Cuando se estableció la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930), José Buchs contaba con veintisiete años de edad y ya era uno de los directores veteranos del cine español. Sumaba alrededor de una veintena de películas en su haber y entre ellas se encontraban adaptaciones a la gran pantalla de obras de autores exitosos como Carlos Arniches, los hermanos Quintero o Pedro Antonio de Alarcón. De sus películas “literarias”, exceptuando El conde de Maravillas (1927), cuya fuente original la encontró en Alejandro Dumas padre, el resto están inspiradas en escritores españoles, inspiraciones que parecen señalar una intención por parte de este pionero cinematográfico, aparte de su gusto. Pionero porque Buchs, tras sus inicios de influencias hollywoodienses e italianas, marca el camino hacia un cine español popular que se iría imponiendo e impondría el estereotipo, pues lo popular parece condenado a caer en la repetición que lleva a la caricatura de sus rasgos reconocidos, de lo asumido como identidad del grupo que representa o se siente representado, en la que encuentran cabida el folclorismo, la zarzuela, el sainete y temas recurrentes de la cinematografía hispana en años y décadas posteriores, ya fuese el bandolerismo, la verbena, el (melo)drama histórico o “los toros”. Aunque su película más conocida pueda ser La verbena de la paloma (1921), su adaptación de mayor prestigio quizá lo sea El abuelo (1925), tal vez porque fue y es la primera adaptación cinematográfica hecha en España de una novela de Benito Pérez Galdós; y el prestigio del escritor canario se imponga. Pero, aparte de hacer cinematográfico al autor de Miau, su film también confirmaba que se estaba intentado crear ese tipo de cine autóctono que adaptase obras de autores del país e introdujese aspectos reconocibles y cercanos para esa parte del público que se identificaba con los ambientes y las costumbres representadas en la pantalla... Dentro de ese cine “casero”, hecho durante aquellos primeros años de la dictadura primorriverista, destacan entre otras esta versión de Buchs y la de La casa de la Troya (1924), realizada a cuatro manos por Manuel Noriega y el propio autor de la novela: otro Pérez, aunque Lugín de segundo apellido… La adaptación de Busch desvela un film conservador, tanto en su puesta en escena como en las ideas que expone, en el que el abuelo (Modesto Rivas) representa los valores, pero también supone cierta intolerancia, fruto de su asumida y presumida honorabilidad y superioridad moral, y su nuera extranjera (Ana de Leyva) y el campesino enriquecido (Alejandro Navarro), la villanía. ¿Son los dos polos que bien podrían representar la división de España en dos “naturalezas” que se supone irreconciliables? ¿Las que se enfrentan en las sombras en ese momento de dictadura, también antes y después? Sin respuesta dar respuesta a estas cuestiones, lo que me ronda es que se trata de una película sin riesgo cinematográfico en un tiempo en el que tipos como René Clair en Francia se decantaba por el vanguardismo en el cortometraje Entreacto (Entr'acte, 1924), en Alemania Murnau rozaba el lenguaje visual puro con El último (Der letzte mann, 1924) o Eisenstein revolucionaba en la Unión Soviética el montaje y la narración con El acorazado Potemkin (Bronenosets Potemkin, 1925)…
No hay comentarios:
Publicar un comentario