En un comentario que le agradezco, una persona que considero reflexiva, por lo tanto critica y autocrítica, cuyas palabras no pocas veces me han hecho pensar los temas expuestos y repensar pensamientos propios, razona, considero que con lucidez y totalmente ajeno a mitificar, que <<He leído lo que comentas tú de la Xirgu y de su fama, pero al final, y en el futuro, solo es un nombre, una referencia histórica, circunstancial, casi de pie de página, cuando se citan las obras de los grandes dramaturgos que interpretó…>> Alude el particular de quien hablábamos, pero que se podría generalizar al resto de los nombres de los actores y actrices teatrales que suenan en los libros, en la memoria y en las voces y ecos que llegan del pasado, tiempo después de su paso por la escena y por la vida. En su momento, tocaron el cielo escénico, se encuentre este donde se encuentre. Expresé mi acuerdo con lo que dijo y me puse a pensar porqué. No recuerdo cuando empecé a reflexionarlo, pero tiempo atrás concluí que todo artista deja de ser ya no en el momento de su muerte, sino en el que nace el mito, que es el que se impone en ese futuro que le recuerda y le reduce a adjetivos como grande, excepcional, ambicioso o lo que se diga e imponga como imagen suya, la que nos venga a la mente al referirnos a fulano o mengana. Diría que con sus diferencias señaladas, unos y otras adquieren un aura mitológica y entran a formar parte del mito sobre el que se construye la cultura popular. Los expertos de las distintas materias se refieren a ellos no por el quien, algo que por otra parte creo imposible, sino por sus obras y su imagen, por la leyenda y la suma de situaciones que más o menos se conocen y pueblan sus biografías, no pocas hagiográficas. Hoy gustan más las anécdotas, que caen tanto fuera de la obra y de su estudio como de la realidad personal del artista, salvo ese instante puntual que a menudo (por no decir siempre) ni siquiera fue como lo cuentan, pero que aceptamos porque nos lo explica un libro, un documental o la lección magistral de turno, cuyo magisterio suele reducirse a la voz o la letra que puede no ser más que la repetición que no invita a pensar sino que busca el aplauso, el asentimiento y la admiración del oyente o del lector…
Los actores y actrices teatrales del ayer, también artistas, científicos, filósofos, políticos… los Homero, Sócrates, Pericles, Fidias, Alejandro, Arquímedes, Cleopatra, Virgilio, Hypatia, Carlomagno, Mateo, Miguel Ángel, Bach, Mozart, Voltaire, Goethe, Van Gogh, Rosalía, Alice Guy, Marie Curie, Bertolt Bretch, Picasso, Chaplin, Céline, Mayerhold, Hemingway, John Ford…, una vez mitificados, nunca son más que la idea que nos llega de ellos, con frecuencia la imagen que se desea tener o la que se vende por algún motivo, obedezca a una moda comercial o una necesidad de “memoria” o de reconstruir el pasado, hacer historia, ya sea la de la ciencia o la de un medio de expresión, a partir de los nombres que lo fueron evolucionando y de cotilleos que parecen satisfacer la curiosidad del presente que los escucha. Quienes legaron a la posteridad una obra tangible permanecen en el imaginario popular y en el artístico diferentes a quienes fueron; sus obras se valoran no pocas veces a partir del mito que damos por realidad, aunque esta no sea la realidad de quien respiró, sintió, pensó y actuó. ¿Quién puede decir hoy algo más sobre Shakespeare que lo que sabemos de las obras que se le suponen y de la “historia” que nos llega y nos lo sitúa como actor y empresario en The Globe? ¿Sus montajes hacían justicia a los textos? ¿Estos merecen su posición en la historia literaria? Solo algunos, pero su leyenda hace que todos parecen en nuestros días de igual valor porque asumimos que el isabelino fue el más grande en su campo. Similar sucede con Cervantes en el suyo u otro cualquiera que vino, vio y venció conquistando nuevos horizontes para la literatura, la música, la escultura, la pintura... Ya Cervantes es su obra y su obra es ya Cervantes. Cervantes persona dejó de existir en el mismo momento que desaparecieron quienes le conocieron y trataron en la cercanía y su obra fue aupada a la categoría de cumbre literaria universal. Pero apenas se nombra más allá de su Quijote; claro que hay quien habla de sus Novelas ejemplares. Pero ya nadie la cuestiona (me refiero a su Quijote), salvo cuando se es adolescente y te la nombran en el instituto o te obligan a leer una antología —lo que personalmente me parece más que ridículo, que también, aberrante, manipulador e hiriente—, pero lo peor es que quien no la ha leído asume conocerla y conocer al propio autor. No es culpa suya ni nuestra, es el aura de la obra (y nuestro humano afán de dar la nota), la que se le ha concedido a lo largo del tiempo y que nos ciega a la hora de referirnos a estos “mitos sagrados”.
Creo que me he desviado algo y mucho, pero en cualquier arte, el artista pasa más allá del arte o desaparece de la historia. En todo caso, al referirnos a los que sobreviven en el tiempo caemos en el tópico histórico, por ejemplo la imagen de Napoleón. Conocemos sus conquistas, sus derrotas, incluso su admiración por el arte egipcio, pero no es un conocimiento “vivo”, sino idealizado. Mayormente se le dibuja, al referirnos a él de modo informal, como el cine lo exhibe, pero dudo que ninguna película, cuadro, obra, novela, biografía,… hayan podido atrapar su esencia, representarla o explicarla. Solo es instantes y hechos concretos. El humano que fue, su ambiciones, sus carencias, sus pasiones… se pierden en la distancia. Esto vale para el artista, el conquistador, el científico, para cualquiera: desaparece del mapa y, en los menos de los casos le sobrevive la leyenda de lo tangible, de lo que perdura y se valora. En ese juicio, la mayoría de las veces establecido y no por un ojo individual y crítico, creo que es donde residen las leyendas, lejos de quienes fueron. Da igual que fuesen actrices de teatro como Margarita Xirgu o de cine como Marilyn Monroe, conquistadores como Alejandro o reyes legendarios como Arturo; al final, se convierten en la imagen que se quiera vender en un tiempo posterior. Claro que en el caso del cine, se cree que puede valorarse el trabajo de los actores y actrices, pero a veces dudo si se valora eso o estamos hablando por la leyenda que nos llega o por su aura de estrella; incluso por las sensaciones que esta o aquella película nos genera. ¿Era buen actor Gary Cooper o era un icono cuyo brillo cegaba y velaba sus carencias dramáticas? ¿Y John Wayne o Brigitte Bardot? ¿Y cuando nos referimos a cineastas como Godard, al tiempo odiado por unos y venerado por otros, y que en ninguno de los caso lo conocieron, pero que se dejan llevar por la imagen que se tiene de él y la mítica que envuelve a sus películas? Al final, creo, hablar de X, Y o Z, aparte de deletrear o de introducir un lenguaje matemático, se reduce a hablar de tópicos, de las sensaciones e ideas que nos genera algunas de sus obras, de lo anecdótico y de su leyenda que nos llega…
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