miércoles, 18 de diciembre de 2024

Grand Canyon (1991)


Junto con El turista accidental (The Accidental Tourist, 1988), Grand Canyon (El alma de la ciudad) (1991) pasa por ser una de las grandes películas de Lawrence Kasdan, pero ¿qué significa esto? Pues que busca honestidad en sus personajes y en sus situaciones, en las relaciones que se establecen, en los sentimientos y en las emociones que expresan o acallan. Esos personajes y su sentir, ya sea miedo, soledad, amor, amistad, trauma…, son la historia que asoma y que conquistó el Oso de Oro en Berlín, una historia coral que busca esa humanidad que Kasdan hace sencilla y amable en films como Mumford (1999) o cómica en Te amaré hasta que te mate (I Love You to Dead, 1990). Mas ese afán de crear lazos ya se observa en Reencuentro (The Big Chill, 1983), incluso en su destacado debut en la dirección de largometrajes, Fuego en el cuerpo (Body Heat, 1981), o en la épica Silverado (1985), un western aparentemente sin afán de transcendencia, pero que, gracias al saber homenajear sin caer en la caricatura ni en el ridículo, se ha convertido en uno de los referentes genéricos del cine del Oeste realizado en la década de 1980. Millones de años antes de los tiempos de Wyatt Earp y los hermanos James, el gran cañón del Colorado, al norte de Arizona, a solo nueve horas de la californiana Los Ángeles, estaba ahí y estará después, en su aparente quietud, formando parte de la evolución de la naturaleza, de su grandeza, que nos recuerda la pequeñez y fugacidad humana. Ese símbolo pétreo que hace sentir insignificante, efímero, mortal, no es el espacio donde Kasdan desarrolla sus vidas cruzadas y entrelazadas, aunque allí concluyan para, más que empezar, continuar…

Desde lo alto de la formación geológica puede contemplarse la vida, reflexionarla, dejarse impresionar, sentirse parte de algo más grande, comprenderse pequeño, relativo, mortal. Simon (Danny Glover) lo ha hecho, ha estado allí, ha sentido la pequeñez humana, la suya propia, ese relativo existencial que, a menudo, escapa al pensamiento que no pocas veces magnifica o descarta aspectos existenciales, comunes, propios, casuales, causales o accidentales, sin apenas comprenderlos. Pero, acaso, ¿es fácil comprender la propia existencia? ¿Su deriva? ¿Lo relativo y fugitivo de su esencia? Los hijos crecen, los sueños se desvanecen, se engrisece, se olvida amar y sorprenderse, se envejece, se teme, te asaltan en un barrio deprimido de una gran ciudad donde las diferencias sociales y raciales provocan que los jóvenes sientan que no tienen nada que perder, el corazón falla en el hogar, si se tiene, se muere. Pero la certeza de la muerte, llama a la vida, a reorientar las existencias hacia esas pequeñas cosas que hacen que todo cobre sentido en un mundo que los personajes de Kasdan descubren al borde del precipicio: pobreza, abandono, violencia, criminalidad,… pero también lleno de pequeños milagros como lo son la amistad, la generosidad, la gratitud, el amor,… que entrelazan y potencian las relaciones humanas propuestas por un cineasta que, lejos de la acción que prevalece en sus guiones para la saga Star WarsEn busca del arca perdida (Riders of the Lost Ark, Steven Spielberg, 1981), se decanta por un cine afectivo frente al cine de sangre y vísceras, de violencia gratuita al que se dedica Davis (Steve Martin) antes de sufrir el asalto callejero y la bala que le hace replantear su existencia y afirmar que dejará de producir ese tipo de películas que justifica con un “son reflejo de la realidad”. Pero la suya solo es una reacción a esa cercanía de la muerte, que también otros personajes de Grand Canyon descubren en situaciones extraordinarias, que lo son por la ceguera de no querer verlas en la cotidianidad. En cualquier caso, a Mack (Kevin Kline) y a Claire (Mary McDonnell) les abre los ojos y les va llevando a reorientar sus vidas, a recuperarlas. Comprenden que son existencias atrapadas: en el espacio-tiempo, en el miedo, en la distancia… que sus vidas no son suyas, perdidas en algún punto del camino; tal vez nunca lo hayan sido hasta ese despertar en el que aceptan que lo bueno y lo malo van unido…



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