lunes, 1 de octubre de 2012

La escapada (1962)


<<Fue el primero que se atrevió a darme un papel de un hombre cualquiera…>>, recordaba Vittorio Gassman acerca de su relación con Dino Risi, uno de los directores más lúcidos y destacados de la comedia italiana, con quien el actor trabajó en catorce ocasiones; siendo, quizá, esta espléndida película la mejor de todas. Risi dirigió este emblemático film que transita por la vitalidad y la desidia humana que se descubre en sus personajes, cuyo suspiro de evasión de la rutina y de huida a ninguna parte enfatiza esas cadenas cotidianas que generan la sensación de estar atrapados. Pero Risi no estaba solo en este transitar por la Italia de inicios de 1960, cuando el “boom” parecía cegar a la sociedad de consumo. Estaba bien acompañado; contó con la colaboración de los guionistas Ettore Scola (posteriormente se pasaría a la dirección) y Ruggero Maccari para crear una metáfora tragicómica sobre el comportamiento humano y la sociedad en la que vive, ya sea la aceptación de Roberto (Jean-Louis Trintignanto la negación de un caradura como Bruno (Vittorio Gassman), que no quiere asumir responsabilidades, ocultando su desidia y su soledad tras esa vitalidad que contagia al tímido estudiante de Derecho durante su efímera y contundente escapada. <<Pocas películas como Il sorpasso son el reflejo de una Italia en la que todo parecía fácil, pero en la cual ya tintineaban las campanillas de alarma de crisis.>> (Vittorio Gassman) Tales campanillas suenan en Roma durante la festividad de ferragosto, cuando la ciudad queda desierta, pues la mayor parte de la población parte hacia la playa o la montaña; quieren unas vacaciones de su rutina. No obstante, algunos como Roberto se ven obligados a permanecer en la capital. Los motivos y las obligaciones de estos “Rodriguez” son dispares, pero aquí nos interesan los de Roberto, que se queda en casa porque debe prepararse para los exámenes de septiembre. Pero mientras estudia, o intenta hacerlo, un desconocido llama su atención desde la calle. Quiere pedirle que telefonee a una amiga. De ese modo, Bruno, que así se llama el extraño, se introduce en la vivienda de Roberto como si le conociera de siempre; sin dejar de hablar y exhibiendo una desfachatez de campeonato, que choca con la timidez del futuro licenciado en Derecho.



La personalidad de Bruno abruma al muchacho, que no sabe cómo negarse a la propuesta de acompañarle durante esa calurosa jornada festiva. En el interior de un descapotable que circula a gran velocidad se inicia un día especial, durante el cual Roberto observa y aprende de un cuarentón que se pierde por las faldas, además de mostrarse irresponsable y un poco gorrón. Durante el recorrido se confirma que son dos caras opuestas, aunque puede que en un pasado lejano Bruno fuese similar a Roberto, antes de desentenderse de su esposa (
Luciana Angiolillo), de quien se separó quince años atrás, y de su hija Lilly (Catherine Spaak). Tras deambular por varios lugares turísticos, perseguir a un par de alemanas o visitar a los tíos de Roberto, Bruno lleva a su aprendiz a la casa de su ex, donde se presenta después de tres años sin dar señales de vida para descubrir que su hija mantiene una relación sentimental con un hombre (Claudio Gora) mucho mayor que ella. Hasta ese instante el comportamiento de Bruno ha sido el de alguien que evita cualquier tipo de responsabilidades, sin embargo, cuando conoce al hombre que acompaña a Lilly parece querer asumir su condición paterna, olvidada muchos años atrás, contradiciendo su modo de actuar; no obstante sólo es cuestión de minutos que vuelva a mostrarse como el caradura que se ha ganado al joven estudiante. Roberto se deja arrastrar porque siente la necesidad de liberarse, ya que hasta ese instante no ha sido capaz de exteriorizar ni sus pensamientos ni sus emociones; por lo que se aprecia, nunca se ha enfrentado a nada ni a nadie, cuestión que se descubre cuando se escuchan sus pensamientos, contrarios a aquello que dice, ya que calla por inseguridad, pero también porque le gusta la experiencia que vive al lado de Bruno, pues ésta le ofrece la oportunidad de romper con su monotonía y con las ataduras que le han impedido disfrutar de la locura que se observa en su compañero de fuga. El desenfado que da forma a La escapada (Il sorpasso, 1962), no esconde la crítica pesimista de una comedia que transcurre durante la jornada festiva y parte del día siguiente, siendo los dos días más atípicos y felices en la vida de Roberto, porque durante ellos su personalidad se deja influir por la que muestra ese hombre que parece no importarle nada salvo vivir el momento, pero a quien evidentemente le invade cierta frustración al ser incapaz de aceptar sus carencias vitales.


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