Como el día y la noche, el halcón y el lobo se acarician cada ocaso y cada amanecer, pero no pueden permanecer juntos. En ausencia, queda su recuerdo y su deseo se colorea brevemente de rojo y malva, de tonos anaranjados y ocres, de poesía colorista y luminosa que, captada por un iluminador virtuoso como Vittorio Storaro, se enciende o se apaga en claroscuros, según el despertar o el dormir que los separa. Como esas partes temporales de un solo tiempo, viven añorándose, viven en la fantasía de que, como día y noche, son amantes condenados a no poder amarse en plenitud en la luminosidad y la sombra. El joven pícaro es testigo del padecimiento de los enamorados, del sufrimiento que nace de no poder unir sus dos cuerpos, salvo en la memoria, condenados por un maleficio que no podrá deshacerse hasta el final del tiempo. Vidas errantes y condenadas que encuentran su consuelo en el recuerdo del roce de sus cuerpos, y su esperanza en la locura de un viejo monje que insiste que solo volverán a unirse cuando llegue un día sin su noche y una noche sin su día. Siempre juntos y eternamente separados. Pero ¿cuándo y dónde llegará ese día y noche sin su noche ni su día? En Lady halcón (Lady Hawke, Richard Donner, 1985), fantasía cinematográfica que se desarrolla en la época de los grandes señores feudales que, en cine y literatura, dominan sus tierras y sus gentes desde los salones de grandes castillos o ciudades fortaleza como Aquila...
Rodeada de un foso defensivo y con terribles mazmorras en su interior, Aquila es toda ella una cárcel de la que nadie o prácticamente nadie puede escapar. Llena de lujos y también de rincones húmedos y oscuros, como la celda de donde se evade el joven Philippe Gaston (Matthew Broderick), es feudo del malvado obispo (John Wood) que ordena la captura inmediata del pícaro, tan escurridizo como el roedor que le da su apodo. Cuentista y amigo de lo ajeno, "Ratón" se fuga por los subterráneos y el alcantarillado de la fortaleza del señor de Aquila, quien no tolera ni consiente que alguien se evada de su feudo. Su poder se sustenta sobre el temor que infunde, en la imagen que le confiere su cargo y en la brutalidad con la que controla sus dominios. Nadie debe poner eso en entredicho y la libertad de Phillipe le contradice. El joven sabe que no puede detenerse, por eso se aleja cuanto puede, evitando los caminos, adentrándose por bosques y senderos poco concurridos hasta que, finalmente, se cree a salvo y regresa a la civilización, donde le aguardan los soldados del obispo. Como por arte de magia, en aquel instante, cuando se encuentra atrapado, se descubre la figura de un caballero vestido de negro. Algunos soldados lo reconocen. Uno le llama capitán, pues se trata de Etienne Navarre (Rutger Hauer), el antiguo capitán de la guardia del prelado, que aparece de la nada y salva al joven pícaro. El encuentro entre Navarre y Phillippe no es casual, pues el primero sabe que el muchacho ha huido del castillo y le necesita para acceder a él. Aparte, ese primer instante común muestra dos aspectos aparentemente opuestos: el honor que rige la conducta del caballero y las artimañas y embustes de los que se vale Phillipe para sobrevivir en un entorno dominado por la miseria y la injusticia. De ambas ha aprendido a manejarse y a tergiversar sus experiencias, para así sacar provecho de las situaciones que se le presentan y en las que a priori parte con la desventaja de ser un marginado, un pícaro simpático sin aparente honor ni rasgos heroicos. Pero, a pesar de que Phillippe miente más que habla, se desvela valiente, con valor y valores, que se gana la simpatía de los enamorados, que ven en él un nexo que les acerca y un amigo leal, no falto de ingenio ni de generosidad. En el medievo de
Lady Halcón la fantasía es posible, igual que la de magia y la condena que marca el presente de Navarre e Isabeau (Michelle Pfeiffer), dos amantes siempre unidos y eternamente separados como consecuencia de la maldición del obispo, cuando este supo del romance entre el capitán y la doncella. Este panorama que se abre al día y la noche es en el que Donner se decanta por el enfrentamiento entre buenos y malos, pero concediendo el protagonismo a un héroe atípico, ya que "Ratón" no sería un muchacho común para aquella época medieval, sino alguien más cercano al adolescente de la década de 1980, cuando se rodó el film. Su anacronismo irónico le permite ganarse al público juvenil, pues la personalidad de Phillipe no difiere de la de alguien del siglo XX y su pillería responde a una necesidad de conectar con esa parte del público que se reconoce en el ladronzuelo, más que en la historia de amor de los amantes sobre quienes pesa la maldición que les transforma y les impide compartir el espacio físico en sus cuerpos humanos, condenada Isabeau, durante el día, a ser un bello halcón y, tras el ocaso, Navarre un gran lobo negro…
1985 Lady Halcón tiene tanto de cine clásico y leyenda que siempre he quedado prendado de esta pieza de cine perdurable inextinguible, el amor cortes, los valores del héroe la poética de un mundo difícil, donde el mal esta pero puede ser vencido con la utilización del bien. Una idea que roza la incredulidad pero que los limpios de corazón añoramos todos los días. La edad media queda brillantemente narrada en una película que todavía recuerdo como un tesoro guardado en una caja por un niño que fui y el cual me gustaría ser en estos momentos.
ResponderEliminarUn verano caluroso pero amable, mi padre me había dado una tarea inmensa, cortar todo un cerco de pequeños pinos de dos metros, tenia que podarlos uno por uno, con una tijera vieja y una escalera, el calor me abrazaba en aquellos instantes de una manera esclavista, pero continuaba con mi tarea. En un momento tuve tanta sed que tuve que entrar a la casa de mis padres, al entrar y conseguir un gran vaso con agua helada, vi la televisión que siempre estaba prendida era algo enfermizo, pero así era mi padre dejaba la televisión continuamente prendida por más que él no estuviese.
Al pararme enfrente de aquel tuvo de formas vi que empezaba una película, “Lady Halcón” decía el título, serían las dos de la tarde y el enamoramiento fue instantáneo. Quede allí parado con sudor y mi tarea dejada atrás. Mi padre no estaba había salido. Así que solo aproveche par mirar aquel libro clásico, era todo lo que yo quería en aquel momento, ser un héroe, que la chica me amara y claro tener amigos que no me abandonasen.
Al terminar la película el sol había bajado bastante, pero yo estaba sentado en uno de los sillones de mi madre. De llores con unos zapatos deportivos gastados y un buso con un diseño deportivo de color blanco. Todo iba de maravilla, hasta que mi padre llego y al ver que no había terminado me reprendió y grito, me echo fuera para que terminase la tarea que me había encomendado. Así que mientras cortaba aquel cerco y la noche me atrapaba solo creía que era un héroe.
MARCELO LÓPEZ
Muchas gracias, Marcelo, por este recuerdo tuyo y por el modo tan sentido y espléndido de contarlo. Saludos
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