La voz en off que inicia Mad Max 2 permite descubrir las causas que condujeron a la humanidad a ese mundo desolado en el que habita el guerrero de la carretera, un hombre sin emociones, que sobrevive día a día por esa inmensidad de asfalto, en busca de la gasolina necesaria que le permita huir de su pasado y del sufrimiento que éste significa. Max (Mel Gibson) ha perdido su esencia, transita sin esperanzas mientras se enfrenta a hordas de asaltantes motorizados; sin detenerse, sin pensar, negándose su propia naturaleza. En Mad Max, salvajes de autopista se observa a un hombre de familia, íntegro y con ilusiones, rasgos personales que desaparece al final del film, cuando Max pierde toda su humanidad para convertirse en un vengador sin piedad que se aleja por esas carreteras de un mundo de caos y violencia. El espacio geográfico de la segunda entrega de la saga muestra una aridez y una desolación mayor que la anterior, ya que el antihéroe transita por el páramo, dominado por una tribu de asaltantes motorizados que necesitan la gasolina que poseen los habitantes de una especie de fuerte al que asedian, y al que Max desea acceder para conseguir el combustible que le permita continuar su viaje hacia ninguna parte. Sin esperanzas, sin sentimientos, Max es un hombre roto, en ningún instante muestra emociones humanas, pues estas le fueron arrancadas con la muerte de su esposa e hijo, ahora sobrevive conduciendo su interceptor V8 sin detenerse a observar el sufrimiento que le rodea, porque ese dolor no va con él. George Miller fue un paso más allá en esta secuela en la que las persecuciones motorizadas también se encuentran presentes desde las primeras imágenes, alcanzando su grado máximo en la persecución final, cuando Max conduce un camión al que persiguen decenas de vehículos que pretenden darle caza. Pero, sobre todo, Miller conservó el aspecto de western, que se descubre en los hombres que asedian el emplazamiento al que Max accede, en la desolación del páramo o en el propio héroe, una especie de cowboy solitario que rechaza formar parte de una comunidad que le pide ayuda y que él se la niega, porque ha apartado de su mente cualquier tipo de emoción que pueda recordarle el dolor que habita en su interior. El asedio a la refinería muestra la existencia de las dos clases de individuos que habitan el mundo post-apocalíptico de Max; el primer grupo presenta como eje de conducta un salvajismo que les arrebata cualquier condición humana, no dudan en matar o torturar con tal de conseguir lo que desean (el preciado líquido). El segundo núcleo humano: los hombres y mujeres que viven en el interior del campamento, resultan totalmente contrarios, se trata de una comunidad con esperanzas y con un comportamiento que indica que todavía existe una posibilidad de futuro, cuestión que Max pasa por alto, porque para él, el tiempo de los principios y las ilusiones ha pasado. Pero en ese fuerte, hecho de viejos vehículos y neumáticos, Max debe enfrentarse a la nada que le domina, porque como hombre debe elegir entre una de las dos opciones que le permite su entorno: sobrevivir como un animal de rapiña o asumir su condición de héroe.
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