sábado, 22 de julio de 2023

Noche en el alma (1944)

La psicología y la psique (alma) de los personajes fueron dos intereses principales en el cine de Jacques Tourneur. Fueron prioritarias, al menos eso se deduce de sus mejores películas, entre las que no se encuentra Noche en el alma (Experiment Perilous, 1944), de la que me tienta decir y digo, porque a veces mi voluntad se alía con las tentaciones para llevarme de fiesta o a la perdición, que se trata de una película que dista de lo mejor de Tourneur porque le falta el trasfondo invisible y fantasmal de ansiedad, represión, deseo y miedo, espectros mentales, que prácticamente puede palparse en sus films de terror y en su cine negro más logrado. Algo falla en la narrativa y en los personajes de esta película que adaptaba la novela de Margaret Carpenter, quizá en la concreción de la idea a la pantalla, en la que vemos, al menos mis ojos, un espacio en el que la ambigüedad y la psicológica resultan más melodramáticas que emocionales. En este aspecto, la propuesta de Noche en el alma queda lejos de los grandes films de Tourneur junto Val Lewton —La mujer pantera (Cat People, 1942) y Yo anduve con un zombie (I Walked with a Zombie, 1943)—, en los que la figura femenina adquiere más que protagonismo, adquiere perfección a ojos de los hombres que las admiran, desean y dicen amar. En ciertos aspectos, la película guarda paralelismos con Luz de gas (Gas Light, Thornton Wilder, 1940) —y la versión estadounidense realizada por George Cukor cuatro años después— y los “Hitchcock” Rebeca (Rebecca, 1940), Sospecha (Suspicion, 1941) o Atormentada (Under Capricorn, 1949), por nombrar tres del realizador británico en los que las protagonistas femeninas también viven temores enfermizos que trastocan su realidad. En ese punto se encuentra Allida Bederaux (Hedy Lamarr), su interpretación y su experiencia se ven afectadas por una cotidianidad, transformada en prisión mental y casi física, donde lo irreal y lo real se confunden para someterla a un estado de desequilibrio y tensión que puede confundirse con locura. Ninguna de las protagonistas de los films nombrados está loca, ni enferma, sino condicionada por el miedo, la represión a la que son o fueron sometidas y el deseo sexual masculino; en el caso de Allida parece ser su propio marido (Paul Lukas) quien la reprime y pretende convencerla y convencer al resto de la locura que le atribuye, ocultando de ese modo la propia.

Pero sea por el reparto, la falta de carisma de un actor como George Brent —a quien siempre recuerdo igual: mismo peinado, misma expresión, misma apatía y misma imposibilidad para hacer mínimamente creíble que su personaje es algo más que una máscara sin vida— o Hedy Lamarr, quien sí poseía carisma, belleza e inteligencia, pero también carencias —su leyenda cinematográfica se debe más a su desnudez en Éxtasis (Ekstase, Gustav Machatý, 1933) y a su imagen que a sus cualidades interpretativas; vamos, que no era una Katharine Hepburn o una Ingrid Bergman, ni mucho menos—; o por la ausencia de sombras, de ambigüedad, tampoco juega a favor ni lo inexplicable de un origen del miedo (y cómo actúa) que resulta más que forzado, confirmado, sin más que por el diálogo; algo que no suele suceder en el cine de Tourneur, que suele hablar visual, a través de las imágenes y de la atmósfera que se va generando. El miedo, en múltiples formas, es presencia habitual y vital en su cine, pero suele desarrollarse en los personajes y con los hechos que se ven y se omiten en la pantalla; mas aquí parece que se introduce como algo impropio, solo de nombre, pero sospechosamente ausente, salvo por nombrarse en varias ocasiones. Salvo en momentos puntuales, como pueda ser el paso del retrato pictórico de la protagonista a su imagen real (que le da un aura de fantasía, quizá inalcanzable), no hay misterio o no se logra, porque en su apariencia de film psicológico no lo es; puede que el productor y guionista Warren Duff no fuese el complemento ideal que Tourneur había encontrado en Lewton, aunque también habría que decir a favor de Duff, que fue el productor de Regreso al pasado (Out of the Past, 1948), uno de los mejores films de Jacques Tourneur y una de las cimas del cine negro.



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