viernes, 20 de diciembre de 2024

Boyhood (2014)

Un álbum fotográfico muestra instantáneas que suman un período más o menos largo; pueden ser las de un día especial en la existencia de alguien, las de un año, una década, una vida… En todo caso, lo que atrapan y muestran no es nuestra realidad, ni nuestra existencia, esta no se puede atrapar en fotografías, ni siquiera se puede contemplar, saliéndose de uno mismo, ni comprenderse en la totalidad de quien la vive. Se escapa, siempre hacia delante, al tiempo que viajamos en ella y formamos parte de ella. Podemos evocar el pasado, pero no regresar a ningún momento anterior; tampoco cuando contemplamos esas imágenes que no nos devuelve al ayer, sino que nos trae al presente su espejismo, su recuerdo. La vida evoluciona natural, también de forma misteriosa al no saber que nos depara cada instante posterior, aunque la mayoría pueda caer en lo previsible, en lo rutinario. Sin respuestas absolutas, llama la atención y ocupa el pensamiento, puesto que todo cuanto pensamos forma parte de ella. Incluso reflexionarla llega a convertirse en un motivo, en un motor creativo. Desde antes de su primer éxito, Movida del 76 (Dazed and Confused, 1993), hasta la fecha, el devenir temporal es constante en la filmografía de Richard Linklater, quien en Boyhood (2014) pretende recrear y reflejar instantes de vida, de cotidianidad, atrapando y relacionando momentos que, sin que los humanos nos percatemos o pensemos en ello, forman y avanzan nuestra existencia desde el primer al último día. Para ello, se centra en el paso de la niñez a la madurez de Mason (Ellar Coltrane) y su hermana Sam (Lorelei Linklater), así como en su madre (Patricia Arquette) y su padre (Ethan Hawke), separados ya antes de iniciarse esta historia que abarca doce años de escenas vitales filmadas a lo largo de ese mismo periodo temporal que lleva a Mason y a Sam de la infancia a su adiós a la adolescencia; lo que explica los cambios físicos en los personajes de modo natural, sin necesidad de sustituir a los niños por adolescentes o de envejecer a los adultos.

Los doce años de rodaje confieren naturalidad a la evolución y al envejecimiento, pero no era la primera vez que sucedía en el cine de Linklater, al menos si uno piensa que la trilogía Antes de… que se inicia en Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995), con la pareja protagonista adolescente, pasa por Antes del atardecer (Before Sunset, 2004) y llega hasta Antes del anochecer (Before Midnight, 2013), ya en la madurez, abarca las dos décadas siguientes a aquellas horas de su encuentro en el tren. Hasta ahora es una trilogía, y justamente la primera película sitúa a sus personajes dejando atrás la adolescencia. Su viaje les sitúa al principio de la edad adulta, en la primera juventud en la que todavía se mira hacia el futuro con la ilusión de que el camino empieza. La historia de Boyhood ocupa, de fijarnos en las distintas edades con las que asoman Mason y Sam, aquellos años anteriores al viaje de Jesse a Europa, digo Jesse y no Céline, porque el primero es estadounidense como el niño protagonista, a quien se observa en su momento, que resulta la suma de varios que, se quiera o no, van unidos a los de la sociedad y a los de su entorno cercano; es decir, su familia y amigos. Así, la vida en la pantalla de los niños de Boyhood se desarrolla con el telón de fondo de las Torres gemelas, de la guerra de Irak, la de Bush hijo, de la fiebre que supuso Harry Potter (y que a ellos también les afecta) o de las elecciones que llevaron a Obama a La Casa Blanca… Todo forma parte de su cotidianidad, en la que se descubre su historia, sus relaciones, sus cambios físicos y emocionales, sus dramas y sus instantes cómicos y felices, ya que, como cualquier vida, las suyas se componen de instantáneas alegres y tristes…



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