<<Tengo una perfecta conciencia, desde luego, de que se encuentran otros suburbios donde hombres blancos luchan por sobrevivir, y generalmente pierden la pelea. Sé que también la sangre se derrama por aquellas calles, y que el daño humano es también allí incalculable. Continuamente vienen gentes señalándome la miseria de ciertos blancos para consolarme de la miseria de los negros. Pero una contabilidad por partida doble del fracaso americano no me consuela y no debería consolar a nadie. El que cientos de miles de americanos blancos vivan, en efecto, no mejor que los negros, no es un hecho que podamos mirar con complacencia. La bancarrota social y moral significada por este hecho es de la especie más aterradora y amarga.>> (1) Aterrador y amargo también lo es que “uno de cada veintiún joven negro muere asesinado al año”, tal como apunta la estadística que abre Los chicos del barrio (Boyz n the Hood, 1991), el primer largometraje de John Singleton (también era el primero para Ice Cube, Morris Chesnut y Regina King) y el mejor de los nueve que dirigió. Pero eso no es todo lo que nos aporta la información, pues la leyenda que se inserta a continuación expresa que la mayoría de las víctimas los será a manos de otro negro. El panorama no pinta bien para los jóvenes afroestadounidenses de los barrios de las grandes ciudades, cuya libertad se reduce a vivir en ghettos y a crecer perpetuando el ser carne de cañón, al tiempo víctimas y victimarios de su propia comunidad. Corre el año 1984 y South Central, una zona de Los Ángeles, no presenta el glamour con el que se suele exhibir la ciudad donde el cine se hizo industria de masas y donde ese mismo verano se celebran los costosos Juegos Olímpicos que serán retransmitidos a nivel planetario, pero nadie que no sea del barrio sabrá ni vivirá el drama de la calle y de los hogares.
La muerte puede encontrarse en cualquier esquina, incluso dentro de una casa; y el dejarse ir, amenaza. Por fortuna para Tre, un niño de diez años que hasta entonces ha vivido con su madre (Angela Basset), que le ha guiado y educado durante los primeros años, tiene padre (Laurence Fishburne), tenencia que no es habitual en los muchachos de la zona, pues la mayoría de los padres o están muertos o encarcelados. El panorama social y vecinal que Singleton presenta apunta criminalidad, depresión y miseria. Los jóvenes se desesperanzan sin siquiera saberlo. ¿Qué les espera? ¿La cárcel? ¿Caer en el asfalto o en una tienda? Su única salida no reside en la fuerza de las armas, ni en los músculos, ni en la criminalidad ni en la drogodependencia, sino en el cerebro, en las decisiones que se toman y en las acciones que se realizan, y tal vez en contar con el factor suerte. Furious, el padre de Tre (Cuba Gooding, Jr.), quiere hacer de su hijo un hombre de provecho, para ello intenta enseñarle mediante el diálogo y la disciplina, así el niño crece y en 1991 ya es un adolescente responsable y antagónico a su amigo Doughboy (Ice Cube), que acaba de salir del correccional donde ha vivido la rutina carcelaria de la que quiere salir para no regresar jamás. Las aspiraciones de muchos de estos muchachos se reducen a poder vivir, la de algunos a sobrevivir la calle y la indiferencia de la sociedad frente a su situación; en realidad ha sido esa misma sociedad, con su desigualdad racial, la que ha puesto las barreras que, aunque no sean físicas, cercan ese barrio donde pocos logran mantenerse al margen de la violencia callejera, del crimen y de las drogas. <<Esta Sociedad produce y fomenta un estado de ánimo que favorece la expansión de los instintos más bajos, más viles>>, decía Malcolm X (2) después de apuntar que <<no es el americano blanco el racista>>, sino <<la atmósfera político, social y económica>>. Esa atmósfera favorece la depresión y la violencia, la ignorancia, la “desvalorización” de la vida y la criminalidad de la que, al contrario que Doughboy, Tre y Ricky (Morris Chesnut) se mantienen alejados. Ambos caminan aparte. El segundo ya con un hijo de quien responsabilizarse y a quien educar; y el primero continúa coherente, siendo un buen muchacho y amigo, ilusionado ante el despertar al amor que descubre en Brandi (Nia Long), la misma chica con quien en la niñez intercambia miradas que delatan atracción y un interés futuro que ya es presente...
(1) James Baldwin: Nadie sabe mi nombre (traducción de Gabriel Ferrater). Editorial Lumen, Barcelona, 1970.
(2) Malcolm X: Vida y voz de un hombre negro. Txalaparta Editorial, Navarra, 1991.
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