La primera adaptación cinematográfica de una novela de Benito Pérez Galdós se realizó con el autor en vida; en este aspecto Beauty in Chains (1918) es única, pues, cuando se rodó la siguiente, El abuelo (José Busch, 1925), el gran escritor canario ya había fallecido. Aquella primera versión galdosiana, ahora perdida y obviamente muda, fue obra de la directora Elsie Jane Wilson, que encontró su inspiración en Doña Perfecta, cuya trama posibilita el drama cinematográfico, aunque, tal vez, la película no transmita lo que se encuentra más allá de este. En esencia, Galdós describe la tragedia de una sociedad conservadora que se niega al cambio (a modernizar su pensamiento, a aceptar su historia y, desde esa aceptación, aspirar a la transformación que no llega) y se aferra a la hipocresía sobre la que se sustenta y defiende. Años más tarde, Alejandro Galindo llevaría los personajes a México. Los sitúa en el último tercio del siglo XIX mexicano, con Porfirio Díaz de fondo, pero en una pequeña localidad cuyas fuerzas vivas abrazan el inmovilismo heredado; el que defienden y pretenden hacer prevalecer. No sería la última adaptación de la obra, pero quizá sea la más destacada hasta la fecha. Más que una mujer, Doña Perfecta (Dolores del Río) es un símbolo que puede adaptarse a cualquier lugar donde exista la doble moral y la hipocresía se disfrace de perfección para vencer a la corriente liberal que representa su sobrino Pepe Rubio (Carlos Navarro), el joven en quien Rosario (Esther Fernández) encuentra el amor que su madre, Perfecta, no tolera y quiere evitar a toda costa, no por parentesco sino por lo que aquel representa. De sus novelas, Doña Perfecta fue de las más que más me atrajo, junto a Misericordia y los Episodios Nacionales, sin embargo, la que considero su mejor adaptación al cine es Tristana (1970), obra de Luis Buñuel, que poco tiene que ver con el original literario. Buñuel fue quien mejor supo reconocerse en el escritor, como confirman Nazarín (1958) y Viridiana (1961), la cual, aunque no sea una adaptación de novela de Pérez Galdós, es la mejor transposición del universo galdosiano a la pantalla porque, en realidad, lo que asoma en las imágenes no es galdosiano sino buñuelesco. Galindo, director de joyas del cine mexicano como Campeón sin corona (1945) o Una familia de tantas (1948), dista de la personalidad cinematográfica y creativa de Buñuel y no logra romper con Galdós para ser él mismo, sino que busca ser fiel al texto, sin quizá llegar a expresar su esencia más allá del estereotipo melodramático en el que cae su Doña Perfecta (1951)…
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