miércoles, 1 de julio de 2020

El camino de la vida (1931)


En las primeras páginas de Poema pedagógico, Antón Semiónovich Makárenko recuerda el instante en el que asumió la responsabilidad de dirigir un centro juvenil destinado a la educación de jóvenes delincuentes, huérfanos de la Guerra Civil (1917-1921), cuyo hogar se reducía o ampliaba a las calles donde vivían entre el hurto y la violencia. En su extenso y ameno libro, Makárenko habla de las pequeñas victorias iniciales, de trabas burocráticas, de la escasez de recursos, de hambre y frío, de sus compañeros docentes, de los chicos, de que <<los primeros meses [...] no fueron sólo meses de desesperación y de tensión importante: también fueron meses de búsqueda de la verdad>>. Escribe su aventura vital con sencillez y con la pasión de un educador que nunca dejó de creer en el proyecto ni en los muchachos que lo protagonizaron. Inicialmente, su pedagogía no fue tanto una cuestión teórica como una continua superación y un aprendizaje sobre la marcha.  <<Nosotros, personas de lo más corriente, teníamos una infinidad de diversos defectos. Y, hablando con propiedad, no conocíamos nuestra profesión: nuestra jornada de trabajo estaba llena de errores, de movimientos inseguros, de ideas confusas. Y por delante teníamos unas tinieblas infinitas, en las que discerníamos difícilmente, a retazos, los contornos de nuestra futura vida pedagógica>>. <<En toda mi vida había leído yo tanta literatura pedagógica como en el invierno de 1920>>, aunque tenía claro que la (auto)disciplina, la autogestión, el trabajo físico, el estudio académico, la colaboración y la confianza serían importantes para lograr sus objetivos.


Parte de su pedagogía queda recogida en las imágenes de El camino de la vida (Putyovka v zhizn, 1931) o, si me apuro, en la estadounidense Forja de hombres (Boys Town; Norman Taurog, 1938) y en su secuela La ciudad de los muchachos (More Boys Town; Taurog, 1940). Makárenko construyó un hogar para muchachos del "arroyo", un hogar donde sintiesen un mínimo de calor humano y donde recuperasen parte de la dignidad arrebatada por el conflicto civil. Y lo cierto es que logró que los educandos tuviesen su oportunidad y la aprovechasen. Hubo quienes siguieron su ejemplo y se dedicaron a la enseñanza, otros escogieron ser carpinteros, actores, herreros, médicos, soldados, agricultores... y puede que otros regresasen al arroyo o a la delincuencia. En la colonia habían aprendido a respetarse, a valorarse y a superarse, dejaron el alcohol y las apuestas, pero, sobre todo, sentían que ese espacio, que sustituía a las calles donde habían sido arrojados, era suyo, era uno mejor, que les pertenecía y debían cuidarlo. Parte de la idea pedagogía del autor de Poema pedagógico -libro que, dividido en tres partes, empezó a escribir en 1925 y que concluyó diez años después-, la recoge Nicolai Ekk en El camino de la vida, su primer largometraje. Cierto que las imágenes omiten cualquier referencia a la educación intelectual, al contrario que sí hizo el pedagogo, cuyo programa dedicaba cuatro horas al estudio y cinco al trabajo comunitario. La ausencia de aprendizaje intelectual en el film, quizá responda a la intención de ensalzar al trabajador del estado proletario, pero, sea como sea, el cambio de conducta en los muchachos es evidente, e implica su transformación. Los jóvenes protagonistas de la película también cambian la delincuencia por la construcción (del nuevo estado). ¿Cómo lo consiguen? Cualquier proceso educativo o pedagógico que se ponga en marcha puede y debe plantear y responder cuestiones del tipo ¿Por qué? ¿Para qué se propone e insiste en esta pedagogía y no en aquella? ¿Qué fines persigue? ¿Por qué estimular este comportamiento y no aquel otro? ¿A qué obedece? ¿A quién interesa? ¿A quién beneficia? ¿Cuál es la meta que se persigue? ¿Ekk plantea estas u otras cuestiones en El camino de la vida?


Aunque se trate del primer film soviético hablado, entre sus palabras no se descubren preguntas. Se muestran soluciones, quizá una única solución, ante una situación concreta y exclusiva de la época y del país que vive las secuelas de la guerra concluida en 1921. Cada momento histórico presenta unas características que lo singularizan y lo definen, por ejemplo, en ese periodo posrevolucionario encontraríamos a cientos de niños y niñas huérfanas poblando las calles de las ciudades de la Unión Soviética. El problema estaba claro, los miles sin hogar estaban condenados a la delincuencia, a ser carne de reformatorio y a verse desahuciados de la vida, siendo exactos, muchos morirían sin apenas haber vivido. La solución propuesta por Ekk en su película es similar a la de Makárenko: crear una comunidad donde los muchachos puedan desarrollar sus capacidades, enfocadas hacia algún oficio artesano o industrial. Potencialmente son mano de obra y, aunque no se diga, eso queda claro al verlos trabajar en talleres de cuero o construyendo la vía de ferrocarril que el reconvertido Mustafá (Yvan Kyrlya) defenderá con su vida. Me pregunto si el film recoge las intenciones pedagógicas de Makárenko o solo pretende ensalzar al régimen soviético. La respuesta se hace evidente en sus imágenes y, por tanto, no necesito más que escuchar el prólogo propagandístico en el que el actor teatral Vasily Kachalov, "el artista del Pueblo", ensalza el ideal revolucionario y al nuevo hombre que poblará el nuevo país. Esta introducción, que he de aceptarla o rechazarla, no estropea lo que vendrá a continuación, una loa, sí, pero también un film que documenta y expone un contexto histórico concreto (y las demandas que este exige), un momento posrevolucionario determinado que El camino de la vida expone en su transición del cine silente y al hablado (combina escrito y oral), y también posicionándose entre dos épocas, entre el apogeo del cine soviético (1924-1928) y su declive, con la imposición del realismo socialista.

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