miércoles, 12 de septiembre de 2012

Yo, Robot (2004)

No resulta descabellado decir que Alex Proyas planteó Yo, Robot (I, Robot) como un film policíaco, pues algunas de las características del antihéroe del género se descubren en Del Spooner (Will Smith), un policía solitario e inadaptado dentro de un entrono que rechaza debido a la deshumanización que observa como consecuencia del auge de la robótica, o mejor dicho por la dependencia tecnológica que afecta al ser humano. Cada día más y más robots llenan las calles y los hogares de una ciudad donde los humanos parecen alienados por la tecnología que les domina; ninguno conduce, salvo él, y ninguno cree que las leyes de la robótica puedan fallar, por lo que se duda más de un ser de carne y hueso que de uno de hojalata, lo que podría llevar a pensar que se valora más a un aparato que a un semejante. Tres son las leyes que se incorporan a los robots durante su proceso de fabricación, tres supuestas normas inquebrantables que dominan sus circuitos y que vendrían a ser las siguientes: un robot no puede hacer daño a un humano, un robot debe obedecer las órdenes de los humanos, siempre que éstas no entren en conflicto con la primera ley, y la tercera vendría a decir que un ser artificial debe proteger su vida en cualquier situación que no se oponga a los dos mandatos anteriores. Para Spooner sí es posible que un robot incumpla tales directrices, sobre todo la primera, pensamiento que se confirma tras el aviso de suicidio del doctor Lanning (James Cromwell), genio de la robótica con quien el policía mantenía una estrecha relación. Spooner está convencido de que Lanning ha sido asesinado, sospecha a la que se aferra cuando encuentra a un robot oculto en el despacho del difunto; un robot que huye y que muestra una inteligencia superior a la de cualquier otro androide de esa nueva generación que pronto será lanzada al mercado por la USR; sin embargo, la verdadera diferencia del robot radica en su comportamiento, que habla de una conciencia propia que le ha llevado a plantearse cuestiones innatas a los humanos, como sería el reconocimiento de ser un individuo único, por ese motivo asume un nombre, Sonny (Alan Tudyk), como signo de identidad que le diferencia entre los suyos. Algo similar le sucede al detective, ya que para diferenciarse de los de su especie viste prendas que recuerdan a un pasado más caótico, más imperfecto y más humano, por eso calza unas Converse All-Star, fabricadas décadas atrás, o escucha música pasada de moda en un aparato que no obedece al sonido de la voz, sino a un mando a distancia. Yo, Robot (I, Robot) resulta un film interesante, de trepidante puesta en escena, inspirado en el libro escrito por Isaac Asimov, pero sin caer en el error de ceñirse a él, combinando el aspecto policíaco (denuncia la precaria salud de una sociedad que ha perdido parte de sus emociones) con la acción que se desarrolla en una ciudad futurista por donde circulan automóviles automáticos y un ejército de robots que se levanta contra su creador, como si ellos asumiesen las emociones perdidas por los humanos a quienes deben proteger, incluso, a costa del bien supremo de éstos: la libertad de pensamiento y elección.

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