jueves, 18 de octubre de 2012

Veracruz (1954)


Los beneficios obtenidos por Apache (1954), sesenta veces lo invertido, y el cumplimiento de su plan de rodaje fueron razones más que suficientes para convencer a Burt Lancaster y a su socio Harold Hecht de que Robert Aldrich era el director idóneo para llevar a cabo un proyecto más ambicioso. La elección no pudo ser más acertada, al combinarse en el resultado final calidad, comercialidad y personalidad. Veracruz (Vera Cruz, 1954) deparaba un nuevo éxito de taquilla a la productora Hecht-Lancaster y confirmaba que Aldrich era un cineasta de narrativa contundente, moderna y muy personal, capaz de adelantarse a su tiempo y conceder el protagonismo a personajes violentos y ambiciosos que deambulan por un espacio decadente, e inhabitual en el western de la época, sin más ánimo que el de lucrarse. Esta característica los aleja de planteamientos éticos y los convierte en antecesores de aquellos pistoleros que años después se impondrían en la trilogía del dolar de Sergio Leone. Pero Veracruz también adelanta otro aspecto definitorio del western de la década siguiente al ubicar la trama en México, en este caso durante un conflicto armado que resulta un plato apetecible para aventureros, soldados de fortuna, mercenarios, tipos solitarios o criminales que buscan entre el caos la oportunidad de enriquecerse haciendo lo que saben, sin plantearse ni el bando al que se unen ni las causas por las que luchan. Para este tipo de personaje solo importa su motor existencial: el dinero.


Ben Trame (Gary Cooper), caballero sureño, es uno de estos individuos que pretende sacar tajada de la revolución juarista, como también lo pretende Joe Erin (Burt Lancaster), un forajido que no posee el refinamiento del primero porque nunca ha tenido acceso al entorno acomodado de donde procede Ben, quien, como consecuencia de la guerra de la Secesión, lo perdió todo, incluso sus ideales.
 Por este motivo acude a otra guerra, similar a la suya, para recuperar parte de lo perdido, aunque posicionándose a favor del dinero y en contra de los motivos románticos por los que habría luchado en la anterior contienda. En un primer momento, tanto Ben como Joe rechazan el ofrecimiento de los revolucionarios, pero no dudan en unirse a ellos cuando comprenden que pueden sacar provecho. Si en el pasado Treme había luchado movido por una razón ideológica en la que creía, en su presente mexicano esta ha sido sustituida por una exclusivamente monetaria, como demuestra su elección de trabajar por dinero para el marqués Henri de Labordere (Cesar Romero), representante del emperador Maximiliano (George MacReady), en lugar de aceptar el ofrecimiento del general juarista (Morris Ankrum) que les invita a luchar por un ideal de mejora social. Esta decisión lo iguala al personaje interpretado por Lancaster. Ninguno de ellos se posiciona a favor del oprimido porque no les reportaría beneficios económicos. Dicha coincidencia de intereses iguala y une a los dos pistoleros, carentes de valores o de idealismo, aunque, entre ellos, siempre existe una rivalidad, siempre presente en el cine de Aldrich, que los separa y les impulsa a competir para dominar una relación que puede confundirse con esa amistad a la que Joe se refiere en una determinada escena del film.


No obstante, la naturaleza amoral del pistolero interpretado por Lancaster, siempre ha carecido de ideales, y la ambigüedad moral de Ben, ha perdido sus valores, aunque los tuvo (lo que puede llevar a pensar que sabe distinguir entre lo correcto y lo incorrecto), confirman que mantienen una relación basada en la codicia que al tiempo los iguala y los separa.
 En este aspecto, Aldrich mostró la ausencia de valores de los dos protagonistas en varios momentos de la película, pero, en uno determinado, esta falta de ideales, más allá de alcanzar su meta, se define a la perfección cuando Joe Erin propone a la refinada condesa Marie Duvarre (Denise Darcel), ambiciosa y traicionera, asociarse para apoderarse del oro escondido en el vehículo que escoltan; para, en la siguiente escena, mostrar al caballero sureño encarnado por Cooper realizando una propuesta similar a Nina (Sara Montiel), la ladrona juarista. Así pues, queda claro que ni Ben es un héroe ni Joe un villano, solo dos individuos que sobreviven y viven del pillaje y de la violencia, capaces de matar y de traicionar para alcanzar el objetivo que persiguen y que les conduce hasta Veracruz, Ciudad portuaria donde sus naturalezas enfrentadas acaban por separarlos en un final que sería emulado con posterioridad, como también lo serían sus dos antagonistas, cuya modernidad les aleja del clasicismo del western de la época al tiempo que abría una nueva vía para un género en el que años después ya no habría héroes ni antihérores, solo individuos marcados por sus ambiciones y por el medio que habitan.


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