Un año después de colaborar en el guión de El imperio contraataca (Irwin Kershner, 1980) y el mismo en el que participó en la escritura de En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981), Lawrence Kasdan debutó como director con Fuego en el cuerpo (Body Heat), un thriller que confirmaba su buen hacer como guionista y le auguraba un futuro prometedor como realizador. De hecho, durante la década de 1980 y parte de la siguiente, Kasdan ofreció algunas muestras de su talento en films como Reencuentro, El turista accidental, Grand Canyon y la minusvalorada Wyatt Earp, su segunda incursión en el western tras Silverado. Fuego en el cuerpo podría definirse como un digno homenaje al cine negro clásico, que recibe influencias de El cartero siempre llama dos veces y Perdición (Billy Wilder, 1944), dos obras maestras del género con las que se emparenta gracias a la presencia de una mujer casada capaz de convertir a un hombre, hasta ese instante honrado, en un pelele que pierde la cabeza por la atracción física que ella despierta en él. Fuego en el cuerpo (Body Heat) se desarrolla en una Florida donde las elevadas temperaturas marcan el día a día de Ned Racine (William Hurt), un abogado en horas bajas que trabaja en casos menores, y a quien a menudo se le descubre en compañía de sus amigos, Peter Lowenstein (Ted Danson) y el detective Oscar Grace (J.A.Preston), pero Racine es un tipo solitario y desilusionado que vive en un presente en el que nada parece importarle salvo la aparición inesperada de Matty Walker (Kathleen Turner). Deudora de las novelas de James M.Cain y de las películas citadas, Fuego en el cuerpo resulta un ejercicio narrativo eficaz en el que abundan los diálogos doble intencionados y el erotismo que Matty emplea como cebo para lograr su deseo de poseer en exclusiva los bienes materiales de su esposo; también Ned se descubre condicionado por sus anhelos, que en su caso sería el de convertirse en el amante de la bella señora Walker, algo que consigue, pero a un alto precio. Al igual que sucede con los amantes de los soberbios films de Garnett y Wilder, los ideados por Kasdan mantienen una tórrida relación en la que la mujer marca las pautas hasta nublar el juicio del varón, que no tarda en idear y ejecutar lo que ambos consideran el crimen perfecto que les permita lograr sus intenciones. Sin embargo, como en cualquier producción de esta índole, la realidad se complica para la pareja, sobre todo cuando se descubre que uno de sus miembros juega con el otro; de ese modo, después del asesinato de Edmund Walker (Richard Crenna), el abogado empieza a comprender aspectos que su deseo carnal le han impedido ver, y que le confirman hasta qué extremo ha sido manipulado por su fría y ardiente amante, a quien no le importa nada más que el dinero con el que sueña desde mucho antes de conocerle y entregarse a él porque, en sus manos o entre sus piernas, Racine es la marioneta que necesita para alcanzar sus fines.
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