Cartas desde Iwo Jima (2006)
La sensibilidad y la reflexión del Clint Eastwood cineasta chocan con la rudeza y la contundencia de aquellos personajes que le dieron fama, sin embargo, poco o nada tienen que ver sus interpretaciones con su sobrada capacidad para ahondar en la intimidad de los protagonistas de El aventurero de medianoche (Honkytonk Man, 1982), Bird (1988), Sin perdón (Unforgiven, 1992) o Un mundo perfecto (A Perfect World, 1993). De igual modo, sin necesidad de forzar ni actos ni emociones, los pensamientos que se silencian y los hechos que se muestran dan forma a la humanidad y a la autenticidad de los soldados japoneses que aguardan en las playas de Iwo Jima, donde sufren tanto anímica como físicamente el horror de una guerra que les genera dudas y les depara miedos y desesperación. La imposibilidad que les domina complementa a la desmitificación que prevalece en la realidad que se descubre en Banderas de nuestros padres (Flags of Our Fathers, 2006) desde la instantánea que acapara las portadas de los periódicos, una realidad que en Cartas desde Iwo Jima (Letters from Iwo Jima, 2006) se introduce mediante la red de túneles que da paso a la analepsis que ocupa el resto de su metraje (salvo los recuerdos de los protagonistas y el final del film).
El retroceso temporal permite descubrir la cotidianidad de los soldados japoneses que se preparan para repeler el ataque de un enemigo desconocido, excepto por aquellas mentiras que les habrían dicho antes de ser destinados a un emplazamiento de vital importancia estratégica, debido a su proximidad a las principales islas del Japón. Sin embargo las defensas resultan insuficientes para detener la invasión que el general Kuribayashi (Ken Wartanabe) debe impedir a pesar de los escasos medios con los que cuenta y de la precariedad que observa en las inhumanas condiciones que sufren sus soldados, obligados a cavar trincheras que sabe inútiles mientras se ven aquejados por problemas estomacales que también se cobran vidas. Solo con su llegada estas condiciones mejoran, aunque se trata de respiro que no impide la realidad en la que viven y mueren. La mayoría de estos jóvenes desearían estar en sus hogares, con sus familias y desempeñando aquellos trabajos que dejaron atrás, porque ellos no son soldados, son personas corrientes con oficios corrientes que se han visto obligados a combatir en una guerra que les aleja de sí mismos y de cuanto les importa. Este alejamiento cobra cuerpo en la figura de Saigo (Kazunari Ninomiya), panadero, casado y padre de una niña a quien no conoce, y a quien puede no llegar a conocer. Él lo sabe, como también comprende que las cartas que escribe pueden perderse en el olvido, pero le sirven para expresar dudas y emociones al tiempo que le ofrecen el recuerdo de su mujer. Varios flashback permiten conocer su personalidad, su relación matrimonial y la ruptura que supone el ser reclutado para participar en un conflicto que le es ajeno. Sus recuerdos agudizan su necesidad de regresar a su lado, en realidad es lo único que tiene sentido para él dentro del sinsentido de un entorno que potencia el fanatismo (empujados por los oficiales sus compañeros se suicidan empleando granadas de mano) y la violencia que se desata poco después de que el enemigo ponga el pie sobre la arena de las playas de la roca, donde la muerte siempre se encuentra presente.
El pensamiento de Saigo recuerda al del protagonista de La condición humana, aunque, a diferencia de Masaki Kobayashi, Clint Eastwood presenta a cuatro personajes de entidad en lugar de uno: el general Kuribayashi, el Barón Nishi (Tsuyoshi Ihara), Saigo y el soldado Shimizu (Ray Kase), a quien se ha expulsado de la policía militar por mostrar su humanidad. De los cuatro protagonistas, dos tuvieron contacto con la cultura y la sociedad estadounidense, experiencia que les permite una imagen distinta y más real del enemigo que la idealizada por el resto de compatriotas que se encuentran en la isla, cuestión que se muestra tras la captura del americano a quien Nishi ordena que curen, porque, al igual que ellos, se trata de alguien que teme, siente, sueña. Aunque defender Iwo Jima es un imposible que no se escapa a su comprensión, Kuribayashi está dispuesto a dejar su vida en el intento, aunque no por el fanatismo que predomina entre sus oficiales, sino por el honor en el que ha sido educado y la responsabilidad asumida, que lo apartan de su vida y de cuanto añora. Este personaje recuerda momentos de su pasado, instantes que se presentan en imágenes que permiten comprender su complejidad y que se contraponen con su silencio en un presente tan gris como la ténebre fotografía que domina la lúcida y desmitificadora mirada de Eastwood hacia la inutilidad de un sacrificio engañoso y tan estéril como el mostrado por Kon Ichikawa en las cuevas de El arpa Birmana.
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