Terminator (1984)
El primer largometraje dirigido por James Cameron fue la secuela de Piraña (Piranha, Joe Dante, 1978), Piraña 2, los vampiros del mar (Piranha II: The Spawning, 1981), y resultó peor de lo que apuntaba su título y su origen; además, fue un serie Z sin gracia y, por gustar, ni gustó al propio Cameron —codirector del film junto a Ovidio G. Assoniti—; de modo que no sorprende que considerase Terminator (
The Terminator, 1984) como su primer largo, y el primero que le satisfizo, aunque esto tampoco dice nada en favor de la película ni de su creador. No simpatizo especialmente con el cine de Cameron; de hecho, no simpatizo nada, pero lo cierto es que se trata de un cineasta fiel a su concepción del cine como espectáculo pirotécnico. Y guste más o menos, no hay que olvidar que el cine también es circo y fuegos artificiales; y que Cameron juega en la liga industrial de los Spielberg y los Lucas, no en la más íntima de los Lynch, Schrader o Malick. La pirotecnia es constante en su filmografía; se alimenta de la tecnología y los efectos especiales y no oculta el vacío que hay detrás de las imágenes y de diálogos que establecen una comunicación entre héroes y heroínas más falsa que el villano o villanos de la función. Esto no le preocupa —no se trata de un buen escritor de personajes, apenas realiza esbozos, nunca los dota de complejidad— y su interés se decanta por ofrecer un espectáculo de consumo rápido, muy aplaudido por la industria y cuyo acabado solo sorprende a quienes constantemente se dejan engatusar por la promesa de un tipo de entretenimiento que les es familiar. Pero, más allá de esto, películas como Terminator ¿qué ofrecen? Particularmente, no encuentro nada, salvo la repetición y la ausencia de inquietudes argumentales, ruido y acción por la acción, que aquí se introduce a partir del viaje en el tiempo que salve o elimine a la humanidad. Tampoco aborda cuestiones existenciales, ni de la propia humanidad ni de la supuesta inteligencia artificial que la amenaza, —algo que sí hizo Ridley Scott ese mismo año en Blade Runner (1984)—, apenas lo necesita, solo como excusa para dar rienda suelta al supuesto espectáculo del "corre, corre, que te pillo" que Cameron traslada al presente de 1984, pero que inicia en un futuro no muy lejano (que se observa fugaz en varios momentos del film) durante el cual la especie humana casi desaparece como consecuencia del ataque de máquinas inteligentes que ambicionan el control mundial: aunque, en 2029, con la aparición de un tal John Connor, la I. A. empieza a temer por su vida, pero carece de la humanidad expresada por Hal en 2001, Una odisea del espacio (2001: A Space Odissey; Stanley Kubrick, 1968). El personaje interpretado por Arnold Schwarzenegger pasa por el villano de la función, pero lo es con matices, puesto que el terminator no elige, no siente, no se detiene, solo acata las órdenes programadas por una Inteligencia Artificial en el futuro, aunque para él (y para su rival) ya sería pasado, uno que podría verse alterado por el éxito o el fracaso de la misión que conduce a los antagonistas hasta 1984. Desde el momento en que ambos rivales aparecen en el presente se comprueban las diferencias existentes entre ellos; el primero en llegar se muestra fuerte, implacable y expeditivo, mientras que el segundo tiembla de frío y de dolor, pero a ambos les une el objetivo de encontrar a la misma mujer (consultan su dirección en la guía telefónica), aunque sea por motivos totalmente opuestos. Durante los primeros minutos poco se sabe de los viajeros del tiempo, sólo aquello que se deduce de sus comportamientos contrarios (uno muestra emociones, se esconde y escapa, mientras el otro, insensible, parece no detenerse ante nada). Además de los rasgos que definen a los dos individuos, las imágenes también se centran en una mujer que aguanta las impertinencias de los clientes del local donde trabaja o acepta sin protestar el plantón telefónico de una pareja que apenas le da explicaciones. Sarah Connor (Linda Hamilton) es una chica corriente que desconoce qué le depara el mañana, sin embargo, su vida cambia a raíz de los violentos asesinatos de dos mujeres que se llaman como ella. Sarah escucha por televisión las noticias de los homicidios reaccionando de manera muy distinta; el primer asesinato apenas le inquieta, pues no deja de ser una coincidencia, pero con el segundo el miedo se apodera de ella, provocando el pánico y la sospecha de que la siguen. Asustada y desprotegida necesita la seguridad de un local repleto de gente donde ocultarse y desde donde llamar a la policía o a sus amigos, pero por mucho que insiste nadie al otro lado de la línea contesta para protegerla, porque quien escucha el mensaje no es alguien sino algo, y no está allí para salvarla sino para eliminarla. <<Ven conmigo si quieres vivir>> es una manera un tanto extraña para ligar en una discoteca, además es la presentación de Kyle Reese (Michael Biehn) cuando se encuentra cara a cara con la mujer a quien debe proteger a costa de su vida, la misma mujer que deseaba conocer (por ese motivo se ofreció voluntario) desde que vio una imagen suya en una vieja fotografía que todavía no existe. Seguramente, Cameron no esperaba el impacto de Terminator en la ciencia-ficción palomitera, pero supo sacar provecho al asunto y, con ligeras variantes, repetiría lo expuesto en la secuela Terminator 2, el juicio final (Terminator 2. Judgement Day, 1991), donde utilizando un planteamiento similar, aunque con más medios, envió al pasado a otro terminator de mismo rostro, que se humanizaba hasta el extremo de convertirse en una especie de padre para el futuro salvador de la raza humana, que por esas incongruencias que se derivan de los saltos temporales fue gestado entre personas de dos tiempos distintos mientras huían de una máquina que no siente emociones, pero que sangra y responde como si se tratase de un humano.
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