar para mantener el lujo, necesita el lujo para recuperar a Silvia y necesita a Silvia porque está enamorado. Esta cadena de necesidades corrobora que no puede escapar; lo sabe y por eso acaba aceptando la oferta que matrimonio Bausetti le hace por su ojo. Pero su problema no es solo decir sí o no al ofrecimiento, que resolvería sus problemas económicos, es si está dispuesto a seguir viviendo en la necesidad de placer y consumo que le obliga a vender su ojo para retener a Silvia a su lado, manteniendo su lujoso ático, el coche más rápido, la cuota de socio de cualquier club elitista, los abrigos de pieles o las veladas nocturnas durante las cuales las risas, los rozamientos bajo la mesa, los bailes y la falsa camaradería le confirman que, en su ambiente, el placer y el dinero son los nuevos valores, los auténticos han sido devorados por ese boom depredador que, una vez entre su garras, ya no suelta a su presa.
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