Shutter Island (2010)
De las espléndidas adaptaciones cinematográficas de las novelas de Dennis Lehane realizadas en Mystic River (Clint Eastwood, 2003), Adiós pequeña, adiós (Gone Baby Gone, Ben Affleck, 2007) y Shutter Island (Martin Scorsese, 2010), la filmada por Scorsese es la más claustrofóbica al desarrollarse dentro de un espacio acotado y oscuro, asolado por la constante presencia de la lluvia y del viento huracanado. Los fenómenos atmosféricos agudizan la sensación de pesadilla gótica que se descubre durante el deambular de Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) por las sombras mentales y físicas que descubre en las celdas del pabellón C (donde se encuentran los pacientes más peligrosos), en el acantilado o en el cementerio de la isla fantasmagórica donde se desarrolla su viaje psicológico al interior de sí mismo. Eso es lo que podría ser y es Shutter Island, el viaje de Scorsese al interior de la mente humana, la de su protagonista, un viaje psicológico diferente al expuesto en Taxi Driver (1976), pero también es una buena muestra de la simbiosis entre su pasión cinéfila y su pasión por hacer cine, combinación que se deja notar en el uso de técnicas narrativas clásicas que le sirven para crear la atmósfera enrarecida que envuelve los exteriores e interiores insulares, atmósfera incómoda que, con evidentes diferencias, también se puede apreciar en clásicos como Laura (Otto Preminger, 1944), Encrucijada de odios (Crossfire, Edward Dmytryk, 1947), ¡Suspense! (The Innocents, Jack Clayton, 1961) o La casa encantada (The Haunting, Robert Wise, 1963).
El agente Teddy Daniels alcanza la isla en un barco donde su fragilidad se muestra en los mareos (causados por su fobia al medio acuático) que intenta controlar mientras habla con Chuck (Mark Ruffalo), su nuevo compañero, a quien no conoce, pero con quien entabla una relación de confianza, forzada por ese entorno opresivo en el que desembarcan. En la isla se levanta espectral una vieja fortaleza rehabilitada como centro de salud mental al que Daniels acude para investigar la desaparición de una paciente; dentro del edificio se agudiza su malestar (migrañas y pérdida de conciencia), su inseguridad y su desconfianza, convencido de que en ese lugar ocurre algo más diabólico que la inexplicable desaparición de Rachel (Emily Mortimer). Desde que pone el pie en tierra, Teddy Daniels se siente turbado por las sospechas, por el psiquiátrico y por las palabras del director del centro, el doctor Cawley (Ben Kingsley), quien detrás de su aparente amabilidad parece ocultar algún secreto que a Daniels se le escapa. Paulatinamente esa sensación de turbación que experimenta se convierte en desorientación y desasosiego (la atribuye al consumo de alguna sustancia administrada por Cawley), reavivando recuerdos en forma de sueños (su esposa (Michelle Williams), su experiencia en la guerra, la presencia de una niña que se le aparece en varios momentos), que desvelan un desequilibrio que entre esos muros se hace más fuerte. Shutter Island transita por la frágil línea que separa la realidad (cordura) de la fantasía (locura), ambas se confunden en la mente del protagonista hasta introducirlo dentro de un laberinto donde le resulta imposible distinguir entre qué es real y qué es fruto de la pesadilla que significa su estancia en la isla. A medida que Daniels avanza en su investigación la sensación de desorientación se vuelve más opresiva hasta alcanzar su punto álgido en el acantilado donde Chuck desaparece sin dejar rastro y donde se encuentra con una Rachel (Patricia Clarkson) distinta a la esperada. Su sospecha de que allí suceden cosas extrañas se confirman cuando Rachel desvela que en el faro se realizan horribles experimentos con los pacientes más peligrosos, confesión que se corrobora con la presencia en el centro del siniestro doctor Naehring (Max von Sydow); aunque puede que todo sea producto de una mente rota, desestabilizada por un pasado que ni quiere ni puede aceptar su presente, pero eso sería lo de menos en un film como Shutter Island, pues su acierto y su interés se encuentra en el perturbador recorrido expuesto por uno de los mejores cineastas de su generación, que por cuarta vez contaría con el actor Leonardo DiCaprio, capaz de transmitir las emociones enfrentadas que invaden la mente de Daniels.
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