Charles (Michel Bouquet) se ha hecho la pregunta equivocada cuando empieza a sospechar que su mujer le engaña, en lugar de preguntarse con quién, habría tenido que pensar en por qué. Tras once años de matrimonio, Charles descubre que su esposa le es infiel, una realidad que perturba su pensamiento hasta el punto de organizar una velada con sus amigos para descubrir si alguno de ellos es el amante, sin embargo, parece que ninguno lo es. Pero la idea de conocer a su rival le atosiga en la oficina, en el hogar o en la calle, por ese motivo contrata los servicios de un detective para que le proporcione un nombre, un ser corpóreo a quien culpar de sus propias culpas. ¿A qué se debe la infidelidad de Hélène (Stéphane Audran)? se siente sola, la vida alejada de la ciudad y de un marido que la quiere, pero que parece haberse olvidado de sus necesidades, como ella también se olvida de hacérselas comprender, la han decidido a mantener una relación extramarital que le devuelva parte del entusiasmo perdido y de su condición de mujer; ahí podría residir el verdadero problema, un impedimento que Charles no se plantea, ni siquiera cuando se presenta en casa de Victor (Maurice Ronet), el amante de su esposa. Quizá sea la curiosidad o quizá la necesidad de compararse con el hombre que ha robado algo que considera suyo, pero nunca parece que sea por un afán violento como el que se desata tras mantener una charla aparentemente amistosa y civilizada con un hombre que le advierte de la soledad que invade a Stephane, una mujer aislada del mundo. La mujer infiel (La femme infidèle) no es un policíaco propiamente dicho, a pesar de que se produzca un asesinato fruto de la irracionalidad de un hombre perturbado por los celos y por la impotencia que le domina, sino que se trata de una película de relaciones frustradas por la falta de mantenimiento de las mismas, pues ni Charles ni Hélène parecen intentar solucionar una vida, aparentemente acomodada, en la que se han distanciado hasta un punto en el que ella ha salido a buscar la motivación que no encuentra en su hogar. Claude Chabrol ahonda en esas dos almas separadas por ellos mismos, por su apatía y por su falta de comunicación, circunstancias que provocan un desenlace que, a pesar de mostrar que ambos se quieren, resulta violento y produce un nuevo estado en la desesperación de una pareja, quienes ocultan sus pensamientos y sus actos para que ninguno de ellos pueda descubrir lo que realmente han hecho. Así pues, ni la aparición de los detectives, ni la muerte de Victor, logran apartar la atención del oscuro análisis que Claude Chabrol realiza sobre la desidia que dominaban las relaciones de la clase acomodada a las que pertenecen Charles y Hélène.
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