jueves, 27 de octubre de 2011

La parada de los monstruos (1932)


El cine de Tod Browning juega con la imagen aparente y lo que esta oculta o no dejar ver. Es un cine entre la apariencia y la verdad en los que los personajes no son solo fachada, sino psicología: sentimientos, pasiones, emociones... Aprovechó la libertad que le concedió el productor Irving Thalberg para rodar una fábula personal, a la vez tierna y desgarradora, que fue incomprendida por el ejecutivo de la Metro-Goldwyn-Mayer, quien, esperando una película de terror, mandó recortar el metraje de un film en la actualidad mítico. A pesar de sufrir la mutilación en la sala de montaje, La parada de los monstruos (Freaks) se convirtió en un alegato ejemplar contra la intolerancia, la estupidez y la falsedad que se esconden tras las apariencias como aquellas que impiden descubrir que los niños del circo solo son eso, niños, y como tal solo desean jugar y ser aceptados, aceptación que encuentran en el payaso Phroso (Wallace Ford), de pensamiento opuesto a muchos de los otros seres ¿normales? que habitan en el universo de Freaks, un mundo donde se desvela que los monstruos no lo son por su forma sino por el oscuro fondo donde se esconden las imperfecciones, la ignorancia y los prejuicios de almas capaces de dañar a seres cuya hermosura se dibuja en sus actos, en sus sentimientos y en sus necesidades, no en su rostro ni en su estatura. Existen pocas películas como La parada de los monstruos, que rompen con lo establecido para desvelar aspectos de la naturaleza humana como el hecho de juzgar simple y llanamente por la apariencia externa del individuo; un error más frecuente de lo que se admite y que suele generar un rechazo injusto y cruel, similar al que se observa en el entorno circense formado por personas de diferentes condiciones físicas. Estos hombres y mujeres viven y trabajan en aparente armonía, aunque esta solo es la imagen inicial, pues no tarda en descubrirse el rechazo y la burla de quienes se creen superiores; no obstante esa idea sería fruto de la ignorancia y del patetismo de unos individuos que se olvidan de que las personas son la suma de sus actos, no de su apariencia externa. La verdadera esencia de las personas no habita en la piel, sino bajo ella, en esa parte del ser que suele llamarse alma, corazón o espíritu, pero reciba el nombre que reciba no se puede negar que los sentimientos brotan del interior del cuerpo humano, en ese órgano denominado cerebro donde también puede habitar la monstruosidad que se descubre en Cleopatra (Olga Baclanova), que juega con las emociones y la vida de Hans (Harry Earles), un hombre de pequeño tamaño y de gran corazón que se encuentra totalmente hipnotizado por la sonrisa y por la hermosura externa de la equilibrista. A pesar de las advertencias de Frieda (Daisy Earles), su enamorada, Hans se deja embaucar por la imagen de la belleza tras la que se esconde un ser ruin y traicionero, que simplemente lo utiliza para sacarle dinero y para reírse de su diferencia. En el cosmos de La parada de los monstruos se descubren las emociones que dominan al grupo de seres humanos a quienes se califica de rarezas, una condición injusta que les ha condenado al rechazo y a las burlas, pero en ellos se descubre necesidades, nobleza, amor, temor o aceptación, sin importar qué les iguala y qué les diferencia. Los seres que habitan en Freaks se muestran como son, no evitan exteriorizar sus emociones, aman, temen o disfrutan compartiendo momentos entrañables, porque la amistad nace de la generosidad y de la aceptación que comparten. El verdadero monstruo se presenta en aquellos que se burlan, abusan y rechazan, seres como la bella Cleopatra o el forzudo Hércules (Henry Victor), en quienes se descubre una deformidad interior ajena a los sentimientos que embellecen a aquellos que sufren su crueldad. No piensan en el daño que infligen a sus semejantes, para ellos sólo existe el yo, irracional y lleno de prejuicios, dominado por la falsa idea de superioridad que se apoya en su apariencia. Quizá si Cleopatra se encontrara en otro lugar, rodeada de personas que la juzgasen como ella lo hace con los miembros del circo, no aprovecharía su hermosura para atrapar a Hans, por quien sólo siente repulsión, como se descubrirá poco después de que le someta a sus caprichos y a su ambición por conseguir la fortuna que Frieda ha nombrado inconscientemente. En esa pequeña mujer se desvela el verdadero rostro de la hermosura, porque sus sentimientos son nobles y sinceros, como su amor desinteresado, que únicamente busca la felicidad de Hans a pesar de que esta signifique su desgracia.

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