<<La verdad es que yo guardo con cariño dentro de mí tantas cosas como me transmitieron. Creo en esa cadena que nos enlaza. Creo en la canción que teje con las canciones que llegan de tan lejos. Creo en la memoria ancestral. Me gusta la palabra creer. Es la afirmación más rotunda que usamos los mortales. No me gusta la palabra pensar. Hay que pensar. Piense usted. Se debe pensar bien todo… Nos hemos pasado siglos pensando. ¿Qué hemos pensado? Menos mal que hemos dividido los pensamientos en buenos y malos. Los malos pesan más que los buenos. Así lo decía otra María que influyó en mi infancia. ¿Pensar? ¡Para lo bien que lo han hecho los hombres pensando! Eran sus palabras>>, se explica o cree hacerlo María Teresa León en Memoria de la melancolía (1), su recorrido literario por los recuerdos y quizá su mejor libro. Su primera novela, Contra viento y marea, también fue su primer libro publicado. Se editó en el exilio, en Argentina, en 1941, y su autora lo define como Episodios internacionales porque en ella habla del inicio de la guerra civil española, la cual no solo atrajo la mirada internacional, sino a decenas de reporteros y a miles de combatientes procedentes de distintos lugares del globo. Era una guerra civil, pero también ideológica y económica, de clases, de extremos que aventuraba una mayor, a nivel mundial… y que se desataría apenas seis meses después de concluida la española. La novela había sido rechazada en París, el segundo alto en el exilio de María Teresa tras la guerra; el primero había sido uno de los campos de refugiados en la costa sur francesa. El motivo, según la propia autora comenta, fue el desinterés de los editores, a los que según ella no les interesaba el tema que había desangrado España. Era un poco como la estrategia de la avestruz, el esconder la cabeza o el no mirar la realidad que les rodeaba, una estrategia que tampoco difería excesivamente de la asumida por los gobiernos francés y británico durante el conflicto hispano con su hipócrita política de “No intervención”. La permisividad de estas dos democracias para con las dictaduras alemana e italiana jugó a favor de los sublevados españoles, más adelante conocidos como nacionales y franquistas, pero que reunían una diversidad (carlistas, monárquicos, falangistas, militaristas, burgueses y republicanos reaccionarios,…) similar a la de otro bando que se formó en inestabilidad reinante —sin ir más lejos existía incompatibilidad entre anarquistas y comunistas; como se vería en distintos momentos de la guerra—, y contra los intereses de la Segunda República, la cual no despertaba simpatías entre los conservadores británicos, que eran por entonces quienes ejercían mayor control e influencia internacionales.
La guerra mundial estalló en septiembre de 1939, cuando los alemanes invadieron Polonia, país que habían acordado repartirse con los soviéticos, reparto del que la escritora no habla en sus melancólicas memorias porque profundizar en el inesperado pacto Ribbentrop-Molotov implicaría un giro radical en el enfoque de su historia. El avance alemán obligó a María Teresa a abandonar Europa, cruzar el Atlántico y recalar en Argentina, país donde ella y Alberti pasarían los siguientes veinte años de sus vidas. Allí también escribiría tres guiones: Los ojos más lindos del mundo (Luis Saslavsky, 1943), La dama duende (Luis Saslavsky, 1945) y El gran amor de Bécquer (Alberto de Zavalía, 1946). Concluido su periplo americano, la pareja se trasladó a Roma. Ya estaban más cerca de España, al menos geográficamente, aunque no pudieron regresar a ella hasta la muerte del dictador que se había erigido en amo y señor del país. La escritora, de origen burgués, hija de un oficial del ejército, veterano de Cuba, y de una mujer de refinada educación y de personalidad atípica para su época, también era sobrina de la primera española licenciada en Filosofía y Letras. La joven María Teresa ya apuntaba ser distinta a la mayoría de las jóvenes de su época. <<En mi casa habían dicho: ¿la niña, cómica? ¡Jamás! En nuestra familia todas las mujeres han sido decentes. La niña cerró los ojos ante aquella palabra amenazadora de decencia para toda la vida. Pero una vez alcanzó a subir a un escenario y dijo versos. Toda poesía es una nevada, una lluvia fertilizante. Se sintió satisfecha hasta el borde y siguió diciendo versos, declamando lo que deseaba vivir y que ya estaba escrito. En la poesía iba encontrando todo lo que tan insistentemente le había negado la vida. Cerraba los ojos, inundada de sensaciones nuevas hasta colmarse. En su estado de gracia. Había encontrado aquella muchacha un seguro asilo. Dejaba la pequeñez de su vida tirada a sus pies como un montón de olvidos y decía, casi sollozante, los versos que ella no sabía escribir>>. (2) Presentaba inquietudes artísticas y un deseo de liberación que la llevó a romper con lo convencional, incluso a romper su primer matrimonio antes de ser aprobada la ley del divorcio. María Teresa dio el paso decisivo de querer ser mujer, actriz de teatro y escritora, de ser igual a cualquiera, pues estaba segura de su valía y de su valor. Se enamoró de Alberti, de quien había leído Marinero en tierra, extraño lugar para alguien de mar, y el poeta gaditano la correspondió. Fueron algo así como una pareja de moda. Vivieron juntos su primer viaje a Moscú —que ella narra en el libro El viaje a Rusia de 1934–, el verse obligados a ocultarse en el monte ibicenco durante las primeras semanas de la guerra civil, el asumir puestos de responsabilidad cultural y propagandística durante el resto del conflicto y vivir el exilio, el desarraigo, la nostalgia y la melancolía que ella narra en sus memorias, en las que predomina lo poético, la hagiografía de las amistades queridas y lo relacionado con la guerra civil. Fue durante este enfrentamiento fratricida cuando la escritora asumió un papel crucial en la historia contemporánea española, pues fue una de las responsables de proteger el legado artístico de las bombas y la destrucción. María Teresa se encargó del traslado de las obras pictóricas del Prado a Valencia; en sus manos quedaban los Velázquez, los Goya, los Zurbarán… pero también otras muchas obras desperdigadas por diferentes localidades… De esto estaba muy orgullosa, y no es para menos. Supongo que de otras cosas lo estaría menos, aunque de esas no habla o no las recuerda en sus memorias, las cuales van de su brillante inicio a un menos asombroso relato de vivencias e idealizaciones de quienes admira, quiere, echa en falta y recupera en sus páginas; en todo caso se trata de unas espléndidas memorias, desde una perspectiva literaria de las mejores que he leído…
Tengo varios libros suyos por casa ("El soldado que nos enseñó a hablar", "Doña Jimena Díaz de Vivar"...) y su "Memoria de la melancolía" sigue siendo una obra imprescindible.
ResponderEliminarAprovecho para desearte una feliz nochevieja y un próspero 2025.
Hola, Juan. También te deseo un feliz y próspero 2025. Y estoy de acuerdo contigo. Su "Memoria de la melancolía" es una obra imprescindible. Me sorprendió para bien, de los mejores libros de memorias que he leído.
EliminarUn saludo.